El pasado domingo 9 de septiembre, Andrés Manuel realizó un acto en el zócalo de la Ciudad de México, ahí hizo quizás el anuncio más importante para la izquierda mexicana: uno de los líderes más emblemáticos del Partido de la Revolución Democrática (PRD) simplemente se iba. Esta decisión sorprendió poco, de hecho fue la crónica de una separación anunciada, por qué, simple, después del 2006 el PRD y López Obrador caminaron por senderos diferentes y a veces irreconciliables.

Es necesario analizar un poco al partido para entender sus dinámicas internas y sus posiciones hacia fuera; el PRD nació como un partido de corte carismático (Panebianco), es decir, que su origen se debió en gran medida a la presencia de un caudillo, en este caso fue Cuauhtémoc Cárdenas quien estuvo al frente durante casi 15 años. Los primeros Comités Ejecutivos fueron a propuesta de Cárdenas, después respaldó a sus candidatos como Porfirio Muñoz Ledo. Después de la elección presidencial del 2000, el carisma del hijo del “tata” se agotó, pero el partido estaba configurado de tal forma que necesitaba otra figura de igual o mayor peso.

AMLO construyó su liderazgo y carisma desde su posición como Jefe de Gobierno del Distrito Federal, marcó la agenda nacional con sus conferencias matutinas, su confrontación con el entonces Presidente Vicente Fox, lo posicionó en los medios de comunicación nacionales, pero fue el desafuero que lo consolidó como líder y un candidato con muchas posibilidades de ganar la elección presidencial de 2006, por primera vez desde 1988 las fuerzas progresistas dentro y fuera del PRD podían aspirar a ganar la presidencia de México. No obstante las condiciones cambiaron, la intervención de distintos factores fueron cambiando el panorama, de tal suerte que el resultado final del proceso fue de apenas 0.56%, de esta forma Andrés Manuel fue “derrotado” por Felipe Calderón, candidato del Partido Acción Nacional (PAN).

Como respuesta y ante las diversas irregularidades, el fantasma del fraude electoral volvió a recorrer los pensamientos y opiniones de un gran numero de mexican@s; por otro lado AMLO decidió construir una organización propia que le garantizara un respaldo político y social, debido a que en el PRD simplemente ya no cabía, la elección interna de 2007 y el fenómeno en Iztapalapa en el proceso intermedio, dan cuenta de los niveles de discrepancia y enfrentamiento entre López Obrador y corrientes como Nueva Izquierda o Alianza Democrática Nacional.

Pero la responsabilidad de la actual situación del perredismo no es sólo culpa de las corrientes internas, también lo es el propio Cárdenas, quien en lugar de desaparecerlas y lograr una unidad más orgánica, las fomentó más debido a que le convenía en aquel momento; por su parte AMLO como presidente nacional del PRD, como líder y como candidato se dedicó a administrar y procesar a las tribus y sus líderes. El partido carga con dos marcas originarias: el caudillo y la existencia de corrientes internas, las cuales lejos de desaparecer, se han institucionalizado y no dudo que pronto adquieran un carácter de facciones (Sartori).

La posible transformación del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) puede interpretarse de diversas formas, probablemente surja otro partido de corte carismático, hasta el momento no existe un dirigente capaz de competir con AMLO; así mismo la izquierda vuelve sobre sus pasos y marca su diferencia con los “otros”. Ahora bien a pesar de un alarmismo dentro del PRD, no existen indicios de una desbandad masiva de militantes y líderes, salvo aquellos “damnificados” consecuencia de este proceso electoral.

La elección de 2012 deja varias lecciones, sobre todo para la izquierda, la cual corre el riesgo de volverse marginal, si bien Morena representaría una opción nueva, existe un constante rechazo hacia los partidos políticos, en cambio los movimientos sociales mantienen un halo ético, aunque muchas veces son más un producto mitológico. Los próximos seis años van a ser un reto para las diferentes fuerzas que se dicen progresistas, la anhelada unidad parece no llegar al lado zurdo de la política partidista, salvo en épocas electorales.

Mientras tanto el PRD, el Partido de Trabajo y Movimiento Ciudadano, se esta dando la discusión interna de qué hacer, cómo enfrentar esta nueva etapa, quizás la experiencia del Frente Amplio en Uruguay sea un ejemplo a emular, no hay que olvidar que este Frete gobierna actualmente aquel país. Esta situación esta una oportunidad de reformulación para la izquierda, recuperar los valores que le dieron origen y encausar las demandas populares, de no ser así es poco probable su sobrevivencia en un sistema electoral y político diseñado para favorecer a la derecha en todas sus expresiones.

De convertirse en partido, Morena se convertirá en un “pivote” social y político, quizás atraiga a cuadros valiosos, además de formar los propios, debido a que uno de los grandes errores de la izquierda es anular dicha posibilidad, por ello muchas veces las propuestas que se hacen suelen parecer más ocurrencias que una visión de Estado. Así mismo se viene un enriquecedor debate, ideas novedosas y progresistas pueden transformarse en políticas públicas o prácticas de Estado, se abre una baraja de posibilidades tan diversa que corre el riesgo de perder el rumbo, por el bien de la izquierda espero que no sea así.

De igual forma se tiene la posibilidad de consolidar un partido de izquierda que asuma un compromiso político, social y económico, cuya estructura responda a la horizontalidad y las nuevas formas de organizarse en estructuras sólidas y adaptables a la modernidad líquida que vivimos, la moneda esta en el aire, hay que esperar un poco para ver el rumbo que van tomando los hechos, mientras tanto bienvenida la posibilidad…