Alonso Ancira, presidente de Altos Hornos de México (AHMSA), es Monclova, Coahuila. El municipio se perdería en el calor y el polvo, de no ser por esa empresa, y por el capitán de esa empresa que es un tipo fantasmal, que nunca camina por la plaza del pueblo, ni se para en los tendajos del primer cuadro, pero que decide el destino y la fortuna de casi todos los habitantes del pueblo.

Capturado en Mallorca, España, acusado de transferencias irregulares de AHMSA a empresas off shore de Odebrecht, Ancira es un pez gordo que nadaba en el mar seco de Coahuila, y ahora es un león marino fuera del agua, atrapado en una inmensa red de corrupción. Ignoro si se librará de las manos de la justicia, pero entre tanto, que nadie se engañe, que nadie caiga en lo políticamente correcto, Coahuila está en grave riesgo de sufrir una recesión económica sin precedentes.

No sería la primera vez: en 1999, AHMSA se declaró en quiebra por la crisis de los precios del acero; se quedó debiendo 2 mil 300 millones de dólares, y Monclova se convirtió en un pueblo fantasma. Se quedaron sin ingreso miles de familias, se pulverizaron en un santiamén infinidad de comercios subsidiarios y satélites de AHMSA; perdieron su patrimonio muchos proveedores de la empresa acerera. Y el escenario actual pinta para peor.

La suerte de AHMSA es la suerte de Monclova. Van junto con pegado. Todos los habitantes de por allá se acuerdan del 2016 como el año en que estuvieron en peligro: de nuevo se cernía la sombra de la quiebra de AHMSA, aunque en el último momento, gracias por cierto a Alonso Ancira, la empresa evitó la suspensión de pagos. Eso no obstó para que Ancira se fuera a Israel a librarse un rato de los acreedores

Sin embargo, ahora es el propio Ancira quien tomó la decisión equivocada, el rumbo erróneo, el camino errático. Se llevará de encuentro a la empresa, a Monclova y a toda una región que pronto quedará encuerada, sin cobertizo que le ofrezca sombra.

AMLO, como Presidente, tiene que hacer algo, meter mano, inyectar rápido recursos públicos para compensar las pérdidas inminentes de la región. Porque tampoco se trata de que paguen justos por pecadores, ni de que los dueños del pueblo se lleven entre las patas a todos los vecinos, sin conmiseración.