A la memoria del señor Carlos Gaytán Huesca, vecino tlatelolca de toda la vida.

 

Hace unas semanas Ivonne, vecina de Tlatelolco y coautora de uno de los testimoniales sobre los hechos ocurridos hace 51 años (1), preguntó en una cuenta de redes sociales digitales: ¿Qué sucedió el 3 de octubre de 1968? ¿Qué sentimientos se vivieron un día después de la masacre en Tlatelolco? Ivonne, aunque no vivió el 68, pero que conserva la tradición de las historias contadas por sus padres y abuelos para recordar y no olvidar, es una persona interesada en indagar, narrar y escribir sobre esos lamentables acontecimientos, desde la vida cotidiana.

La escena de caos y muerte creada la tarde y noche anteriores por las fuerzas gubernamentales, durante el 2 de octubre de 1968 y la madrugada del día siguiente, trajeron un ambiente de desolación, de incertidumbre, de tristeza entre los vecinos de nuestra unidad habitacional. Tlatelolco se convirtió, desde el 3 de octubre, en un estado de sitio... en una especie de zona con toque de queda, por la vía de los hechos.

La mañana siguiente, -para contestar, en parte, lo que preguntó Ivonne-, los vecinos nos reuníamos para preguntar, unos a otros, cómo estábamos; o acerca de dónde estaban nuestros familiares y amigos, puesto que algunos no habían sido localizados aún. Recuerdo que, en mi entrada, la “C” del edificio “Durango” (que está ubicado atrás del edificio Chihuahua, visto desde la plaza de las Tres Culturas), los vecinos nos movilizamos para conseguir donadores de sangre, pues un vecino joven, estudiante de secundaria, había sido herido en la cabeza cuando se encontraba en el departamento de su hermano, que vivía con su familia en el Chihuahua.

Yo tenía 6 años entonces. Recuerdo que nuestros padres no nos dejaron ir a la plaza (de las Tres Culturas), tanto el día 2 como los días siguientes. Sin embargo, no olvido que durante esos días se decía que la plaza había sido lavada, durante la madrugada, con mangueras y bombas de alta presión, para borrar la sangre derramada sobre la plaza y para retirar todas las evidencias que habían quedado dispersadas sobre el piso. Hay imágenes, que tiempo después se dieron a conocer, de zapatos, papeles, ropa y otros objetos personales tirados sobre la plancha de concreto.

Hubo en ese entonces, vecinas y vecinos que empezaron a organizarse para colocar flores y veladoras en el lugar de los hechos, no obstante, y pese a que la unidad habitacional, al menos la tercera sección, (donde se ubica la plaza, el edificio Chihuahua y la iglesia de Santiago Apóstol), fue ocupada por el ejército.

A mi hermano y a mí nos tocó ver, junto con otras niñas y niños de Tlatelolco, cómo entraban y salían camiones llenos de soldados a los estacionamientos adjuntos a la iglesia, debido a que se hacían cambios de guardia cada 24 horas. Eso sucedió durante varios días. Me parece que las fuerzas armadas se retiraron de la zona habitacional, hasta después que iniciaron los Juegos Olímpicos, es decir, después del 12 de octubre. De algunos camiones militares, los soldados descargaban unos botes metálicos (plateados, del tipo de los recipientes que se usaban en los establos para conservar la leche fresca), donde venía, ya preparado, arroz blanco, que se servía a los soldados que se encontraban apostados en el jardín de Santiago y sobre el estacionamiento ubicado entre los edificios Durango, Hidalgo, Chiapas, Querétaro y Guanajuato. También les llevaban pan, agua y algún guisado.

Había soldados apostados en la plaza, en el jardín de Santiago, en la torre de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SER) (hoy Centro Cultural Tlatelolco, UNAM); en las plantas bajas de los edificios “Chihuahua”, “2 de abril” y “15 de septiembre”; así como en los accesos principales a la plaza. También la Vocacional 7 del IPN, estaba resguardada por fuerzas públicas.

Otra cosa que recuerdo son los bloques de adoquines levantados y acomodados como en pequeñas barricadas... No hay que olvidar que, durante la balacera del día anterior, se perforaron algunas tuberías de agua de los edificios donde hubo mayores daños por el uso de armas de alto poder. La bala que entró a nuestro departamento, por ejemplo, atravesó una ventana, un muro doble, del departamento de nuestros vecinos de la entrada “D” y del nuestro; luego atravesó y rompió la ventana de nuestro baño y floreó, al final, el techo y la parte alta de puerta, en el interior del baño. Esto lo comento para que dimensionemos la magnitud y poderío de las armas utilizadas en esa sangrienta operación gubernamental.

A través de los libros testimoniales y sobre la interpretación de los hechos, supimos después que el operativo militar tuvo el propósito de desmembrar a la dirigencia del movimiento estudiantil, a través del uso criminal de la fuerza, con lo que se rompió también de tajo la dinámica de protesta, contestataria y en ascenso del movimiento estudiantil. A pesar de que ya se habían iniciado algunas pláticas para lograr un acuerdo entre representantes del gobierno y del Consejo Nacional de Huelga (CNH).

Estoy a favor de las peticiones que hace Ivonne a través de las redes sociales digitales. No hay razones para olvidar lo que sucedió ese día y el día siguiente en Tlatelolco.

Fuente:

(1) Varios autores. “Crónicas de octubre” (2018). Centro Cultural Tlatelolco, UNAM.

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