El apellido Azcárraga huele a televisión, tiene una imagen propia, está intrínseco en el medio de comunicación más importante de este país. Desde su fundación en 1950, tres generaciones de la dinastía Azcárraga han dirigido Televisa.

Hace casi 20 años, tras la muerte de su padre Emilio Azcárraga Milmo, su entonces joven heredero, Emilio Azcárraga Jean, asumió la presidencia de la empresa. Vivíamos ya inmersos en la era de la imagen y esto lo entendió muy bien el nuevo empresario.  A pesar de la relación directa que Televisa había tenido siempre con el poder, el fin del milenio y la alternancia política le llevarían a abrir sus puertas a la nueva corriente.

Era el tiempo de estar con todos, Política en mayúscula y sin siglas. Su habilidad de estratega no sólo sacó a la empresa de la aguda crisis patrimonial que padecía, sino que garantizó su prosperidad y crecimiento. Los panistas Vicente Fox y Felipe Calderón contaron con el mismo apoyo que después  recibiría, aún con mayor intensidad y una gran estrategia de mercado, el priísta Enrique Peña Nieto. Presencia mediática, spots, mensajes más o menos explícitos, una línea informativa favorecedora.

El propio López Obrador ha recibido su generosa dosis de popularidad en las pantallas de Azcárraga. Todos caben en Televisa en la medida en que Bernardo Gómez los logra acomodar.

Pero todo ello con su buena parte de ficción, la que aporta José Bastón. Un servicio de imagen que recibió la recompensa negociada. Recordemos las reformas legales, desde la llamada Ley Televisa de 2006 hasta la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión de 2014. Además, publicidad institucional, exenciones fiscales, licitaciones, etcétera. Hechos públicos y conocidos. Con ello Azcárraga pudo expandir y diversificar el negocio con inversiones en ámbitos tan diversos como son las telecomunicaciones, los juegos de azar, el deporte, el ocio, la cultura… Una presencia casi ubicua en la vida mexicana.

Una condición inherente al empresario que acumula fortuna y poder, es contemplar la realidad social a través de los intereses empresariales. Y más cuando el producto facturado consiste básicamente en información y entretenimiento. Emilio Azcárraga Jean creció y se desarrolló intelectualmente en un escenario dominado por la televisión. Pero hablar de “televisión” es hablar de visión mediatizada, es decir, de una triangulación entre lo que sucede fuera de la pantalla chica y el espectador. El medio convierte lo real en imagen, y en la cultura de la imagen la imagen es lo real, es ilusión, y ésta, a su vez, una fuente ilimitada de poder cuando el medio alcanza a casi la totalidad de la población. Es lo que algunos sociólogos denominan “telecracia”, un poder de escasa legitimidad. Resultado de todo esto es una política concebida como cuestión empresarial y de mercadotecnia, política mediática, de espectáculo. Y aquí encontramos el papel preponderante de Televisa como empresa líder en el ramo.

Ante el retroceso de la televisión convencional, Azcárraga Jean sabe que el desplazamiento de la información y del entretenimiento hacia las plataformas digitales y las redes sociales irá en aumento. Otro tanto cabe decir del debate político, extrapolado de las instituciones hacia los medios. Televisa se reestructura para alcanzar al consumidor allá donde se encuentre. Hay estrategia, la aporta Alfonso de Angoitia. Ese es su nuevo reto empresarial. Pero una empresa de su envergadura ni tiene razón de ser ni puede subsistir al margen del poder político. Uno y otro poderes se implican mutuamente. Así es la naturaleza de las cosas.

Emilio Azcárraga Jean responde al paradigma del empresario moderno: Atuendo informal, actitud dinámica, juvenil, buena onda. Capaz de quitarse la camisa en cadena nacional cuando su América gana campeonatos. El poder desprovisto de solemnidad –Olegario Vázquez Aldir, de Imagen TV, no se atrevió a tanto el miércoles con la victoria del Querétaro–, pero poder en definitiva que opera en la dinámica propia de las grandes corporaciones trasnacionales. 

Un empresario dúctil pero implacable en la aplicación de directivas y en la defensa de la línea. Su ideología política es empresarial, no en vano ha logrado preservar su imperio. Azcárraga nunca hará nada para perjudicar a su empresa y lo hará todo para favorecerla. Todo lo demás habrá de ajustarse a ese criterio, incluida la propia política, que en definitiva es sólo un instrumento más de la empresa.

La sublimación de esta ideología y su justificación ética es pensar que lo que favorece a la empresa es un servicio prestado a la causa común. Por ese motivo, Azcárraga afirma ser un soldado de México. Y por lo demás, puede que al margen de todo ello la realidad también exista.