Ninguna lección se aprendió de Marisela Escobedo. Por más que revolución institucional que debió dejar la muerte de Rubí para asegurar la no repetición para ninguna otra, las medidas puntivistas y militaristas son caldo de cultivo a que haya más Rubís y más Mariselas; y más dolor y menos justicia.

Ojalá nunca te hagas famosa. Espero que jamás la muerte de tus hijas ni la tuya sea el origen de tu fama. A Marisela Escobedo la asesinaron mientras pedía justicia por su hija Ruby Frayre, que tenía 16 años al momento de su feminicidio, en Chihuahua. El documental de Netflix retrata el martirio que es pedir justicia en un país en el que reina la impunidad y la indolencia.

Revivir a Marisela en “sus tres muertes” como es que Carlos Pérez Osorio narra su historia es doloroso, escalofriante e indignante.

Indigna que Marisela fuera asesinada durante diciembre de 2010 con un disparo en la cabeza después de que le negaran una audiencia presidencial con Calderón, en la nariz del gobernador de Chihuahua, a un lado de su hermano, en el plantón permanente que emprendió cuando todo se había perdido.

De nada sirvió encontrar al feminicida de su hija en Zacatecas; tampoco sirvió que Sergio Rafael Barraza muriera en manos de militares durante un enfrentamiento con militares en el mismo sitio donde Marisela lo encontró: Zacatecas, en 2012, el último año del gobierno calderonista, el último antes de que las Fuerzas Armadas del país comenzaran a cambiar de patrones criminales y cárteles consentidos. Fue inútil que José Enrique Jiménez Zavala, el autor material del feminicidio de Marisela, fuese asesinado por su compañero de celda.

Rubí fue asesinada en 2008 mientras gobernaba José Reyes Baeza Terrazas y Marisela fue ignorada tanto por él como por César Duarte, uno de los magnates icónicos de la corrupción.

Aquel resumen hace una burda labor de justicia histórica al nombrar los hechos, pero los expedientes, grabaciones y lo que debió quedar escrito en piedra para nunca repetirse en el aparato de ineficacias entre poder judicial y fiscalías parece borrado de la memoria institucional.

Pareciera que únicamente las feministas, las madres, los espectadores del documental en más de 100 países y unos cuantos políticos consideran que lo que sucedió con Marisela Escobedo y su hija es una mancha en la historia -como tantas que tenemos- que no solo salpica el pasado sino que continúa sangrando el presente. Ese enfrentamiento entre militares fue, supuestamente planteado por el gobierno en turno, un operativo en el que el ejército abatió a los capos. O sea que el feminicida de Rubí tenía vínculos o era parte del crimen organizado. Igual que los feminicidas de las muertas de Ciudad Juárez, igual que los feminicidios de Kenny Finol en la Ciudad de México vinculadas a Èl Pozoles´, líder de narcomenudistas del centro capturado en 2019. Y la lista continúa con el feminicidio de Ayelin en Tixtla, en el territorio que se disputan dos cárteles en la tierra más caliente que es dominada al 92% por criminales.

La íntima correlación entre crimen organizado y feminicidio tendría que hacer del tema una prioridad en la política criminal, pero lo peor es que en vez de lecciones en la memoria, hay reiteración de políticas militaristas, reforzamiento de la presencia castrense en espacios civiles y hasta asignación de competencias policiales al ejército. Durante 2010, el promedio de mujeres asesinadas al día era de 5. Hoy, en pleno 2020, es de 11. La militarización también viola y mata a las mujeres, por ello es tan desolador que las políticas punitivistas y militaristas avancen. Simplemente el día de ayer se publicó un acuerdo por el que se asigna a la Guardia Nacional las funciones de supervisión de medidas cautelares como prisión preventiva.

Esto junto con los nuevos delitos que ameritan procesos dentro de la cárcel antes de comprobar la responsabilidad en el delito van directo a la yugular de las mujeres más pobres. Ninguna lección se aprendió de Marisela Escobedo. Por más esfuerzo porque la muerte de Rubí cobre alguna justicia a lo largo del tiempo como asegurar la no repetición para ninguna otra, por más análisis de la correlación entre crimen organizado y cuerpos castrenses con feminicidios, las medidas punitivistas y militaristas acercan a que haya más Rubís y más Mariselas; y más dolor y menos justicia. Igual matan mujeres criminales que militares, igual lo asignan como asuntos "pasionales" y motivaciones privadas.

Ojalá que Marisela llegara a la memoria institucional tan fuerte como para dejar de imponer tareas civiles y policiacas a los elementos de la Guardia Nacional, para hacer del feminicidio una prioridad, para reconocer que Rubí tenía 16, Ayelin tenía 13, Fátima 7 y cada vez son arrebatadas más pequeñas. Y ojalá que nunca te hagas famosa, tu hija tampoco. Ni tu sobrina, ni tus amigas, ni tu madre, ni tus hermanas. Ojalá que a todas nunca nos alcance esa fama.