Vamos, nos van a dar torta…. tenemos que ir, si no vamos nos descuentan el día… Nos vemos a las siete en tal parque, de ahí van a salir los camiones que nos llevan al Zócalo, ahí les damos 500 pesos…

Frases como las anteriores son solo un ejemplo de lo que escuchamos durante décadas al llegar el día del Grito de Independencia.

La gente iba porque la llevaban, porque le daban dinero, porque la obligaban.

Era de flojera. Tanto acarreo, gritos pero no de “vivas” si no de inconformidad, hicieron casi desde siempre que no me preocupara por seguir la transmisión del grito a menos que algo relevante (muy relevante) pasara.

Tan “grinch” he sido en días como estos, que mientras muchos esperaban la pasarela de la primera dama en turno para ver el vestido pomposo que luciría esa noche, yo dormía desde temprano y cuando empezaba el grito y el abucheo, ya estaba en el quinto sueño.

Sin embargo el día de ayer tuvo algo de especial.

Miles de personas de México y del extranjero estarían al pendiente de lo que ocurriera porque se trataba ni más ni menos que el grito del hombre que luchó por llegar a la presidencia tras recorrer un tortuoso camino: Andrés Manuel López Obrador.

Desde muy temprana hora estuve monitoreando noticieros.

Cuando vi que se mencionaba repetidamente que no se estaba haciendo una revisión tan minuciosa para acceder al zócalo capitalino, he de confesar que me puse nerviosa. Pensaba que quizá Andrés Manuel se confiaba demasiado porque no falta el loquillo que quiera tener sus cinco minutos de mala fama haciendo una barbaridad; sin embargo, llegué a comparar la llegada de las personas al zócalo como quienes van de invitados a una fiesta: con gusto, por su propio pie, tranquilos.

Sí, ayer no hubo acarreados, se notaba a leguas y esto me lo iban confirmando colegas que andaban cubriendo el evento y me juraban una y otra vez que la gente llegaba por su propio pie.

Esto sin duda es un hecho histórico.

El fin del acarreo, la asistencia voluntaria y feliz a este tipo de eventos, el griterío no de reproche si no de apoyo al presidente (“no estás solo”), me llevan a concluir que estamos dando carpetazo al presidencialismo denso, aburrido, vacío y acartonado para dar la bienvenida a un gobierno distinto, pues es indudable que al presidente le gusta el jolgorio, el festejo, la algarabía.

Es pues, una nueva forma de gobernar, de mañaneras, de trasnochadas, de alegría y de disconformidad.

De chile, mole y manteca, como se caracteriza la mexicanidad.

No sé, he de ser sincera, si vamos “requetebien”, pero sí estoy segura que no vamos “requetemal” y la noche de ayer fue el botón de muestra.

Que el entusiasmo no decaiga, que las ganas de hacer bien las cosas tampoco y que no se caiga en vicios del pasado y seguiremos caminando. Viva México, pues.