Unidimensional (Marcuse) y habitante de un pensamiento único (en dirección opuesta a Jean-François Kahn, no meto a Schopenhauer en estos menesteres) el discurso de Andrés Manuel López Obrador lo disminuye. Si todo lo que sucede en México es por obra y desgracia de la “mafia del poder”, entonces México no existe, o sólo existe desde la elite, lo cual es falso.

 Dos libros para tener en cuenta Andrés Manuel, las Meditaciones de Marco Aurelio y El arte de la prudencia de Baltasar Gracián. Iletrado, su “mayor” aportación fue componerle un himno al PRI. Contra Gracián, Andrés Manuel quiere mostrar más de lo que natura le ha dado: no puede. Meditar, ser prudente.

 Ministerio Público con público, Andrés Manuel es testigo, fiscal, jurado y juez: “Ej la mafia del poder”. No da evidencias, pero condena: “Desde Acolman les decimos que nos tienen miedo, porque no tenemos miedo. El que lucha por la justicia no tiene nada que temer; vamos a seguir adelante. Sus videos, todas esas porquerías que hacen y que fraguan, se traman desde Los Pinos porque el jefe de la mafia del poder es Peña Nieto, el jefe de la familia unida”.

 La manta estúpida en contra de Andrés Manuel, el automóvil quemado, no evidencian ni a Peña Nieto ni a Osorio Chong. Andrés Manuel carece de pruebas. Quien desea, quiere, trabaja por ser estadista, no ladra.

 ¿Estamos perdiendo a Andrés Manuel? Sí. ¿Hay que revisar el estado mental de López Obrador? Sí. Ese político afable, animoso y creíble en las entrevistas televisivas con Loret de Mola y Javier Alatorre tal parece que ya no existe. El personaje, el cambio, el voto de castigo que lo favorecían, se está perdiendo. De nuevo Andrés Manuel es el peor enemigo de López Obrador. Y eso, para el país, es una lástima. Desde los beneficios de la partidocracia todos son los mismos, todos sistema. Ya chale Andrés Manuel, ponte las pilas.