Hugo López-Gatell es un científico muy competente. No necesita ficcionar su prestigio en supuestas invitaciones de la Organización Mundial de Salud. La gente andamos con urgencias domésticas más inmediatas, más íntimas. No tenemos cabeza para otras cosas, como aplaudirle las medallas que le cuelgan al subsecretario de salud.

López-Gatell tampoco debe meter las narices en política. Es mucha casualidad que la 4T ampliara la cuarentena a Jalisco y Nuevo León, estados rebeldes al Pacto Fiscal. Con su amenaza de extender la cuarentena, López-Gatell no hunde a los gobernadores Enrique Alfaro y Jaime Rodríguez, el Bronco; hunde a los pequeños comerciantes, a los dueños de fondas, estéticas, reparadores de celulares. El instinto depredador es peor en estos políticos pleiteros que en ese bicho invisible que nos enferma.

La guerra entre AMLO y los gobernadores nos lleva de encuentro a todos, sin deberla ni temerla. Somos las víctimas de esa reyerta política. Las familias importan menos que la disputa por el poder; nuestra suerte como simples mortales pasa a segundo plano. Entre la federación y los estados hay dos o más semáforos de reactivación económica, planes que chocan y se contradicen. Lo sabe bien López – Gatell pero se lo calla.

AMLO dice una cosa y los gobernadores la contraria. Eso sin mencionar a los alcaldes que como Miguel Treviño, munícipe de San Pedro, Nuevo León, hacen con la autonomía municipal lo que les viene en gana, en total impunidad.

En México no sufrimos una pandemia, que es una enfermedad infecciosa que nos afecta a todos, sino 32 epidemias de tratamiento muy diferente, casi opuesto, que abarca el área geográfica de cada uno de los 32 Estados, sin nexos con los demás.

Vivimos una sensación de impotencia frente a un fenómeno que exigiría la mínima integración nacional, una buena coordinación, un mejor ensamble del aparato público. Pero la cooperación de poderes está en vías de extinción a una velocidad vertiginosa, con el pueblo como rehén y una economía hecha añicos, con un millón de nuevos desempleados metidos en los escombros de la incompetencia política.