La muerte de Max von Sydow me recordó aquella película de Bertrand Tavernier de 1980, en la que el actor sueco como el amante ideal, esperaba a la acosada protagonista Romy Schneider para abrirle la puerta y que muriera en sus abrazos.

La ficción del realizador francés distaba entonces de visualizar la realidad actual en la que la muerte en directo -como el nombre de su filme-, es lo más común y en la que su denuncia sobre el sensacionalismo mediático y uso deshumanizado del dinero, son lo normal en este tiempo, cuarenta años después.

Es verdad que las imágenes de muertes se percibían ya en fotografías, en escenas de televisión desde sus orígenes y algunas en vivo reproducidas en el cine. Pero el despliegue en redes, medios escritos, televisión y cine en estos tiempos, rebasan la protección que las leyes pretenden dar a quien ya no se puede defender.

Las imágenes difundidas por medios de las fotos descarnadas de Ingrid Escamilla, recientemente, el paso tranquilo de la secuestradora de Fátima, visto en las cámaras, mientras llevaba a la niña a una muerte segura, las propias escenas dantescas creadas por las bombas molotov lanzadas el 8 de marzo durante la marcha de mujeres, con incendio y un cuerpo debatiéndose en el fuego, son simples ejemplos.

La declaración de pandemia de la OMS ante la proliferación del coronavirus, presagia el desfile de los afectados.

Los muertos vivientes pueden llegar a caminar entre los vivos, sin necesidad de imágenes. A como está el mundo, la muerte ya se pone ella misma para que la miremos.

 

LA MUERTE MEDIÁTICA CONTRA EL PODER, COMO VENGANZA DE LO PERDIDO

La muerte en directo no solo se exhibe o se difunde a partir de la conclusión de una vida. Puede ser en contra o sobre una persona moral, un país, un alto funcionario, una institución, una asociación civil, un partido, etcétera.

El tema es plantear como en el filme, una muerte paulatina en sus funciones, en su eficacia, en su estabilidad, para ponerla contra la pared.

Es uno de los puntos de los llamados golpes blandos. Ir mermando la capacidad de fama pública con campañas de descrédito, mentiras y menoscabo.

Es lo que hace a diario un sector de lo medios mexicanos contra el poder que gobierna en este momento, es una constante agresión, en parte con títulos definitorios y contenidos que no tienen ningún asidero. No es una crítica legítima y fundada.

Es un periodismo hundido en su propia pequeñez, desvalido de los ingresos públicos que lo alimentaron durante mucho tiempo. El meollo de los ataques es ese, los privilegios perdidos.

Es querer mostrar en la cotidianidad, como en el filme, a un ente público que quieren desahuciar.

LA FICCIÓN DE LA MUERTE, QUE SE HIZO REALIDAD EN LA PROTAGONISTA ROMY

La muerte en directo como novela tuvo tres nombres: Reloj de la muerte, Ojo no durmiente y Katherine Montenhoe continúa (editorial Gallo Nero 2019).

Con este último se dio a conocer, escrito por el autor británico de novelas de ciencia ficción, policíacas y góticas, David Gary Compton, quien por su prodigalidad como escritor y su talento, fue nombrado en 2007 Autor emérito de América.

El realizador francés y el guionista David Rayfield, convirtieron la novela en un filme impactante en 1980, en una coproducción francesa, inglesa y alemana.

Es la historia de una joven desahuciada cuyo marido vende el caso a una compañía televisiva que quiere difundir la muerte en directo.

Lo hará a partir de un extraño hombre, que tiene inserta en el cerebro una cámara fotográfica. El filme exhibe la ambición por el dinero, el desprecio por la vida y la exposición de la muerte paulatina con el fin de distraer a una gran audiencia deshumanizada. Fueron actores principales Harvey Keitel, Harry Dean Stanton y Max von Sdydow, con la actriz austriaca Romy Schneider, como protagonista. El triste destino de ficción se hizo realidad en la bella Romy, quien se suicidó en 1982 agobiada por el dolor de haber perdido a su hijo en un accidente. La información se dio a conocer a nivel mundial. Fue una muerte comentada en directo.