El mayor problema de comunicación social y política de la 4T es el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell. El “rockstariato” finalizó, los 15 minutos de fama warholiana siempre son efímeros. Hugo cambió la necesaria información técnico-científica por errores de cálculo. La curva no se aplanó; el Covid-19, eso sí, aplanó, aplastó a López-Gatell.

Un gobierno que pierde credibilidad, empieza a perder legitimidad y, por tanto, representatividad. El subsecretario puede ganar todas las batallas erísticas, sobre todo ante la pobreza intelectual de reporteros y reporteras, pero una batalla no va a ganar, la de la realidad. No pasará mucho tiempo para que se suelte la frase de “¿Le crees a López-Gatell? Yo tampoco”. Al soberbio subsecretario le encanta lucirse frente al presidente Andrés Manuel López Obrador, pronto se convertirá en el gran negativo de la 4T en comunicación social y política. En Presidencia deberían de revisar ya, y a fondo, el discurso contradictorio de Hugo López-Gatell, antes de que cualquier control de daños sea tardío.

La comunicación de la 4T se llenó de contradicciones en sus líneas discursivas. Tiene razón López Obrador cuando asegura que el INE es el más caro del mundo, hay que revisar sus presupuestos. Peca de soberbia cuando asegura que él triunfó porque era imposible hacer fraude como las elecciones anteriores ya que nunca garantizaron limpidez. Cuando asegura que se convertirá en garante de las próximas elecciones muestra un temor: no se trata del INE sino que ya puede calcular que electoralmente no le irá tan bien como en el 2018. ¿Y eso va a tener que ver con el INE o con el voto diferenciado de los ciudadanos? Ahí existe una semilla de autoritarismo porque se trata de garantizar la libertad de los ciudadanos, no del control del instituto y, por tanto, de la calificación de los comicios al estilo la Secretaría de Gobernación de Manuel Bartlett.

No nos confundan, no somos como ellos, no somos corruptos, repite una y otra vez Andrés Manuel. El reciente señalamiento de posible enriquecimiento inexplicable de la secretaria de la Función Pública y de su marido, John Ackerman, sería fácilmente explicable si transparentaran cómo se hicieron de sus bienes y no se escudaran en la opacidad. Ambos fueron intensos promotores de la rendición de cuentas en el régimen pasado y, aunque legalmente no tienen que hacerlo, como señala Ernesto Villanueva, el asunto es otro porque su falta de transparencia los deslegitima. Quien nada debe, nada teme, otra frase presidencial. Alimentar la sospecha de bienes mal habidos incita a la crítica ciudadana, a la percepción de que siguen siendo como los anteriores. Tampoco ayuda la “solidaridad” estructural del gabinete en apoyo a esta pareja, más que transformación, dan visos de un priismo restaurado, de séquito, de una organizada actitud cortesana: la Corte se arropa y defiende.

La crisis pandémica y postpandémica, la crisis económica, la crisis de credibilidad, legitimidad y representatividad son un mal caldo de cultivo para el proyecto de la 4T. Ni las encuestas de ahora ni el 2022 en un referéndum serán el mayor signo de revocación de mandato. El mayor examen para la 4T se dará en las elecciones intermedias del 2021. El INE debe de hacer con menor presupuesto, más. Ya tenemos las reglas claras y hasta castigo por delitos graves si se construye un fraude. Así las cosas, la pretensión presidencial de convertirse en garante sale sobrando.

Si la 4T es incapaz de autocriticarse y de dar un golpe de timón comunicacional y político, estará sembrando una gran derrota en el 2021.