En 2016, durante una reunión con vecinas, vecinos y ex vecinos de Tlatelolco, específicamente del “cuadro” que está rodeado por los edificios Durango, Hidalgo, Chiapas, Querétaro y Guanajuato (también conocido como el cuadro de “los Artistas”), expresé, ante más de medio centenar de amigas y amigos, ahí reunidos, del barrio que nos vio crecer (y a algunos nacer), mi añejo interés de escribir un libro sobre Tlatelolco.

En aquella oportunidad les decía a mis vecinas y vecinos queridos, (en un encuentro organizado por mi viejo amigo Javier Lara Lee), que la idea era rescatar las experiencias, y documentarlas; tratar de revivir con la palabra escrita, no sin nostalgia, los aprendizajes y enseñanzas que nos dio Tlatelolco.

De esa forma y desde entonces, las memorias, los recuerdos, las evocaciones se fueron reuniendo poco a poco, en forma de artículos, notas sueltas o manuscritos que se acercaban o se acumulaban gradualmente, paso a paso, para redondear ese ambicioso proyecto literario. Contagiar a la gente sobre las emotivas vivencias e historias que compartimos en ese tiempo y en ese espacio mágico, histórico, energético y apasionante que es Tlatelolco, era la intencionalidad principal de esos textos.

El primer esquema del libro era el siguiente: “Memorias del “cuadro” Artistas: Historias de vecinos y vecinas de Tlatelolco”:

  • Las historias vividas

  • Leyendas y nostalgias

  • De 1968 a 1985

  • Nuestras familias y sus tradiciones

  • Historias breves sobre los apodos

  • Imágenes inolvidables

Por el momento, el primer acercamiento a ese racimo de temas y sus historias lo constituye este libro, al que puse por título: “Tlatelolco es más que un minuto de silencio”, que comprende unos 15 o 16 textos que dan cuenta de ese pasado vivido de manera directa, no contada por terceros; y donde quedaron expresados algunos testimonios y constancias de percepciones que igualmente pueden representar un primer ensayo autobiográfico, sin que ese haya sido el propósito central de lo escrito hasta hoy.

De aquel pasado que nos es común a todas y todos los tlatelolcas (en especial, de aquellos que vivimos en la unidad habitacional entre su fundación, en 1964, y hasta 1990 aproximadamente), quedan aún miles de historias contadas, transmitidas o distribuidas sólo de manera oral; sin embargo, todavía nos hace falta completar y construir los testimonios, las crónicas y las diversas narraciones, por escrito, sobre lo vivido en el barrio, en la “unidad”, como le decíamos; para que se pongan al alcance de la ciudadanía, del país o fuera de él y, sobre todo, para que nuestra querida comunidad tlatelolca, de ayer y hoy, preserve sus valores históricos, sus leyendas, cuentos y anécdotas más íntimas, públicas y, por qué no, hasta privadas.

 

Los apodos

Los apodos que aún recuerdo de aquella época están el Dubis, el Canito, el Pipis, el Colo Fox, el Canario, la Muñeca, el Sacabolas, la Yegua, Mario Magochi, el Güero Pech, la Araña Negra o Lev Yashín, el Caralimpia, el Cabezón, el Piolín, el Toto, el Chichimeca, el Bodoque, el Eyes, el Pelón, el Gordo, el Calaco, el Talento, Moncho, el Sapo, Arlindo (como inspiración para bautizar al Arfeo), el Lu… El Panocho, la Yoya, el Sico, el Yuca, Pancho, el Rabalero, el Pelos, las Cuatas, el Amigo, el Nene, el Discreto y otros cien apodos tlatelolcas de la tercera sección que por el momento se quedan en el tintero.

 

No estamos de luto

Pero, en medio de todas estas historias de tragedia y comedia vividas, contadas y no contadas, en Tlatelolco lo evidente es que no nos quedamos en zona de luto... Nada qué ver el duelo en nuestras vidas e historias cotidianas como marca principal. Y aunque sí hubo pérdidas lamentables, selladas por la tragedia, sin duda, el impulso tlatelolca es más alegre, festivo y solidario. Las amistades y los encuentros, más que los desencuentros, son el común denominador que nos da esa luz, esa energía o esa fórmula, como fortaleza, a la singular aritmética tlatelolca. De ahí el título de esta obra.

 

Era 1966

En el caso de mi familia, llegamos a vivir en ese significativo sitio en el año 1966. Recordé: Cuando llegamos el departamento todavía olía a pintura nueva, a gas de boiler, a marcolita… Jugábamos fút en el estacionamiento vacío de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE); imaginé la zona donde jugábamos a las canicas, donde rompíamos las piñatas, la esquina del “home” beisbolero, las coladeras, los patines… y andar en bici en zonas peatonales… la minimoto del Roberto (conocido como Baby)… Los problemas con las ventanas rotas, y de porqué era mejor jugar fút en los campos de tierra y en los clubes… El primer torneo de tochito en la Plaza… De los equipos de fút y sus nombres sui generis… De la alberca del “Antonio Caso”. O jugar a las Coleadas… a los carritos y carreteritas, al Yoyo. Usar la primera grabadora de voz… O a “lo que hace la mano hace la tras”… Los columpios, la resbaladilla de caracol, los aros… Las mascotas: la Uva, el Terry, el Onasis, el Dogo y otros perros… De las peleas callejeras de Beto Arroyo, que de “loco” no tiene nada… Y los 100 metros de Martín Susvilla… Las tocadas de Paco Gruexxo… El cuadro como gran bodega de ventanas de aluminio… Nuestros chiflidos de pandilla, las fiestas patrias hasta el amanecer; el 2 de octubre…

En otro orden de ideas, y para concluir esta breve intervención de racionalidad anecdotaria, me pregunto: ¿Cómo vincular estos textos con la educación y con la Pedagogía? Creo que esto se responde no sin dificultades: Es la necesidad de no olvidar; de contar una y mil historias de vida que no sólo son personales, sino que pertenecen a todas y todos... Historias de vida que trascienden a la persona para convertirse en “dominio público”, es decir, son historias sencillas de una comunidad, que describen la vida cotidiana más allá de las balas, la represión o la muerte... Es cierto, que esas narrativas nos definen como “protagonistas anónimos” porque de lo que se trata es de no olvidar, pero sí de hacer visibles a las voces colectivas, es decir, hacer evidente a las versiones de los vecinos solidarios en 1968 y en 1985... En la respuesta también está en el voltear a ver la alegría de los estudiantes, porque todos hemos sido estudiantes en Tlatelolco !!! Y en esta sala, aquí, hay estudiantes !!! Ustedes son la alegría de la vida colectiva, la esperanza de renovados horizontes. Nosotros vimos cómo la vida en las aulas se llevó a las calles !!! Ahí, justo ahí donde se dieron las primeras clases de democracia en este país !!!

*Texto que será leído la tarde del 14 de noviembre 2019, durante la sesión de presentación del libro: “Tlatelolco es más que un minuto de silencio”, del autor de esta nota, a realizarse en la sala audiovisual de Universidad Pedagógica Nacional, Unidad Querétaro.

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