Se cuenta que un diario británico en 1930 publicó un titular que leía “Si hay niebla en el Canal de la Mancha, el continente se aísla”. La célebre frase refleja siglos de aislacionismo británico con respecto a Europa.

El día de ayer, 31 de enero de 2020, el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte abandonó formalmente la Unión Europea. Lo acontecido marca el final de un complejo proceso político iniciado en 2016 -el referendo convocado por el primer ministro David Cameron- y culminado con la retirada formal del país de la organización internacional.

Acontecimientos como el Brexit no tienen precedente en la historia de la integración europea. Si bien el artículo 50 del Tratado de la Unión Europea ha sido pilar de la legitimidad soberana de los paises miembros para solicitar su salida de la UE, ningún país miembro lo había activado hasta el primer gobierno de Theresa May.

La relación del Reino Unido con la Unión Europea estuvo caracterizada por constantes fricciones políticas que hicieron temer a muchos la plena colaboración de Londres en los asuntos del continente. No estaban equivocados. Los británicos, orgullosos de su papel de vencedores de la Alemania nazi en 1945, recordarían por siempre las históricas imágenes de Churchill al lado de Roosevelt y Stalin en Yalta, mismas que cautivaron el imaginario colectivo británico como nación que no sucumbió ante la tiranía en Europea, y como tomador de decisiones en el nuevo orden mundial.

Sin embargo, la guerra traería consecuencias devastadores para Gran Bretaña y para el Imperio británico. Si bien los británicos jugaron un papel de primer orden en la reconfiguración del orden internacional, el eventual desmembramiento del Imperio británico obligaría a Londres a doblar las manos y a buscar alianzas internacionales. La política europea antiimperialista de los Estados Unidos -como fue el rechazo del gobierno de Dwight Eisenhower de intervenir en Egipto tras la nacionalización del canal de Suez, lo que afectaba severamente intereses económicos británicos- se tradujo en un redireccionamiento de la política de la Foreign Office hacia la búsqueda de los aliados europeos, a saber, el ingreso del Reino Unido en la Comunidad Económica Europea.

La naciente CEE, dominada por la Francia de Charles De Gaulle, parecía rechazar la intromisión de Londres en los asuntos de la organización pues supondría -según se pensaba en París- el caballo de Troya de los Estados Unidos en la CEE. Ello hizo imposible el ingreso temprano del Reino Unido durante la presidencia del nacionalista presidente francés.

En 1973 el Reino Unido, una vez concluida la presidencia de De Gaulle, ingresó en la Comunidad Económica Europea. Sin embargo, no todo resultó como se esperaba en Bruselas. Los británicos negociaron una serie de protocolos legales que les excluían de la plena integración en la CEE. A manera de ejemplo: el Espacio de Libertad, Seguridad y Justicia y la unión monetaria. Ello conllevaba controles fronterizos ( el lector recordará si ha viajado a Londres los controles aeroportuarios al momento de mostrar pasaporte en viajes procedentes de otros países europeos, con la excepción de Irlanda) así como la conservación de la libra esterlina, al modo que lo hiciesen Suecia y Dinamarca.

La relación del gobierno de Margaret Thatcher con la Unión Europea no fue más sencilla. Londres y la Comisión Europea -aquella presidida por el gran europeista francés Jacques Delors- se enzarzaron en una serie de duras negociaciones dirigidas a resolver del tema de los fondos de la PAC (Política Agrícola Común) pues los británicos argüían que las aportaciones británicas a la Unión Europea rebasaban los montos destinados al Reino Unido como miembro de la UE. En aquel momento, Thatcher y su gobierno jugaron exitosamente sus bazas y ganaron el el debate político.

Finalmente, Brexit. David Cameron, europeista por convicción, se vio obligado a mantener la union de su partido y fue forzado -a la usanza parlamentaria británica- a convocar el referendo sobre la permanencia de su país en la UE. Los resultados ajustados y la polarización provocada por meses de campaña y el incesante discurso de líderes nacionalistas como Nigel Fraga, obstaculizaron los acuerdos en el seno del gobierno de May, y provocaron el arribo del carismático ex alcalde de Londres, Boris Johnson. El nuevo gobierno, con la confortable mayoría obtenida en los comicios de 2019, hizo posible lo que los británicos votaron en las urnas: Brexit.

El futuro del Reino Unido parece comprometido. Si bien Johnson cuenta con un apoyo amplio en Westminster, la unidad del país se ve amenazada por los embates del Partido Nacionalista Escocés, quienes abanderan la convocatoria de un nuevo referendo en torno a la independencia de Escocia. A lo largo de los próximos meses, y mientras concluye el periodo de transición, el gobierno británico tendrá la ardua labor de construir una nueva relación política y comercial con la Unión Europea, a la vez que deberá contener a los independentistas escoceses y la difícil negociación sobre la frontera entre Irlanda e Irlanda del Norte. Al tiempo.