Finalmente, tras el resultado de tres encuestas, Mario Delgado será el próximo dirigente de Morena. Por su parte, Porfirio Muñoz Ledo y sus seguidores protestaron enérgicamente contra el diputado y el proceso. Entre los detractores de Mario Delgado se encuentra el senador Martí Batres, quien le tildó de neoliberal: el más terrible anatema en el diccionario de descalificaciones morenista.

La dirigencia de Delgado no es sorprendente, pues el coordinador de la bancada de Morena —y presidente de la Junta de Coordinación Política de la Cámara— ha sido pieza fundamental de la 4T. Él ha sido el artífice en San Lázaro de la aprobación de múltiples leyes y el alfil indispensable para la materialización de la alianza electoral de 2018 en acuerdos legislativos; principalmente en el marco de las reformas constitucionales, pues el lector recordará que Morena por sí mismo no alcanza las mayorías necesarias para las reformas a la Carta Magna.

Las desavenencias con el Partido del Trabajo tras la elección de la priista Dulce Mauri Sauri como presidenta de la Mesa Directiva enfriaron la relación del partido mayoritario con sus satélites. Sin embargo, parece que Delgado hizo uso de un buen manejo de crisis para sanear las diferencias con Fernández Noroña y con la dirigencia del PT.

La elección de Delgado ha suscitado cuestionamientos y especulaciones en torno a la intervención del presidente López Obrador, en lo que sería una clásica acción del PRI digna de Carlos Salinas de Gortari; cuando el hombre fuerte, a saber, el presidente de la república, decidía la elección de los candidatos de su partido a los distintos cargos de elección popular y al interior de la dirigencia partidista.

Según argüían los presidentes priistas, la decisión se consensuaba con las fuerzas internas del partido. Sin embargo, bien era sabido que la decisión recaía enteramente sobre el presidente, acción revestida de un supuesto ejercicio democrático al interior del PRI.

Morena se parece al PRI en la forma y en el fondo. El PRI se caracterizó por el poder omnímodo del presidente en turno y por la sumisión de la militancia a las decisiones que se tomaban en Los Pinos. Ahora Morena parece replicar —si concedemos que AMLO efectivamente intervino en el proceso de elección de Delgado— las tácticas priistas caracterizadas por un liderazgo unipersonal e intransferible. Conviene poner el acento en que el hombre fuerte del PRI cambiaba de nombre cada seis años, y despechaba en Los Pinos, mientras que en Morena se trata de una tradición que inicia, no sabemos a dónde llegará y que ejerce el poder desde Palacio Nacional. Forma… y fondo.