Las ofensas en redes y el comportamiento pasivo-agresivo de Ackerman son un cúmulo de intolerancia, machismo y abuso de poder.

Todo surgió como una disputa tuitera que fue escalando hasta el extremo de que en pleno programa al aire, frente al Secretario de Educación, Esteban Moctezuma, John Ackerman ignorara y agrediera con gestos a la periodista Sabina Berman, conductora del espacio en el canal de televisión pública, Once TV.

Días antes, entre un desplante y un acto celoso, Ackerman comenzó el hostigamiento en contra de Sabina Berman primero por ingresar al espacio de opinión en Aristegui Online y segundo, por asentar con la cabeza durante la participación de Denise Dresser.

Parece chiste pero es anécdota: cuál régimen franquista en el que una simple simpatía podía acarrear hasta la muerte, el académico que se jacta de militar en la izquierda “democrática”, estalla en cólera por el simple hecho de que su compañera conductora pudiera acceder a un espacio más y que se atreviera a “coincidir” con una “archienemiga” ¿ideológica? de la Cuarta Transformación.

En la miopía daltónica de Ackerman, no existen los matices en las opiniones, la objetividad en el análisis, el balance en el periodismo ni la ética en los medios públicos. Monopolizar las opiniones y ocultar las tendencias que el considera “opositoras”, llenando con sesgos la televisión pública no es únicamente un manejo indebido de recursos públicos -como el tiempo en televisión- sino que también es una afrenta al derecho a la información por parte de las audiencias y a la libertad de expresión.

Transversal a este pleito, está su masculinidad tóxica. Esa que le permite apropiarse de un canal de televisión pública al grado de sentirse con la autoridad de poner o quitar según sus simpatías o caprichos, ignorando la dignidad periodística, la objetividad y por supuesto, la independencia. Sabina Berman además de ser una profesional en toda la extensión de la palabra, prácticamente había sobrellevado -casi ignorado- varios excesos de Ackerman al frente del programa que comparten.

El académico abrió el ataque sin ser invitado al debate y en el tono más autoritario posible: por mover la cabeza, la acusó de coincidir con Dresser y de “fingirse” anti-neoliberal para “colarse” entre simpatizantes de la cuarta transformación, como si callarse abnegadamente a la visión única fuese requisito para el carnet de militancia, como si en democracia no fuese válido coincidir o disentir sin que eso implique una alta traición, como si quienes piensan distinto no fuesen compatriotas sino extraños enemigos.

La cereza en el pastel del acoso laboral -pues ambos son trabajadores de Canal 11 -: la amenaza de censura por no ajustarse a los “finísimos” criterios de Ackerman.

¿Por qué sentirse en el derecho de hacerlo? Primero, por ser hombre y en el pleno ejercicio de la autoridad patriarcal, dar o quitar la voz así como el pater familias romano daba o quitaba la vida. Sin justificación, sin razón, sin acto para castigar y mucho menos proporcionalidad en el castigo. Amenazar con la censura solo por quitar la voz o solo porque si. Porque cree que puede, porque el pacto entre hombres-autoridad le podrá cubrir aún si es un abuso mientras que la polarizada opinión pública hará lo propio: encargarse de “destrozar” simbólicamente a Sabina Berman por no ajustarse al molde estricto de aplaudidora leal.

Lo más triste es que los intentos de sacar a Berman de su propio programa se consolidaron en la censura simbólica, en el violento ostracismo de Ackerman en que hasta el propio Secretario de Educación, Esteban Moctezuma, fue rehén. Sabina lanza una pregunta directa y expresa al co-conductor, Ackerman sonríe, ladea la cabeza y tajantemente ignora a la periodista.

Se dirige al Secretario que, sin saber muy bien lo que tendría que hacer, sonríe y agradece la presentación, perdiéndose la oportunidad de dar a Berman su sitio y probablemente, sin querer, cumpliendo el ciclo del machismo: hombres que validan a otros hombres mirándolos agredir a una mujer solo porque aquello no les ofende directamente.

A decir verdad y después de dar vueltas sobre ESE acto, no me atrevería a culpar al Secretario Moctezuma, quien lamentablemente, estuvo en medio de un pleito que su propia investidura le impedía involucrase a más de lo que era su función en aquél momento: responder a una entrevista. Pero qué distinto habría sido que al menos él le diera su lugar a Sabina Berman, cediendo el breve momento de su recepción a que el conductor respondiera la pregunta que se le formuló – claramente, con toda la intención de orillarlo a pronunciarse sobre la violencia feminicida por la que protestaban mujeres en Cancún cuando policías abrieron fuego para reprimirlas y disuadir la manifestación.

Pareciera increíble que en televisión nacional y pública, seamos espectadores del abuso que se ejerce desde la arrogancia y certeza de que nada pasará. Desde la intolerancia machista y el hostigamiento. Todo por “mover la cabeza”, todo por “aceptar invitaciones” en espacios diferentes, todo por “adquirir conciencia y opiniones propias”. O deberíamos decir: todo por solapar a machos intolerantes en espacios de opinión.

Solidaridad con Sabina Berman. Bien recibidas sean las merecidas disculpas- si es que llegan -