Cuando por la mañana de hoy me topé con las reflexiones de José Carreño Carlón de que el modelo de AMLO se parece al de Echeverría y López Portillo, me di cuenta lo difícil que es encuadrar ideológicamente al nuevo presidente electo y su movimiento MORENA.

¿Cómo definir la ideología de este hombre tenaz, que llega al poder desafiando al sistema, ha despertado enormes expectativas entre los marginados y olvidados del país, y arriba con poderes inmensos?

Tiene rasgos, pero no es un retorno al Echeverrismo y Lopezportillismo

Tiene similitudes, pero las diferencias son mayores.

Sí, en efecto, se aprecia en AMLO el mismo afán de poder y control que hace tres décadas de Echeverria y López Portillo en el viejo sistema político mexicano. La presencia de Muñoz Ledo, con su estilo autocrático en el Congreso, es un reflejo. Pero no se perciben en el nuevo gobierno los desmanes populistas de aquellas épocas: los excesos de gasto, con sus secuelas de inflación y devaluación y un estatismo omnipresente.

¿Es el cardenismo?

AMO admira al personaje, pero en esencia lo que tenemos enfrente no es un cardenismo del siglo XXI. No hay los afanes expropiatorios de Pemex, y la CFE (esto último en la era de López Mateos). Sí predomina en AMLO la idea de la soberanía del estado sobre los recursos de la nación, pero este principio secular ha sido inamovible desde Cárdenas aunque en la era neoliberal, hoy difunta, se abrieron rendijas para la inversión extranjera, algo que habría repudiado Cárdenas. En el fondo AMLO reculó en este ámbito. En el TLC no renegó de la reforma energética, clave en su discurso antisistema que lo llevó al poder. Sí suspendió las licitaciones en Pemex, pero no está claro si es una cancelación definitiva o una revisión. Incluso está presionando para que se incorpore Canadá al acuerdo comercial con Estados Unidos. Una verdad del tamaño del sol es que el acuerdo comercial fue agradable a los oídos de Trump (y por ende) a la inversión extranjera. Obvio, si hay una vena social popular más que populista cardenista en el vigoroso movimiento social que impulsa López Obrador, pero en lo global no estamos ante la reencarnación del cardenismo.

No es Chávez

Estimado Gerardo Fernández Noroña: lamento decirte, pero la revolución bolivariana no está en los planes del nuevo mandamás de la política mexicana. Excelente para las clases medias que apoyaron a AMLO y abrigaron una duda en su corazón de que pudiera intentarse en México el aberrante experimento venezolano. Las simpatías por el Che Guevara sirvieron como elemento discursivo para cautivar a los jóvenes y no tan jóvenes simpatizantes de la izquierda. AMLO es un hombre con instinto, añejo jugador del sistema político mexicano al que conoce como pocos. No va a enfrentar los tremendos poderes fácticos -algunos abusivos- de la clase empresarial mexicana, en un territorio colindante con los Estados Unidos. Sí ejercerá presión dentro de las reglas del sistema procurar un mejor reparto y distribución del ingreso, por las diferencias vergonzantes entre ricos y pobres, un problema secular que urge ser atendido. Pero, insisto, lo hará hurgando en las raíces del sistema político mexicano del que surgió.

¿Es la social democracia europea?

Sí está presente un rasgo de esta línea ideológica en la profunda vena social de AMLO, pero las diferencias son más importantes que las semejanzas. La izquierda de AMLO no es moderna. AMLO no es Felipe González, el icono español quien proyectó en España un vigoroso cambio social, político y económico con una agresiva apertura de la competencia internacional. Por supuesto que AMLO no es un adalid del libre comercio. Cierto, tiene a Poncho Romo como cabildero plenipotenciario del empresariado, simpatiza con esta estrategia, pero ahí no está su esencia. Tampoco es la izquierda chilena de Michelle Bachelet, con mayores sintonías con la izquierda europea, con simpatías no disfrazadas hacia un neoliberalismo con mayor promoción del libre mercado y por supuesto con una vena social. Con AMLO no ha llegado la hora de la izquierda moderna que se demanda a gritos en México. No es moderno un proyecto como el del Tren Maya, sin sustento de una evaluación de proyectos. O el afán de imponer un proyecto alternativo al de la construcción del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, que puede tener favoritos y corruptelas, pero fue avalado por expertos internacionales. A diferencia de Salinas, que se ganó a pulso el repudio pero que tiene en su haber la implementación de un vigoroso programa de modernización, con jóvenes, López Obrador, que promete mucho en muchos ámbitos, en el balance, no tiene un buen equipo. Es un lado flaco del nuevo gobierno. Tampoco una izquierda moderna habría asumido el riesgo de una degradación de las calificadoras internacionales.

¿Es la república juarista o de Madero?

Mi punto de vista es que no. Falta ver al López Obrador ya sentado en la silla presidencial, pero no es mentira decir que en la transición ha mostrado ya, como habría dicho Daniel Cosío Villegas, un estilo personal de gobernar que no es el del juarismo ni el del apóstol Madero. Juárez quizá no habría visto con buenos ojos los visos de supeditación de organismos electorales a la voluntad de un presidente, que, de facto, ya está ejerciendo el poder. Ni el uso del mayoriteo del legislativo, como sucedió ayer, para encontrarle una salida a un gobernador/Senador, para pagar una deuda política de campaña. También tengo mis dudas de que Madero, con una tibia voluntad de poder, pero convencido de impulsar la democracia, haya estado de acuerdo con un presidencialismo como el que podría ejercer López Obrador, con el enorme poder que le ha delegado el electorado.

Ciertamente hay una coincidencia entre AMLO, y el juarismo y Madero, en el apostolado por los marginados; pero en el balance, por lo que hemos visto, hay disonancias importantes con estos movimientos ideológicos que dejaron huella en la nación, y el que pregona el nuevo líder de México.

Hacia una definición ideológica (tentativa)

Si AMLO no es Chávez, y tiene rasgos del Echeverrismo y Lopezportillismo, así como del cardenismo, pero no refleja en el balance estas ideologías ni tampoco encuadra en la vena de la social democracia europea, ¿entonces qué demonios es?

Aventuro una respuesta incompleta:

AMLO parece representar una izquierda popular, no necesariamente populista, con una vena profunda de justicia social, distante de la social democracia europea.

Es harto prematuro aventurar un juicio sobre las posibilidades de éxito del proyecto de nación de López Obrador. Su capital político es enorme, y nadie puede asegurar en este momento que cumplirá sus metas de justicia social, promoviendo también el desarrollo económico y crecimiento que tanto necesita el país. Justamente, este dilema de justicia social versus modernización está vigente en la historia política de México desde la segunda mitad del siglo XIX.

AMLO merece la mejor de las suertes. Pero la lección de la transición es que hay, sí, muchas posibilidades y riesgos.