Ocurrió durante a fines del siglo XVIII. En Francia, los reyes no eran muy populares para entonces, y en particular la reina, María Antonieta, la princesa austriaca que años atrás (en 1770) se había casado con Luis XVI. El pueblo estaba hambriento, porque una de las bases de la dieta gala, el pan, estaba con el precio por las nubes, y obviamente reclamando a los reyes de dicha alza en los precios. Entonces, cuentan las malas lenguas, María Antonieta se manda una de esas frases de antología que, de tan desatinadas, hasta se duda que sea verdad o no que lo haya dicho: “entonces que coman pasteles”. El resultado es que al pueblo no le gustó mucho dicha respuesta, al punto que se desató una Revolución, de esas con mayúsculas, la de 1789, cuyas consecuencias fueron tan profundas que no sólo marcaron la clasificación de las etapas de la Historia, sino también la forma de gobernar, dando paso a las democracias liberales.

No digo que lo que ocurre en estos días tenga esa trascendencia, pero, como es de conocimiento público, y he ido informando de forma gradual en estas semanas, las protestas están a la orden del día en diversas partes del mundo, especialmente en América Latina (con el protagonismo de Chile, pero también Ecuador, Colombia, Haití, entre otros), y ahora el estallido social se trasladó al otro lado del Atlántico, específicamente en Francia.

La semana pasada estalló en este país europeo una fuerte protesta por las intenciones del gobierno de Emmanuel Macron, principalmente ante la presión de una huelga masiva de los ferrocarriles y el transporte metropolitano.

Según el gobierno francés, el principio básico de la reforma es el de reemplazar los actuales 42 sistemas de pensiones, donde estas se calculan en función del número de trimestres aportados y donde cada uno acumula puntos a lo largo de su carrera y por cada hora trabajada. Como resultado, la reforma pondrá fin a la regla de evaluación comparativa durante los mejores 25 años para los empleados privados y los últimos seis meses para los funcionarios públicos. A partir de la entrada en vigor de la reforma en 2025, se tendrá en cuenta toda la vida profesional, unificando el sistema de pensiones.

Sin embargo, los sindicatos temen que el nuevo sistema postergue la edad de jubilación, actualmente de 62 años (de hecho, sube a 64 años), y disminuya el nivel de las pensiones (se establece un mínimo de 43 años trabajados). Este debate también ha estado presente en la agenda política, económica y social de otros países (especialmente en Chile, pero también en otras partes de América Latina, como en México). Se ha indicado que hay elementos comunes, básicamente la resistencia a ajustar las pensiones para que el sistema sea sostenible a pesar del envejecimiento, esto porque una de las propuestas importantes de la reforma, y que modificará el nivel de las pensiones, afecta al modo de cálculo de la pensión de jubilación; es decir, se tomará en cuenta toda la carrera en el cálculo de la pensión y ya no, como es el caso para los asalariados del sector privado, los 25 mejores años, o los últimos seis meses para los funcionarios.

Lo cierto es que las protestas continúan (incluso se llama a una huelga general para este 17 de diciembre), el gobierno francés insiste en que no dará su brazo a torcer, por lo que no se ve pronto una solución, ni menos que se detengan las protestas en las calles de París y otras ciudades de Francia.

Es verdad, ahora no se reclama por el precio del pan y que se ofrezca pasteles. Pero, el tema del seguro social y de las pensiones es un tema lo suficientemente delicado, si no se logra una jubilación justa, como para que los franceses no sólo se preocupen de comer buen pan.