El contexto fue la campaña electoral estadounidense de 1992: después de más de una década de gobierno republicano (es decir, de derecha), incluyendo el polémico doble período de Ronald Reagan, los demócratas tenían la posibilidad de volver a la Casa Blanca. Un -entonces- joven líder, William (Bill) Clinton, mucho más pragmático en política que sus antecesores, y el primero con posibilidades reales de volver a su sector a la presidencia estadounidense tras el fin de la Guerra Fría (y la extinción de la Unión Soviética), le enrostraba a 12 años de administración republicana que, más allá de los niveles de aprobación (el entonces presidente, y candidato a la reelección, George H. Bush, tenía entonces un 80% de respaldo), nuestro vecino del Norte pasaba por un momento de recesión económica. Entonces, Clinton recalcó cuantas veces pudo la desde entonces clásica frase: “¡es la economía, estúpido!”, enfatizando la importancia de los temas y logros económicos de un país, más allá de los respaldos o rechazos aparentes de tal o cual líder político. Así pareció entenderlo, al final, la población estadounidense, y Bill Clinton revirtió el inicial respaldo de Bush padre, convirtiéndose en el 42° presidente en la historia del norteño país.

La importancia del tema económico ha sido transversal a la historia de la Humanidad. Dependiendo del éxito y de que los logros o fracasos económicos de un país haya expresado en la población, especialmente en los sectores más vulnerables, se han dado consecutivamente las movilizaciones sociales. Se han dado en diversas latitudes y momentos, pero casi siempre por un motivo común: el profundo descontento a la situación política y/o social de su país.

Las protestas que se han realizado en estas últimas semanas, especialmente en Sudamérica, parecen expresar este descontento: Chile, Ecuador, Colombia, Haití, y más recientemente Bolivia, con resultados diversos. Parecen, a primera vista, responder al señalado descontento. Pero, sólo en el caso de Bolivia han terminado, hasta ahora, en la salida de su Jefe de Estado.

Lo anterior no deja de ser curioso. Como señalé, el descontento pareciera ser normalmente originado por problemas sociales que, a su vez, desembocan en problemas de inestabilidad política. Pero ¿ha existido un proceso de descomposición social en Bolivia?

Lo anterior lo marcaré bajo el prisma que, por lo general, ha justificado la derecha política para oponerse a algún gobierno: la eventual incapacidad de éste para responder a los requerimientos económicos. ¿Qué ha ocurrido con Bolivia?

Estamos, primero que todo, hablando del primer presidente de Bolivia de ascendencia indígena desde la independencia de este país de España en 1825. Este dato no es menor, tomando en cuenta que el 40% de la población de dicho país se identifica con alguna etnia indígena. Además, se trata de un Jefe de Estado atípico en los titulares de los respectivos Ejecutivos, al tratarse de un histórico líder social sin mayor instrucción educativa formal, más allá de los largos currículum vitae en famosas Universidades que los candidatos nos suelen señalar para mostrar sus “competencias” para dirigir un país.

En destacados y principales índices económicos, normalmente señalados para mostrar las capacidades y avances en la agenda económica, el gobierno de Evo Morales tuvo éxitos respecto del país que encontró cuando asumió la presidencia en 2005:

  • En el PIB a los precios actuales, pasó de 9,549 mil millones de dólares a 40,288 mil millones de dólares en 2018;

  • En índice inflación anual, de 4.91% en 2005 pasó a un 1.51% en 2018;

  • En esperanza de vida, pasó de 65.3 años a 70.9 años en 2018;

  • La cantidad de bolivianos que vivía debajo de la línea bajó de un 63% a un 35%, de acuerdo con las cifras del Banco Mundial;

  • El crecimiento económico del país sudamericano con un promedio del 4,9% cada año, según los últimos datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL);

  • La reducción brusca de la tasa de analfabetismo en solo dos años: del 13,3% al 4,7% entre 2006 y 2008;

  • El aumento del presupuesto en salud en más de un 170%.

Esto es particularmente exitoso en un lugar como Latinoamérica, particularmente afectada históricamente en materia de índices económicos, pero con mayor incidencia desde la crisis económica mundial de 2007.

Se podrá cuestionar lo relativo a los procesos electorales, manto de duda en lo que se ha relativizado con fundamente la opinión preliminar expresada por la misión observadora de la OEA. Pero, ante el argumento clásico de los sectores conservadores para denostar a un gobierno progresista, es válido preguntarse: “¿es la economía, estúpido?” … bueno, parece que no siempre…