La pregunta que esconde las claves de si serán exitosas las expectativas de AMLO de que los grandes empresarios cumplirán sus promesas de detonar sus inversiones en el 2020, es la siguiente:

¿Puede funcionar - y ser efectivo- en la atmósfera que ha gestado en la economía el gobierno de López Obrador, el principio de la supeditación del poder económico a la esfera de rectoría del estado de la 4t, y, más precisamente, a la voluntad del presidente?

Hay que sondear en las entrañas de cómo toman sus decisiones de inversión el reducido núcleo de empresarios - ¿10, 15, menos de 20- ?, que configuran el centenar (¿) de compañías, que movilizan millones de empleos, y decenas de miles de millones de dólares en proyectos, que configuran la élite del poder en México.

Y, en particular, cómo parecieran estar percibiendo estos grandes capitanes las estrategias y políticas económicas del nuevo gobierno; para de ahí, derivar las posibilidades de que cumplan sus promesas de elevar la inversión en el año venidero.

 

Pareciera ser un secreto a voces.

En corto, con sus íntimos, y asesores, los grandes capitanes de empresa de México parecen pensar: “Este hombre, López Obrador es de temer”.

Saben de la veta -enorme- al menos por ahora, de legitimidad del presidente en las urnas, y, sobre todo, en el Congreso, donde tiene la fuerza, que ya ha usado, para imponer leyes e incluso cambiar la constitución.

El “manotazo” de la cancelación del Aeropuerto Texcoco remitió el mismo mensaje a dos destinatarios; para el grupo de Peña Nieto, y los empresarios involucrados en los millonarios contratos de esa obra: de que a partir de ese momento las decisiones económicas se supeditaban al interés de la nación, en la visión del presidente.

No se puede esconder el sol con un dedo. Fue una pésima decisión económica. No sé si en el fondo AMLO lo sepa. Quizá sí. Pero estamos frente a un hombre, voluntarioso, terco, con ideas fijas, preconcebidas -no necesariamente modernas- que razona políticamente. No en base a la economía.

Ok, está claro que el letitmotiv de la 4t, del AMLOECOMIC con el poder económico, es el temor.

¿Funciona?

Oteando en la dinámica de cómo se gestan los grandes y jugosos contratos de las poderosas élites de negocios en México, hay razones, para que pueda cuajar en la práctica el principio del temor con este grupo de millonarios, y elevar la inversión.

  • Uno, no pocos tienen esqueletos en el armario. En la era del capitalismo clientelar del multimentado neoliberalismo, recibieron prebendas, tratos especiales.

Dos botones de ejemplo: la estrategia de consolidación fiscal que mencionaba ayer, que permite descontar impuestos de subsidiarias con ganancias, de otras con pérdidas. El otro, la condonación de impuestos. Ambos, por cierto, limitados por la 4t.

  • Otro, sus negocios también - en no pocos casos- operan en empresas que no son sacrosantas en competencia. Al contrario, tienen tintes oligopólicos, con pocos jugadores dominando el mercado, y -ojo- el precio, que les generan más ganancias que las que tendrían en un marco de mayor competencia.

Cuando se escriba la historia de las relaciones del poder económico y político en México en la era moderna -digamos después de la década de los 30´ del siglo pasado- se encontrará que al configurarse con el tiempo la estructura de estas élites de negocios con su enjambre de empresas que abarcan la construcción, minería, acero, cemento, telecomunicaciones, cadenas de televisión gigantes, entre otras, el estado toleró ese esquema oligopólico, y declinó o al menos no utilizó en todo su potencial la herramienta regulatoria; la vía para moderar este poder.

El ejemplo, de libreta, que generó este modelo mexicano de relación entre estado y empresas -para estudiar en Harvard y London School- es el de Carlos Slim.

¿Habría alcanzado Slim el éxito que le abrió la puerta a ser por un tiempo el hombre más rico del mundo, si hubiera nacido en Nueva York, Hong Kong, Londres, o Seúl?

No.

Su capital originario, como dicen los historiadores del crecimiento, se gestó, por el estado, al lado de un presidente de la república, que -por su voluntad- entregó la principal empresa de comunicación del gobierno -Teléfonos de México- en condiciones ventajosas, inmune a la competencia por más de una década, y con libertad en la fijación de precios.

¿Hay mejor negocio?

Con el tiempo, la figura alcanzó tal estatura que desafió al estado.

Al menos después de Fox -Calderón y Peña- trataron de afilar las puntas del imperio de Slim, aquí sí, con regulaciones, para procurar precios más competitivos.

Los resultados fueron insuficientes.

Hasta que se le apareció un cisne negro, un fenómeno no previsto: AMLO.

Como telón de fondo de las relaciones complejas del nuevo gobierno con los empresarios que configuran la élite del poder, está este enfrentamiento -real- entre el hombre más millonario de México y el más poderoso políticamente.

Al final, el instinto del empresario, le aconsejó a sí mismo plegarse al estilo de López Obrador, a sus reglas; en parte por esta génesis de su fortuna.

  • El caso de Slim, también apunta hacia el otro factor que despierta temor entre la clase empresarial en México: las concesiones del gobierno en los negocios.

Hay dos casos notables. Las telecomunicaciones, con Telmex, que derivó en Telcel; y las televisoras, Azteca y Televisa. Además de las decenas de concesiones en la industria de la radio.

Es el sueño negro de las empresas: ¿El estado podrá echar mano de este recurso a la mano, en tono amenazante?

Al parecer, los gobiernos lo han usado para negociar, no como efectiva amenaza.

¿Puede un hombre con el poder de AMLO echar mano de ese recurso?

Sólo él lo sabe.

El temor, en efecto, es un instrumento disuasivo. Ya lo decía Maquiavelo: “Más vale ser temido que ser amado”

¿Pero es suficiente para alentar el ánimo de inversión de los grandes capitanes de empresa?

Pareciera que no.

 

Quizá el aspecto más incomprendido, me atrevo a decir, por AMLO y los ideólogos de la 4t, es el de que las empresas operan sus decisiones de inversión, de ampliar proyectos o no, en base a la ganancia.

Es el letitmotiv de los negocios. La piedra filosofal del capitalismo. Adam Smith, el economista inglés del siglo XVIII, le decía, afirmaba que el motor de la economía es el egoísmo.

Es autor de dos frases:

“No es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés”

“(El individuo) al perseguir su propio interés frecuentemente fomenta el de la sociedad mucho más que si en realidad tratase de fomentarlo”.

Con el tiempo, al estudiar el móvil de la inversión, ha quedado claro que está opera, sí, buscando el propio interés, el mejor producto, la mejor perspectiva para el cliente; pero sujeto a otras dos condiciones:

Primero, la expectativa de ganancia.

Segundo, el respeto (y la seguridad) a la propiedad.

Ahí está el detalle de la 4t, como decía el célebre Cantinflas.

El temor como estrategia, la pinza del poder del estado supeditando al poder económico, es relevante, sí, harto; pero no suficiente: importa también que haya expectativa de ganancias y certidumbre en los derechos de propiedad, además de seguridad.

El consenso de los tomadores de decisión, expertos, calificadoras, analistas, en relación al análisis de los datos relevantes del desempeño económico, y de las diversas estrategias de política publica concerniente a los negocios, parece ser razonable en cuanto a que al menos en el primer año de gobierno de la 4t, ha habido un decaimiento del ánimo inversor. Y por ende de la actividad productiva, del empleo, de la gestación de nuevos patrones.

 

Entramos a las previsiones, basadas en las ideas expuestas aquí.

, es posible que la percepción de respeto o temor a la autoridad presidencial, que goza de un poder inédito, aliente las inversiones. Pero se trata -matiz relevante- no de que los grandes capitanes de empresa inviertan en el 2020 lo mismo, sino más que el año pasado, para estimular un crecimiento del PIB de 2%, como lo señala el Paquete Económico.

¿Invertirán lo mismo, o más, y, si es mayor, qué tanto?

Muy difícil saberlo.

Empero, si la confianza de los consumidores no repunta. Si compran, como está pasando, menos vehículos; o reducen su apetito por bienes duraderos, o de bienes de consumo, ¿por qué invertir más?

Si la inversión pública declina para financiar el gasto social (la principal prioridad del nuevo gobierno y lo que está en el corazón de AMLO, quizá no tanto en su mente), ¿por qué invertir más?

Si los agentes económicos se muestran temerosos de una propuesta de reforma fiscal, que busca elevar la recaudación y combatir la evasión, condenando a quienes compren o emitan facturas falsas (loable), pero equipara este delito al de delincuencia organizada (controvertido), ¿por qué invertir más?

Si el mundo se tropieza con una recesión, alentada por los tambores de guerra económica entre Estados Unidos y China, y decae la demanda mundial de los productos que compran los grandes países afectando las exportaciones mexicanas y los negocios con ese país, ¿por qué invertir más?

Si es incierta la aprobación del acuerdo de libre comercio en el Congreso de los Estados Unidos, ¿por qué invertir más?

En el balance, considerando las fuerzas que mueven a incrementar la inversión de las grandes empresas, y la que la inhiben, la respuesta de qué pasará se ubica en el terreno de la incertidumbre.

Hay un camino para elevar esta posibilidad.

Regresando a principio pilar, instrumentado por el AMLOECONOMICS, de supeditar el poder económico al político, reformar este principio.

Usando, si la presión del estado, pero para alentar la actividad económica.

Una fuerza redirigida, orientada a despertar el ánimo inversor, que se encuentra aletargado. Y también su poder regulatorio para fomentar la competencia.

De este punto, hablaremos en otro momento.