A raíz de la acusación que hizo Ricardo Sevilla en el sentido de que hubo una campaña para impedir que Andrés Manuel López Obrador llegara a la presidencia, dirigida por Enrique Krauze y el airado rechazo de este a tales afirmaciones, el Presidente declaró que el Estado no persigue a  escritores pero no protegerá a los intelectuales orgánicos. Quiero entender que quiso decir que su gobierno no tendrá intelectuales orgánicos.

La diferencia entre las dos afirmaciones es importante. Un intelectual orgánico es aquel que apoya a un régimen, aquel cuya producción escrita o su actuación se dirige a respaldar la permanencia de un sistema. En esta categoría pueden entrar politólogos, escritores, periodistas, artistas, teóricos de las ciencias sociales o investigadores. Toda una gama de trabajadores de la ciencia y la cultura, empresarios o personajes de alto perfil público pueden convertirse en intelectuales orgánicos si de manera sistemática ayudan a un sistema a mantenerse en el poder.

Es lógico y hasta esperable que cada régimen tenga a sus propios intelectuales orgánicos, que los cultive, los apoye y los atraiga. Sería muy ingenuo, por no decir que tonto, aquel poder que desperdiciara las habilidades de esta parte de la sociedad para conservar el poder. Más ingenuo, y más torpe, sería pensar que un régimen incluirá en sus filas a sus críticos; lo hace después de un proceso de “conversión” pero siempre tendrán menos credibilidad.

Un asunto distinto, aunque relacionado, es si esos intelectuales orgánicos obtienen prebendas o privilegios por apoyar al poder. En la historia reciente de nuestro país, y a decir verdad en la mayoría de los casos en la historia, estos dos elementos han estado estrechamente relacionados. A los apoyadores se les conceden becas, viajes, acceso a información especial, presencia en los medios, foros y varios etcéteras, entre ellos, también, la burda paga ampliamente conocida como “chayote”. Digamos que el abanico es tan amplio que cobija desde intelectuales hasta “chayoteros”; entran en el saco tanto aquellos que se hacen desear por su mente privilegiada como el que recibe una dádiva por escribir, así sea en forma rústica, una nota de las que se clasifican como “buena prensa”. Visto así, los primeros negocian o exigen, en tanto que los últimos piden. Es una cuestión de grado, donde también entran otros elementos como la condición de clase, el nivel de instrucción o el status de poder en el que se mueve el intelectual orgánico.

Desde que Antonio Gramsci acuñara el concepto de intelectual orgánico, el mundo de la política ha cambiado y se ha vuelto más complejo. Algunos intelectuales orgánicos ni siquiera necesitan defender al sistema, es más, pueden permitirse ser críticos, con cierta moderación, lo importante es descalificar a los oponentes del sistema, y cuanto mejor se haga, con más coherencia y elegancia, mejor cotizado estará como intelectual orgánico.

Casi cualquiera que haya pasado por alguna oficina gubernamental sabe de qué hablo. En el periodismo, por ejemplo, están los jefes de publicidad o reporteros que deben acudir cientos de veces a los jefes de prensa de las oficinas de gobierno para solicitarles, casi rogarles, que les compren espacios. Del otro lado, están los directores de medios, escritores o columnistas que tienen derecho de picarporte con los secretarios de Estado o que de manera frecuente coinciden en entrevistas, eventos o reuniones sociales. No tienen más que pedir apoyo para sus publicaciones y este será concedido. No sólo eso, no ha faltado quien “acusa” a los jefes de prensa de ignorar a sus publicaciones en las cuentas de publicidad. Además de aguantar el regaño, en incontables ocasiones los jefes de prensa han tenido que hacer piruetas con sus presupuestos o con sus pautas publicitarias porque al jefe no se le dice “no”. Y si el presidente, un secretario, subsecretario o director general ordenaba publicidad para una revista o periódico, simplemente se acataba la orden. ¿Que la revista en cuestión no tenía mucha circulación? Eso era lo de menos, si el lector número uno era un alto mando.

Que Enrique Krauze ha sido un intelectual orgánico, ni quien lo dude. Si es tan inteligente como lo considero, no lo podría negar ni él mismo. Su posición crítica hacia López Obrador fue muy bien aprovechada en el pasado tanto por las administraciones priistas como por las panistas. El ensayo sobre el perfil del ahora presidente, publicado en 2006 en Letras Libres, sí, la revista que dirige Enrique Krauze, hubiera sido un excelente ensayo, muy crítico sí, ideologizado también, pero bien realizado con material obtenido de una extensa entrevista que de buena fe le concedió en 2003 López Obrador, entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal. El obsequio incuestionable para los enemigos de López Obrador fue el título de aquel ensayo: “El mesías tropical”. Me tocó conversar con oponentes de AMLO que ni siquiera habían leído el texto de Krauze, pero utilizaban el mote como insulto lapidario para descalificarlo. Además Letras Libres lo publicó con una ilustración agresiva que reafirmaba el sentido del título. López Obrador caricaturizado como figura celestial con un logotipo en el pecho parecido al de los superhéroes, con un collar de flores y un listón que ondeaba sobre nubes a los pies de esta figura aparentemente divina y donde, en lugar de una escritura sagrada, se leía “yo soy la verdad, el camino y la esperanza”. ¿Más orgánico con el sistema que eso? Los curiosos pueden revisar la publicidad de ese número de junio de 2006.

Por otro lado, es necesario hacer una distinción importante entre el Krauze historiador y el autor de textos de opinión sobre temas políticos. La rigurosidad de los estudios históricos, por los que admiro y respeto a Krauze, tienen poco que ver con los textos sobre temas políticos que parecían maquilados por encargo. Si no lo eran, parecían. Y ya se sabe lo del pato… que si camina como pato…

Enrique Krauze no puede pretender vender ahora una figura impoluta, objetiva y ajena a los intereses políticos. ¿Qué obtuvo? Por ahora sólo él lo sabe. Ojalá fuese posible una investigación o evidencias que nos ofrezcan más que dimes y diretes. Los hábitos de la cultura política mexicana, para bien y para mal, no suelen dejar registro de estos intercambios. Si Ricardo Sevilla, el editor que hizo la denuncia sobre la campaña antiMLO, esto no hará gran diferencia; sólo corroborará lo que ha ocurrido cientos de veces con muchos otros personajes.

Ni qué decir de los empresarios. La clase empresarial ha velado por sus intereses de todas las maneras que le ha sido posible. El problema ha sido señalar nombres. Eso puede ser grave… por todas las omisiones que implica. ¿Ya olvidamos las campañas negativas contra López Obrador? Las acciones ilegítimas o declaradamente ilegales durante las campañas electorales para enfrentar su popularidad.

Lo más rescatable de todo este asunto es el ofrecimiento presidencial de que no habrá intelectuales orgánicos. Así quiero interpretar sus declaraciones. Que no habrá privilegios para quienes hablen bien de su administración, ni represalias para quienes se muestren críticos. Los críticos que sirven a otros intereses no son intelectuales orgánicos; si ya no están en el poder gubernamental, no son más que voceros, aliados o militantes de otro grupo político. Pero no por ello dejan de tener poder. Y en el lado crítico u opositor al régimen hay poder económico tanto como ideológico. Si desean un botón de ejemplo, está la votación contra la interrupción del embarazo en el Congreso de Veracruz, con mayoría morenista, pero hay mucho más, como dar cargos a personajes oscuros, que no movieron un dedo para encumbrar a Morena. Estos engendros no pueden siquiera aspirar a llamarse intelectuales orgánicos y deberían ser extirpados inmediatamente.