Algo tiene de razón el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, cuando dice que más que lo que pueda medir el PIB (Producto Interno Bruto), a él lo que le importa es el desarrollo de la gente.

Tiene razón, porque en un país como el nuestro, marcado por la desigualdad, no tendría sentido hablar de una poderosa economía, si el desarrollo y expansión de ese poderío no es parejo y en lugar de ayudar a la gente a salir de la pobreza los sume más en esa condición, sin ofrecerles condiciones propicias para pretender salir de ella.

Porque ese es el reto; encontrar los equilibrios que permitan relacionar el desempeño de la economía con las posibilidades de desarrollo de la gente.

Okey, sigamos hablando de PIBs y demás monerías macroeconómicas, pero siempre y cuando ello conlleve a crear condiciones encaminadas a que cada día más personas puedan salir de la pobreza.

Y más que la mera mención de buenos deseos o valores intangibles, ello implica contar con indicadores reales y medibles que no solo reflejen los efectos de una política paternalista...

No se trata solo de ver cuántas veces a la semana la gente come carne, si ese hábito no es resultado de una política económica sostenible que le genere a esos mexicanos condiciones para ir mejorando en ese y todo indicador que permita medir y entender tanto su calidad de vida, como las posibilidades de acceder a mejores oportunidades de desarrollo.

De nada sirve desconocer los datos duros, porque el hecho es que la solidez de una economía se refleja en el PIB, y esa solidez refleja a su vez el desempeño de cada uno de los sectores productivos y entidades económicas que inciden en ese resultado.

El PIB es fundamental porque refleja indicadores tan importantes como el avance de la economía y la consecuente generación de empleos formales.

Por otro lado, el desarrollo, así, sin mayores etiquetas, deja todo a la subjetividad y no se refleja en indicadores puntuales que puedan ser medibles (no sobra recordar aquella sentencia que dice que “lo que no es medible, no es mejorable”).

Pero si retomamos la esencia de la aspiración al desarrollo, lo que habría que medir es el índice de Movilidad Social, que sintetiza en un indicador, una serie de criterios que permiten entender qué posibilidades tiene una persona en situación de pobreza, de salir de esa condición.

Y ya ubicados en ese terreno tan medible, lo que hay que decir es que México se ubica en el lugar 58, en una lista de 82 países, que mide el índice de Movilidad Social, que recientemente presentó el Foro Económico Mundial (WEF por sus siglas en inglés).

Esto significa que los mexicanos tienen menos posibilidades de salir de pobres que ciudadanos de países como Grecia, Rumania o Chipre, que podríamos suponer que estarían peor que México a este respecto, y que en esa clasificación ocupan los lugares 48, 42 y 29, respectivamente.

Y lo que, citando un clásico, ya calienta, es que ocupan mejores lugares en el listado otros países latinoamericanos como Argentina, Chile, Costa Rica y Uruguay, que están en los sitios 51, 47, 44 y 35.

Claro, nada que ver con los lugares que ocupan nuestros supuestos socios comerciales, Estados Unidos y Canadá, que se ubican en las posiciones 27 y 14...

Y menos con los países que ocupan los primeros 10 lugares de la clasificación: Dinamarca (1), Noruega (2), Finlandia (3), Suecia (4), Islandia (5), Holanda (6), Suiza (7), Austria (8), Bélgica (9) y Luxemburgo (10).

El hecho es que la realidad nos está estallando en la cara, y más que la pobreza, lo que esté traduciéndose en protestas en varias partes del mundo, tiene que ver con la ofensiva desigualdad que abre una brecha entre ricos y pobres, y esa inmovilidad social que hace que millones estén condenados a la pobreza solo a partir del lugar en el que nacen...

Lo había dicho en otra ocasión, pero por demoledor que suene, el código postal en que una persona nace define su posibilidad de mejorar en la vida.

Es por ello que al referirse al estallido social que se ha vivido en Chile, el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, ha dicho: “La sorpresa es que el malestar en América Latina tardara tanto en manifestarse”.

Stigliz insiste en que quienes gobiernan países con altos niveles de desigualdad y pobre movilidad social, deben tomar medidas que, sin descuidar los valores fundamentales del análisis económico, sí tengan como prioridad a la gente.

En ese mismo se han manifestado desde la ONU Organización de las Naciones Unidas), cuya filial, ONU Habitat, ha manifestado preocupación porque las políticas urbanas y habitacionales descuiden objetivos de carácter social, que tendrían que ser la prioridad al momento de definir visión, inversiones y acciones de gobierno.

De acuerdo con ONU Habitat, los gobiernos tienen la oportunidad de hacer que viviendas y ciudades se conviertan en motores de desarrollo social y económico con alto impacto en la movilidad social.

Alto impacto que en México hace mucha falta, ya que de acuerdo con el Centro de Estudios Económicos Espinosa Yglesias, siete de cada 10 mexicanos que nacen en pobreza no superarán esa condición a lo largo de su vida…

Demoledor… Demoledor y revelador... La movilidad social es un activo prácticamente inexistente en nuestro país…

Y ojo, que si de por sí el promedio es muy preocupante, desmenuzando los datos encontramos que la desigualdad se vive en varias dimensiones, ya que mientras en el sur de cada 100 personas nacidas en pobreza, apenas 14 logran salir de ella, en el norte, de 100 que nacen pobres, 46 logran salir de esa condición.

El estudio del Centro Espinosa Yglesias señala que el mayor efecto sobre la desigualdad de oportunidades proviene de la riqueza del lugar de origen, seguido del grado de educación de los padres y complementado en forma muy relevante por las características del barrio en que se vive desde el nacimiento y hasta los 14 años.

El estudio es contundente; México se caracteriza por una baja movilidad social y 48% de la desigualdad en los logros de la población se debe a que las oportunidades de desarrollo son diferentes en función al lugar en que cada persona nace.

Decir que el lugar en que naces condiciona tu futuro implica reconocer el papel que juegan en ello región, ciudad, barrio, conjunto urbano y vivienda… Porque es en ellos en donde a fin de cuentas nace la gente y encuentra o no las oportunidades que habrán de definir su futuro.

¿Estamos haciendo bien las cosas?

Evidentemente no, si a partir de nuestras estructuras urbanas y viviendas estamos provocando esos niveles de inmovilidad social y esos contrastes de desarrollo social entre las diferentes regiones del país.

Ahí está el reto... En crear entornos que multipliquen las oportunidades de todos, buscando en el proceso equilibrios que permitan que el desarrollo económico siga el mismo camino y tenga objetivos comunes con el desarrollo social.

Que nos quede claro; sin desarrollo social no tiene sentido el desarrollo económico... Sin desarrollo económico el desarrollo social pierde viabilidad.

Horacio Urbano es presidente fundador de Centro Urbano, think tank especializado en temas inmobiliarios y urbanos

Twitter: @horacio_urbano

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