¿Es Manuel María Ponce (1882-1948) el fundador de una genuina música mexicana? La respuesta se perfila de acuerdo a la perspectiva ideológica con que se aborde la cuestión. Para quienes el surgimiento de “lo mexicano” en las expresiones artísticas se inicia posteriormente a la Revolución Mexicana y con la adopción del discurso ideológico y político de la misma, en Ponce puede reconocerse incluso a un traidor (aunque participó en las conferencias del Ateneo de la Juventud en 1909, poco después aceptó una beca del gobierno huertista para dedicarse por completo a la composición). Para quienes piensan lo mexicano en el arte como un proceso que anida en el siglo XIX y que en la música empieza a gestarse a finales del Porfiriato, y que ven a Ponce como el incansable investigador, estilista, armonizador y organizador del canto popular llevándolo a la sala de conciertos y a todo el territorio nacional, este compositor es el padre de la música mexicana. Lo cierto es que ambas posturas están parcializadas por el sesgo ideológico y quizá ni una ni otra descubre al verdadero artista. En realidad, más que típicamente encarnar una época o corriente, el compositor se construyó, autocrítico, como artista: se creó a sí mismo tratando de desdeñar, en lo posible, las circunstancias políticas, que no las estéticas.

Nacido en 1882, creció en la misma apacibilidad provinciana porfirista de Saturnino Herrán y Ramón López Velarde (dos tristes jóvenes muertes). Los tres caminaron y conversaron, interesándose, en el jardín San Marcos de Aguascalientes. Educado musicalmente desde la infancia, pronto sintió la necesidad de superar sus conocimientos como pianista y compositor. Después de una breve estancia en la ciudad de México, ambicionó conocer la música contemporánea y partió a Europa en 1905. Al regreso: el Ateneo de la Juventud, la revolución, la “colaboración” con Huerta, el exilio cubano, el fracaso neoyorquino y, al fin, la reconciliación y la vuelta al país en 1917. Dirigió la Sinfónica Nacional de 1918 a 1920, escribió crítica musical, impartió clases, pero sobre todo, estrenó obras propias que mostraron su evolución y le proporcionaron un sólido prestigio como creador. Insaciable siempre, decidió volver a París y obtener, a los cincuenta años, un título como compositor bajo la tutela de Paul Dukas. Regresaría para ser director del Conservatorio Nacional de Música y, a partir de 1945, de la Escuela Nacional de Música de la UNAM.

Entre reconocimientos y ataques en el terreno no musical, regresó a la patria para proseguir la formidable tarea de explorar la música popular y a mostrar la contemporaneidad de su lenguaje musical expresado en obras para piano y guitarra y, fundamentalmente, en su Concierto para Violín y Orquesta. Músicos de la talla de Andrés Segovia y Henrik Szeryng internacionalizaron sus conciertos. Sus canciones son reeditadas, grabadas e interpretadas hasta el día de hoy. Concierto del sur, es un clásico de la guitarra; “Estrellita”, un fenómeno universal. Se trata de un caso nítido en el que la obra esforzada trasciende al individuo.

Manuel M. Ponce se creó de manera inteligente a sí mismo; se construyó. Transitó épocas distintas exhibiendo con su arte no una ruptura violenta sino un sereno proceso de aprendizaje, asimilación y creación que lo convirtió en un compositor mexicano fundacional, a la vez que creador universal. En 1998 se ha cumplido el cincuentenario de su fallecimiento y la colección Ríos y Raíces del Conaculta ha publicado un ensayo de Ricardo Miranda sobre su vida y obra. Presenta un breve recuento biográfico y contiene completos e interesantes catálogos sobre su obra.

Manuel M. Ponce. Ensayo sobre su vida y su obra. Ricardo Miranda. Conaculta. 1998.

Diciembre de 1998

P.d. Texto incluido en De Caruso a Juan Gabriel. Una mirada de la cultura en México. UJAT/Laberinto Ediciones. 2019.