El presidente López Obrador declaró en Conferencia Matutina reciente que su desencuentro con Javier Sicilia, que la crítica de éste al gobierno que encabeza, proviene de algunas diferencias personales y del hecho de no haberse dejado dar un beso por parte del colaborador de Proceso durante un foro sobre la violencia con los candidatos a la presidencia en 2012. Una caricia que lo igualaría a sus adversarios, todos besados por Sicilia; y claro, él siempre ha estado orgulloso de diferenciarse de los protagonistas de la corrupción en México, como veía entonces y ve aún a la mayoría de sus contrarios. Convicción que lo llevaría a la presidencia en 2018, en gracia con el pueblo, de forma abrumadora.

Esta explicación es parcial (Federico Arreola, por su parte, ha escrito que la escisión pasa por los celos del poeta católico al político cristiano). Para mí, tiene raíz en la conciencia del fracaso del pretendido activista social y en la mezquindad o ausencia de razonamiento para reconocer la diferencia sustancial entre el actual presidente y los que le preceden, entre la ambición democrática del nuevo gobierno y el autoritarismo y la corrupción de los anteriores. Para Sicilia todos son iguales; al menos así lo demuestran su actitud, sus acciones, sus palabras.

Desde 2011 establecí el análisis que considero definitivo en torno a Sicilia. Como ha desaparecido de la web, lo recupero y lo reproduzco en este momento en que el articulista de Proceso alimenta al grupo de adversarios del gobierno (a veces enemigos) que procura socavar, truncar a la 4T, y aspira a construir de nuevo un liderazgo social. En una carta dirigida a Julián Lebarón acusa de manera insensata de traidor al presidente y pregunta: “¿Tienes tú y la comunidad de los LeBarón la palabra para convocar a la reserva moral del país, esa palabra que hace 25 años tuvo el zapatismo y hace 9 años el MPJD?” (Proceso; 06-11-19). Le anticipo a Sicilia una palabra con base en los hechos del pasado inmediato por él protagonizados: fracaso. Fracaso, porque esa “reserva moral del país” que convoca está en la actualidad del lado del presidente de México, apoyando críticamente su deseo profundo de cambio; ¿acaso no se ha dado cuenta en su análisis riguroso de la realidad? Aquí el texto de junio de 2011:

 

Se ha dicho que en la reunión con Calderón, después de la primera marcha, habría negociado. Que la negación del Pacto del 10 de junio firmado en Ciudad Juárez es la evidencia. Que la farsa del Castillo de Chapultepec fue pieza clave pues legitimó al régimen y subió la popularidad del ejecutivo en guerra. Que el beso a Beltrones fue un signo ominoso más en una lista que incluye un previo escapulario. Que el estilo sacerdotal sería la causa. Que la pusilanimidad de sus asesores cercanos. Que precipitó el encuentro institucional... En algún punto de los anteriores o en varios se quiere encontrar el quid que explique el giro de Javier Sicilia, quien luego de la tragedia del hijo asesinado se envalentonara y con el coraje hirviendo en las mejillas lanzara un “estamos hasta la madre” al convocar a una marcha nacional de víctimas y simpatizantes, al reclamar responsabilidades y renuncias, al clamar demandas, al prometer llegar hasta donde la sociedad quisiera, al expresar el dolor paternal magnificado en poderosa causa justa.

Y un movimiento que se planteaba a contracorriente de la política militarista de muerte desplegada por el gobierno en turno, a contracorriente de la violencia desatada y la sangre derramada, que rebasaba las expectativas de fracasadas experiencias previas como la de Alejandro Martí, de pronto entró en un impasse, en una regresión de la fuerza inercial del impulso primigenio.

Se especula demasiado. He sostenido: 8 de mayo, día clave. Cuando el poeta infortunadamente silenciara la espontánea poesía del unísono. Me cito: “Aclamación acallada. Con el Zócalo pletórico, la gente espontáneamente se expresó: ‘Muera Calderón’. ‘Fuera Calderón’. Fue el único grito masivo, unísono, vigoroso de la tarde. Quien lo silenció con sus gestos, sus manos y el micrófono, fue Sicilia. Dijo y dijo bien, no demandar más muertes, en todo caso, la renuncia del ejecutivo. Pero no la solicitaría.”. A partir de allí el proceso de regresión se encontraría con su origen. Vayamos a él.

Sicilia antes de la tragedia fue un crítico moderado del régimen vigente. Así se lee en sus escritos para Proceso. Se radicaliza con el acontecimiento infausto, alza la voz y su convocatoria coincide con el clamor social de “No más sangre”, “Basta” y “Justicia”. Pronto se sintió en el ambiente un como crecer de maremoto. El inicio y el crecimiento de la Marcha que culminaría en la Plaza de la Constitución, a pesar de ser convocada como del “Silencio”, fue expandiendo los pulmones, ampliando el diafragma, llegó a los músculos bajos que exhalaron en estallido a Zócalo pletórico la frase en cuestión. Y allí el poeta tocó límite. Silencio. El mutismo significó el desencuentro entre una sociedad que se expresaba y que deseaba hacer crecer el movimiento y el ánimo de Sicilia. La gente respetó el dolor pero no la acción de silenciamiento, aunque la secundara vacilante. Y aquí no queda sino ver los indicios previos: Recuérdese que Sicilia se reúne con Calderón para hablar de la muerte de su hijo antes de la marcha; convalida el saludo del EZLN que desde hace mucho ha dejado de ser una fuerza contestaria y más bien vive de los dividendos de los rifles de palo de 1994; incorpora a su movimiento a gente como Álvarez Icaza, quien no se caracteriza sino por un espíritu básicamente burocrático; despotrica sin distingos contra partidos y políticos a pesar de evidencias contrarias a sus generalizaciones; posee un espíritu cristiano que antes que la ofensa o el agravio, ofrece la otra mejilla; y, más importante, me cito nuevamente: “…la frase detonadora del movimiento, ‘Estamos hasta la madre’, en el contexto mexicano, expresa un sentido vaciado de contenido radical. Es sólo una manifestación frente a una posible opresión, una queja. Mas difícilmente una ruptura. De allí que suene burda, trillada, pero no suene determinante. No asusta a nadie.”.

No causa sorpresa entonces que en la medida en que avanzan las reuniones y los encuentros institucionales del fugaz movimiento, la sociedad clamorosa se haya retraído si no es que alejado definitivamente. La desilusión siguió a la demanda de afonía. Se volvió confusa la esperanza puesta en marcha por el poeta, la de converger con movimientos afines. Retorno a mi pregunta: ¿Hay futuro, será posible recuperar la fuerza y la voluntad unísona que realmente contribuya a modificar de raíz la sociedad mexicana o languidecerá el MPJD como las experiencias precedentes? ¿Debe nuevamente, sin ingenuidad, otorgársele el beneficio de la duda considerando la nobleza y la sangre enraizada en el origen?

Hay quien sostiene la imposibilidad de que, como antaño, líder o movimiento alguno, sumando voluntades, logre cambios radicales en las estructuras de la sociedad moderna, que debe verse en los logros paupérrimos, un triunfo. La suma de ellos propiciará cambios convenientes. Es complejo, pero tampoco hay verdad absoluta. Y si bien Sicilia y sus asesores podrán opinar de cual o tal tema y participar institucionalmente en giros particulares, lo cierto es que, ante la nariz de la crisis, una inédita posibilidad de convergencia social se ha fugado con el 8 de mayo de 2011.