Aun cuando la protesta a la no violencia de género es válida, me pregunto: ¿cómo se puede protestar a la no violencia siendo aún más violentos? ¿Por qué la necesidad de dañar edificios y monumentos históricos: el patrimonio de todos?

Sin duda, creo que existe la idea de desestabilizar el país. En un descuido imperdonable no se actuó en la UNAM, ahora vuelven a salir a las calles sólo para infringir un daño más grande: afectar la vida institucional del país y a quien gobierna.

Quien conoce la historia, debe recordar que a las hordas vandálicas no se les puede contener; pero también sabe que en su recorrido temible había líderes visibles. En México, aparentemente, no se sabe quiénes son; de ser así no hay un uso de la inteligencia. Por eso mis preguntas son íntimas: ¿Quién (o quiénes) será la mano invisible que mueve a estas hordas? ¿Cuál fue su origen y cómo evolucionaron? ¿A qué intereses reales responden?

En la Grecia antigua existían dioses para todo, hasta para las cosas malas. El daimon de la estupidez se llamaba Coalemo. El contrasentido de la reivindicación, es actuar en forma radicalmente opuesta a lo que es una proclama sensata: la no violencia. Desde luego el Gobierno debe actuar con inteligencia y castigar a los que vandalizan y encontrar a los verdaderos culpables: los que están detrás de estos grupos atroces; si no caerá en una de las características más evidentes de un mal gobierno: la ineptitud.

El discurso que redunda en la hipocresía, que pone por delante una consigna válida: la no violencia de género y en sus manifestaciones a féminas delirantes, que por esa condición son intocables, no puede poner en riesgo un imperativo indispensable en un Estado: la paz social.

P.d. Yo mejor me regreso a mi pueblo querido: Chiautla.