López Obrador es indudablemente el líder más exitoso en la historia reciente de México. El ascenso fulgurante de Morena en la vida política de México y su éxito apabullante en los comicios de 2018 obligan a una reflexión sobre las implicaciones de su triunfo y del futuro del movimiento político.  Su conquista del poder responde al carisma personal de López Obrador y a un discurso moralista - aparentemente renovador- que permeó a la mayoría de los mexicanos; quienes tras ocho meses de gobierno le profesan una fe inexpugnable y le han refrendado su voto de confianza, si observamos las más recientes encuestas de satisfacción. 

AMLO, quien fundó Morena tras el rompimiento con el PRD debido a desavenencias con la cúpula partidista, echó mano de su poderoso atractivo personal y de una larga carrera política para el lanzamiento de un partido que tuviese como bandera el rompimiento con los regímenes anteriores y que propugnase la renovación de la vida pública de México, a saber, la llamada 4T.

La comparación con el PRI es inevitable si recordemos la historia del siglo XX. La legitimidad de este partido, desde el final de la Revolución Mexicana hasta la segunda mitad del gobierno de Ernesto Zedillo -momento en que el PRI pierde la mayoría en la Cámara de Diputados seguido del triunfo del PAN en 2000- descansó sobre los principios emanados de la Revolución y de la Constitución de 1917;  presencia política consolidada tras la edificación de un sistema corporativista y sindical que hizo posible la gobernabilidad del país tras la primera revolución social del siglo. Por otro lado, el partido gobernante aglutinó a un amplio espectro de votantes de izquierda, centro izquierda y centro derecha. En otras palabras, toda ideología o movimiento político cabía en el PRI, con la excepción de la limitada oposición de la derecha abanderada por el PAN, quienes abrieron gradualmente espacios políticos en el seno de un sistema dominado por el partido de Estado. 

La estabilidad brindada por la alianza entre el PRI y por los poderes fácticos hizo imposible el ascenso de líderes carismáticos -y sobretodo- socavó cualquier atisbo militarista. Si bien el presidente de la República en turno era omnipotente, pues como líder del PRI controlaba las cámaras, a los gobernadores y a la Suprema Corte -mediante lo que llamó Jorge Carpizo métodos metaconstitucionales- el poder del jefe del Ejecutivo estaba limitado a la silla presidencial, renovada cada seis años, y no descansaba sobre la popularidad personal del ocupante del cargo. 

A diferencia del PRI, quien se apoyaba en las instituciones del Estado, Morena pertenece ideológicamente a López Obrador, quien le permitió alcanzar resonantes victorias a lo largo de todo el país, desde la presidencia de la República hasta congresos locales, municipios y alcaldías.  Morena es indisociable de AMLO, lo que genera escepticismo sobre el futuro del partido como fuerza política en el tiempo, y más aun, como esfuerzo transformador. 

Por lo tanto, el futuro de Morena y de la llamada 4T yace sobre la figura de López Obrador. A pesar del surgimiento de nombres  en el seno del partido, López Obrador ostenta el liderazgo espiritual del movimiento y es el artifice del nuevo contrato social - si recordamos a Rousseau-  mediante una conexión personal entre el pueblo y el presidente, por encima de la silla presidencial y de las instituciones del Estado mexicano. 

En este contexto, yo vaticino que las elecciones presidenciales de 2024 darán el triunfo al candidato de Morena. Ello derivará de una fragmentada oposición y de la bendición y espaldarazo del popular presidente, tal como hiciere a regañadientes Vicente Fox con Felipe Calderón en 2006.  Sin embargo, anticipo un resultado notablemente menos abultado que el registrado en 2018, pues AMLO no estará en la boleta y su popularidad habrá sufrido de las consecuencias de decisiones desafortunadas revestidas de políticas sociales. 

Una vez  que López Obrador se haya retirado de la vida política del país, la legitimidad democrática de Morena no contará más con el liderazgo espiritual encarnado por el presidente. En suma, un movimiento político difícilmente devendrá una transformación nacional - y mucho menos de la envergadura de la Independencia, de la Restauración y de la Revolución- si descansa sobre el mensaje de un solo individuo, y no sobre instituciones y proyectos viables y sostenibles en el tiempo que coadyuven al progreso económico y social de México.