María N, 41 años, madre de familia, oriunda de Monterrey, salió ayer muy temprano a trabajar, para buscar el sustento de sus hijos. Esta señora se arriesgó a cruzar (cómo todos los días) la atestada estación Cuauhtémoc del Metro de Monterrey. Una estación tomada por los asaltantes y los acosadores sexuales y donde en cuestión de segundos te ponen una navaja en la espalda para quitarte tu cartera, tu bolso o tu vida.

Pero a María no la asaltó ayer un delincuente. Ni uno de los cientos de acosadores sexuales. La detuvieron unos policías de Fuerza Civil. ¿La razón? No tenía bien puesto su cubrebocas: lo colocó debajo de su nariz. Por eso, los elementos de Fuerza Civil la sometieron, la amenazaron, la esposaron con las manos en la espalda, como una delincuente vil.

Varios colegas periodistas están muy ofendidos por el hecho. Pero su falsa ira, su coraje hipócrita, no apunta contra Fuerza Civil, sino contra María, la madre de familia. Todo, por no ponerse bien el cubrebocas. Tampoco los oficiales que la detuvieron tenían bien puesto sus cubrebocas, pero ellos, los policías, los supuestos agentes del orden, son los que mandan; en cambio los ciudadanos sólo tenemos que obedecer.

Algo muy grave pasa con esta pandemia, más allá de los enfermos en los hospitales y de la economía en un pozo. Quienes mandan, los prepotentes de siempre, han hallado en el coronavirus un motivo sofisticado para someter a los ciudadanos, amparados en la impunidad del “lo hago por tu bien”. ¿Acaso María no estuvo en peor riesgo de contagiarse sumida en la cárcel? ¿O mientras era sometida por sus abusivos captores?

Evidentemente la pandemia nos induce a tomar medidas extraordinarias, fuera de lo común. Y si bien es cierto que los elementos de Fuerza Civil están capacitados para detener delincuentes, no cuentan con buen adiestramiento para exigir a una pobre señora, madre de familia, que se ponga bien el cubrebocas. Por eso la tratan igual que a un asaltante sin escrúpulos.

Exijamos que caiga todo el peso de la Ley, pero no contra las pobres madres indefensas, que merecen nuestro respeto aunque sean mal habladas, sino contra los delincuentes y contra los policías que abusen de su poder y de pasada, no se pongan bien el cubrebocas.