La rebelde

Las palabras del título las dijo Celestina, tal vez el personaje más insumiso de la literatura. En la España del siglo XVI, llena de prejuicios sociales y religiosos, solo una rebelde radical como la protagonista de la obra de Fernando de Rojas podía promover como un valor en sí mismo el disfrute sexual.

En estos precisos momentos, nuestro país y el proyecto político que la mayoría eligió, parecen prisioneros de las terribles circunstancias, sí, de la pandemia del coronavirus y de la la fuerte crisis económica global que ha provocado.

No solo eso, en días recientes han crecido los ataques mediáticos y de las agencias financieras contra la 4T, promovidos, un día sí y otro también, por los intereses de grupos de poder afectados por el gobierno del presidente López Obrador.

Y, por si fuera poco, la transformación por la que votaron 30 millones de mexicanos luce con excesiva frecuencia encadenada —por lo mismo, incapaz de moverse para avanzar hacia donde todos quisiéramos— porque Andrés Manuel no ha podido eliminar un vicio de la política a la mexicana que tanto daño ha hecho en el pasado: el del culto a la personalidad, es decir, el de otorgarle poderes casi divinos al gobernante quien, desde que se sienta en la Silla del Águila, pasa a ser tratado por todos a su alrededor con el increíblemente servil “sí, señor presidente”.

¿Era necesario que Marcelo Ebrard dijera, en la mañanera de este jueves, después de la reunión virtual del G-20, que el hecho de que la cumbre se hubiese celebrado por videoconferencia, demostraba que Andrés Manuel siempre tuvo razón al justificar su negativa de viajar al extranjero a tales eventos, ya que era posible que todos ellos conversaran, cada uno desde su oficina, usando la tecnología?

¿No es lamentable, presidente AMLO, que el encargado de combatir al Covid-19, Hugo López-Gatell, un epidemiólogo con credenciales académicas muy importantes, haya sido envenenando por el exceso de reflectores que evidentemente lo han convencido de que puede aspirar a la candidatura presidencial de Morena en 2024; ambición quizá legítima, pero que lo mutado al científico en un grillo vulgar que se atreve a decir ridiculeces como que “el señor presidente” posee una “fuerza moral” que lo hace inmune al contagio?

¿Y Poncho?

Eso no es lo peor. Lo más triste es que la politiquería que no desparece haya dejado fuera de las decisiones en Palacio Nacional al jefe de la Oficina de la Presidencia, el empresario Alfonso Romo, a quien Andrés Manuel reclutó para que asesorara acerca de los programas de fomento a instrumentar cuando se presentaran complicaciones generalizadas en la vida de las empresas, que es lo que hoy tiene en problemas mayores a la economía de México.

En esta crisis, Romo sabe mejor que nadie en la 4T qué es lo que debe hacer el gobierno para evitar la ruina de miles de empresas medianas y pequeñas que dan empleo a millones de mexicanos y que son, sin duda, las estructuras productivas que sostienen a México.

¿Por qué el presidente AMLO ha permitido que se margine a Poncho Romo? ¿No se da cuenta Andrés Manuel que hoy lo necesita más que nunca?

Color esperanza 

Esta canción de Diego Torres, Color esperanza, me resulta tan familiar y tan querida porque la escuché en muchos los mítines encabezados por López Obrador a los que asistí durante su campaña presidencial de 2006.

La he recordado porque a mi nieto mayor, que está en casa por la pandemia, la escuela en la que cursa la primaria le ha pedido que cante una parte de Color esperanza y grabe un video; a los otros alumnos se les ha solicitado lo mismo, supongo que para difundir el trabajo de cada uno en redes sociales y darse de esa manera ánimos entre todos.

A mí, que soy abuelo, me parece que el niño canta bien; es aficionado a todo tipo  de música, pero creo que decidió tomar en serio las clases de canto a partir de que empezó a ir conmigo a algunas funciones de ópera —me sigue la corriente y, como sabe que no iré jamás a un auditorio o al teatro yo solo, me hace el favor de acompañarme.

Color esperanza, por cierto, es uno de los tantos himnos de las personas recluidas en sus domicilios; la gente sabe que la emergencia pasará y, para que la recuperación llegue pronto, se entrega casi religiosamente a las canciones de optimismo.

Esperanza y transformación, sí, pero siguiendo ciertas reglas durísimas de la lógica de la historia

Tal vez estamos en el final del capitalismo tal como lo hemos conocido. El exconsejero especial de François Mitterrand, Jacques Attali, publicó un artículo en SDP Noticias en el que pregunta qué mundo es el que va a nacer después de la pandemia. Es realmente interesante lo que dice Attali:

√ “Cada epidemia importante ha ocasionado desde hace mil años cambios esenciales en la organización política de las naciones y en la cultura que sustentaba esa organización”.

√ “La gran epidemia de peste del siglo XIV contribuyó a que se cuestionara de forma radical en el viejo continente la posición política de lo religioso y a que la policía se erigiera como único medio eficaz para proteger la vida de las personas. Tanto el Estado moderno como la mentalidad científica nacen como consecuencias de ello, como ondas de choque de esta inmensa tragedia sanitaria… El policía sustituyó al cura”.

√ “Lo mismo ocurrió en el siglo XVIII cuando el médico reemplazó a su vez al policía como la mejor defensa contra la muerte”.

√ “Hemos pasado por lo tanto en espacio de algunos siglos de una autoridad basada en la fe a una autoridad basada en el respeto de la fuerza para llegar a una autoridad más eficaz basada en el respeto del Estado de derecho”.

√ “Si recurriéramos a otros ejemplos, podríamos concluir que cada vez que una pandemia devasta un continente, desacredita además el sistema de creencias y de control que ha sido incapaz de impedir la muerte de cantidades ingentes de personas; y los supervivientes se vengan de sus amos poniendo patas arriba su relación con la autoridad”.

√ “Si los poderes actualmente presentes en Occidente se revelan incapaces de controlar la tragedia que está comenzando, todas las estructuras de poder, todos los fundamentos ideológicos de la autoridad entrarán en crisis para luego ser reemplazados después de un periodo oscuro por un nuevo modelo fundado en otro tipo de autoridad y por la confianza en otro sistema de valores”.

√ “El sistema de autoridad basado en la protección de los derechos individuales puede acabar colapsando. Y, con él, los dos mecanismos que estableció: el mercado y la democracia; dos maneras de gestionar el reparto de los recursos escasos sin dejar de respetar los derechos individuales”.

√ “Cuando la epidemia sea cosa del pasado, veremos nacer, (después de un momento de cuestionamiento muy profundo de la autoridad, una fase de regresión de esta para tratar de mantener las estructuras de poder existentes y una fase de cobarde alivio), una nueva forma de legitimación de la autoridad; no estará basada ni en la fe, ni en la fuerza, ni en la razón (sin duda tampoco estará basada en el dinero, último avatar de la razón). El poder político estará entre las manos de aquellos que sepan mostrar el mayor grado de empatía hacia los demás”.

√ “Nuestro papel consiste en hacer posible que esta transición sea lo menos accidentada posible en lugar de un campo de ruinas. Cuanto antes pongamos en marcha esa estrategia, antes podremos salir de esta pandemia y de la terrible crisis económica resultante”.

Frenar los cambios hasta que pase el huracán

¿Queda claro cuál debe ser tu papel, Andrés Manuel? Sí, “hacer posible que esta transición sea lo menos accidentada posible en lugar de un campo de ruinas”.

El presidente López Obrador ha sido absolutamente subversivo. Los cambios que ha propuesto y, en muchos sentidos, llevado a la práctica, han colocado cabeza abajo al sistema económico y político vigente durante tantos años, que es el neoliberalismo. Está muy bien lo anterior, pero, hay que subrayarlo, la crisis mundial obliga a meter el freno en la transformación mexicana.

Mientras el neoliberalismo termina de morir para convertirse en algo distinto en todo el mundo —la única manera de que sea realmente viable el proyecto de transformación de Andrés Manuel—, el presidente de México debe salvar, con medidas abiertamente capitalistas, por así llamarlas, al neoliberalismo mexicano.

Es decir, apoyar a los de abajo en la crisis, sí, sin duda: “por el bien de todos, primero los pobres”. Pero después, al costo que sea, el Estado tiene que ayudar a las empresas no tan pobres —o de ninguna manera pobres—, las medianas y pequeñas que dan empleo productivo y formal a millones de mexicanos.

No se trata de condonar impuestos, pero sí de acelerar la actividad económica en los sectores que más dañados quedarán, como el turístico, el de la aviación comercial, el automotriz, etcétera. Andrés Manuel ha dicho ya varias veces que no lo hará. Se equivoca. Es demasiado fuerte el neoliberalismo y, si no se le da vida artificial en esta crisis, acabará con todo en México, incluida la 4T, que es la última esperanza que tiene nuestra sociedad para salir del atraso, de la violencia y de la ignorancia.

Para que no muera antes de nacer el nuevo sistema que la 4T pretende edificar, su líder tiene que dar uno y hasta muchos pasos atrás y sacar adelante, por última vez, al neoliberalismo que apuesta a liquidar; hay que matar ese sistema profundamente injusto, sí, pero Andrés Manuel deberá disparar el tiro de gracia cuando haya condiciones para hacerlo sin destruir a toda la sociedad.

El gigante se muere, pero en su caída puede matarnos a todos

Ayer jueves vimos algunos ejemplos de lo que son capaces de hacer los, hasta ahora, dueños del mundo: bajaron la calificación de México y la de Pemex y, por si fuera poco, nos condenaron a tener en 2020 una contracción de 7% de la economía que, en las actuales condiciones de la nación, necesariamente se traduciría en más violencia, bastante más terrible que la del narco, porque no sería la de unas cuantas poderosas mafias, sino violencia espontáneamente generada en amplios sectores de la sociedad lastimados por la falta de empleo; esa es una situación caótica que ni siquiera Andrés Manuel, el más importante de los líderes que ha conocido México en muchos años, podrá controlar.

Es decir, por el bien de todos, primero los pobres, pero después miles de empresas. Y conste, se está hablando de apoyar a hombres y mujeres de negocios de ninguna manera pobres, algunos tal vez ricos, pero sí esforzados y honestos, nada que ver con los ricotes de siempre; no Slim, no Salinas Pliego, no Baillères, no Larrea. ¿De dónde sacar los recursos para apoyar a medianos y pequeños empresarios formales? De posponer algunas de las inversiones insignia de la 4T, como el Tren Maya, y si no alcanza, entonces de pedir prestado o de plano dejar que se ocupe el Banco de México, que para eso está.

Y bueno, lo quiera o no Andrés Manuel que sus motivos debió haber tenido para cancelarla, deberá autorizar que siga adelante la construcción de la cervecera Constellation Brands en Mexicali; con compromisos de parte de la compañía de invertir más en el reuso del agua, sí. La confianza empresarial nacional y global lo exige.

No hay de otra. Para que el neoliberalismo muera ordenadamente y sin hacer demasiado daño, hay que salvarle la vida en este contexto de desbarajuste global. Si los cambios que busca la 4T se aceleran en este momento, tal vez se echará a perder el sueño de Andrés Manuel, que es el sueño de todo un país. Y no es eso lo que queremos.

Es decir, el presidente AMLO tiene que dar pasos atrás. Esta es la luz con la que a la larga él herirá a las cárceles tristes y oscuras del neoliberalismo, al que la epidemia y la crisis sacuden con energía y que terminará por derrumbarse, pero que no queremos nos caiga encima y nos acabe.