Tres tequilas como vacuna

Cada apartado de este artículo está inspirado en Las uvas de la ira, de John Steinbeck, premio Nobel de Literatura 1962. ¿Qué tiene ello que ver con el subsecretario de Salud y jefe de la estrategia mexicana contra el coronavirus, Hugo López-Gatell? Las uvas, nada; la ira, todo. Y es que este epidemiólogo perdió ayer el control en una entrevista con Denise Maerker. Lo peor, sin embargo, no es eso, sino que ya había estallado antes, frente a empresarios y en reunión con el presidente AMLO.

Si el doctor López-Gatell no se calma —tres tequilas bien servidos podrían ayudarle— todo le va a salir mal a él, a la 4T, al presidente Andrés Manuel López Obrador y a la sociedad mexicana. Porque, aun en el poco probable caso de que el Covid-19 no nos golpee en exceso con muchos fallecimientos, la economía quedará muy dañada, más todavía por acciones recomendadas desde el sector salud que francamente, si eran perjudiciales antes de la crisis, en el contexto de la terrible recesión global que ya se nos vino encima serán, de plano, el tiro de gracia para un importante sector productivo.

Denise preguntó educadamente y López-Gatell estalló groseramente

Por teléfono la periodista le preguntó al subsecretario si era cierto que se están maquillando estadísticas de muertos por el Covid-19 ubicándolos falsamente en la categoría de “fallecidos por neumonía atípica”, pero en vez de dar una respuesta a la altura de lo que necesita saber la gente, el doctor López-Gatell dijo nada más —cito a Francisco Garfias, de Excélsior—: “no tenemos información creíble al respecto, pero si fuera el caso, lo analizaríamos con mucho cuidado”.

Se refugió en un silencio ofendido.<br>

John Steinbeck en ‘Las uvas de la ira’

Enseguida, Denise repreguntó: “¿Ustedes tienen la capacidad de detectar eso?”. En vez de contestar, desesperado, sin despedirse, el funcionario cortó la llamada. Después mandó decir que había entrado a una reunión urgente. No lo dudo, pero si no hubiera estado enojado se habría disculpado, al aire, con toda cortesía. No lo hizo, se lo impidió el mortal virus de la ira.

El etiquetado va, las empresas sufren

Nadie sabe qué se va a ganar obligando a las empresas de alimentos y bebidas —cito a La Jornada— “a colocar sellos negros en sus productos para advertir que contienen exceso de grasas saturadas, grasas trans, azucares, sodio y calorías”.

No abrumes a los demás con tus pecados. No es decente.<br>

John Steinbeck en ‘Las uvas de la ira’

La idea del etiquetado no es reciente. Nace en el sector salud ante el avance de la obesidad en México, y no dudo que haya sido una ocurrencia de López-Gatell. Evidentemente tal medida, ya oficial, no va a resolver el problema: la gente seguirá consumiendo comida chatarra si no se le educa.

Esa es una acción de gobierno parecida a la del impuesto del sexenio pasado a los alimentos y bebidas que más engordan. No disminuyó el consumo de tales mercancías, solo aumentaron los precios. ¿Quién se benefició con el impuesto? El Servicio de Administración Tributaria, que aumentó su recaudación. ¿Perdieron las empresas? No, porque transfirieron el impuesto a los consumidores, en su mayoría pobres —tristemente es la gente de menos recursos la que se nutre con alimentos chatarra—, así que los únicos perdedores fueron, como siempre, los de abajo.

¿Quién va a ganar con el etiquetado? El gobierno, no: no recibirá nada a cambio de eso. ¿Los consumidores? Tampoco: no van a dejar su comida favorita. Dada la recesión que ya se siente en la economía mexicana, esta vez perderán las empresas que generan muchos empleos productivos, ya que a su actual situación de obligarse a mantener los costos, sobre todo salariales, sin ventas que los paguen, deberán sumar el gasto adicional de tener que echar a la basura todas las etiquetas que tienen en sus bodegas para comprar otras.

Las organizaciones empresariales habían propuesto al gobierno que, en vez del etiquetado, o buscando un etiquetado menos agresivo, podían comprometerse a campañas de difusión para convencer a la gente de alimentarse más sanamente. Era un diálogo que iba por el camino correcto, pero…

en cierta reunión de empresarios con el presidente AMLO, en la que estuvo presente López-Gatell, este estalló contra uno de los líderes del sector privado al que le dijo, señalando la Silla del Águila: “¡No te confundas, ahí ya no está sentado Enrique Peña Nieto, ahí está ahora un hombre decente, Andrés Manuel López Obrador!”.

El virus de la ira es sumamente contagioso; así las cosas, el empresario, ante la imprudencia del subsecretario, levantó todavía más la voz y mandó al epidemiólogo al rancho de Palanque del primer mandatario, es decir, le encomendó la misión de encabezar la muy solicitada embajada de la hermana república de la ch. El hombre de negocios lo hizo con palabras decentes, pero evidentemente indignado por la mala reacción del representante del sector salud.

Después de esa mala reunión, los empresarios entendieron que era cuestión de tiempo para que la peor versión del etiquetado se aprobara, y ya ha ocurrido. Más costos para las empresas, pues. ¿En plena crisis económica era eso necesario?

Una pena que cada día se tense más la relación de AMLO con el sector empresarial, y no, no hablo de los magnates que se acercan al presidente para apoyarlo hipócritamente, es decir, solo para ver si obtienen algo a cambio.

Las estampas religiosas y la “fuerza moral que no contagia”

Andrés Manuel confía en López-Gatell porque se supone que este es científico. Y lo es, o al menos puede presumir una preparación envidiable en la prestigiada escuela de medicina de la Universidad Johns Hopkins, de Baltimore, Estados Unidos.

Al epidemiólogo se le ha criticado porque no ha actuado en todo momento exclusivamente como especialista en cuestiones de salud, sino como político. Su indignación, explosiva frente a la periodista Maerker y los empresarios, más bien debió haber aparecido cuando el presidente López Obrador jugó con las estampitas religiosas y le dijo al coronavirus: “Detente enemigo que el corazón de Jesús está conmigo”. Mínimamente el doctor López-Gatell le debió haber dicho a Andrés Manuel: “¡Sea serio, señor presidente!”. Pero se quedó callado.

Las oraciones nunca han traído tocino. Hace falta un puerco para tener carne de cerdo.<br>

John Steinbeck en ‘Las uvas de la ira

Y, desde luego, el subsecretario se debió haber enojado consigo mismo cuando se le ocurrió decir, nomás por quedar bien con el jefe, que el presidente AMLO tiene una “fuerza moral que no contagia”.

Se le ha criticado bastante por eso. Como ha destacado más por sus declaraciones absurdas que por sus puntos de vista ciento por ciento científicos, la gente no cree en las estadísticas que López-Gatell y sus colaboradores dan a conocer cada día a las siete de la tarde.

Por eso enfureció cuando Denise le preguntó si estaban clasificando a los muertos como enfermos de neumonía, y no de Covid-19. La periodista, por supuesto, estaba obligada a preguntar tan abierta como directamente: ¡todo el mundo dice que hay más casos de coronavirus y más muertos que los contabilizados oficialmente!

Ese es un rumor que no nació por nada que haya dicho la señora Maerker; tampoco lo difunden los fifís y conservadores enemigos de la 4T. Mucha gente piensa eso porque no es creíble el doctor López-Gatell, el jefe de la estrategia contra la pandemia; y no lo es porque ha frivolizado en exceso la crisis con juicios absurdos como el de la “fuerza moral”.

Si no se corrige, solo nos quedará desearle suerte y, como en la Guerra de las Galaxias, que la fuerza lo acompañe —y con él a toda la sociedad mexicana— cuando la economía nomás no resista.