Genaro Góngora Pimentel, fue ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación de 1995 a 2009. Es decir, durante tres de los seis años del periodo de Felipe Calderón trabajó al máximo nivel en el poder judicial. Después de retirado apoyó abiertamente el proyecto político que, desde la oposición, encabezaba Andrés Manuel López Obrador. No ha expresado nada —todavía no— sobre la forma en que Calderón se relacionaba con la Corte, pero muy probablemente si se le preguntara diría que no mienten ni exageran quienes aseguran que en los asuntos difíciles acostumbraba presionar a la Corte el hombre que en 2006, lamentablemente, le robó las elecciones al candidato de izquierda; a Andrés Manuel, sí.

El actual presidente de la Corte, Arturo Zaldívar Lelo de Larrea, reemplazó a Góngora Pimentel. Por cierto, a propuesta de Felipe Calderón. Es otro ministro que estuvo en la SCJN durante la mitad de la administración del esposo de la señora Zavala. Ha dicho en estos días que le consta que Calderón indebidamente presionaba al poder judicial.

Olga María del Carmen Sánchez Cordero Dávila, actual secretaria de Gobernación del presidente López Obrador, desempeñó el cargo de ministra de la Corte durante todo el sexenio de Calderón. Como Góngora Pimentel, al retirarse del poder judicial decidió apoyar la lucha política que AMLO libraba desde la oposición. Sánchez Cordero ha hecho suyos los dichos de del ministro Zaldívar.

A diferencia de Calderón, Andrés Manuel no presiona al poder judicial, ha comentado también el ministró Zaldívar Lelo de Larrea. Es la verdad. Quienes conocemos al actual presidente de México sabemos que no es capaz ya no se diga de exigir, sino ni siquiera de sugerir amablemente nada a nadie que no trabaje de forma directa con él. Los dirigentes de los grupos legislativos de Morena —el senador Ricardo Monreal Ávila y el diputado Mario Delgado Carrillo— con toda seguridad se desesperan cuando acuden a Palacio Nacional en busca de línea: no la obtienen. Hagan lo que tengan que hacer, lo que a conciencia decidan, es lo único que Andrés comenta cuando se pide orientación acerca de asuntos que no tienen que ver con sus responsabilidades. Si se le pregunta, el presidente López Obrador da su opinión —es la misma en público y en privado— y no hace recomendación alguna a nadie que no colabore con él.

Así era el Andrés Manuel que traté durante seis años. Estoy seguro de que no ha cambiado en nada.

Felipe Calderón se ha defendido diciendo que no presionó a la Corte. Uno de sus secretarios de Gobernación, Fernando Gómez-Mont Urueta, ha declarado que el ministró Zaldívar no recibió presiones de ningún tipo; que él, Gómez Mont, buscó al ministro, sí, pero solo para darle “argumentos”. Toda una confesión la del talentoso abogado Gómez Mont. Y es que, ahora resulta que en el reino del eufemismo que es nuestro país, la palabra “argumentar” ya tiene otro significado: “presionar indebidamente”. Si no quería influir en el ministro, el secretario de Gobernación del esposo de Margarita ni siquiera lo debió haber buscado. Porque argumentar desde lo más alto del poder ejecutivo a favor de lo injusto o ilegal es una excesivamente vulgar forma de presión a los juzgadores.

Tal vez lo único que pueda reprochársele al actual presidente de la Corte es que haya caído en el otro extremo: el disfemismo, esto es, que haya usado una palabra en deliberadamente despectiva: “presionaba a la SCJN el gobierno de Felipe Calderón”. El ministro pudo haber dicho, con más amabilidad, “Calderón enviaba a su secretario de Gobernación, señor Gómez Mont, todo un caballero, a argumentar a favor de personas y causas que no tenían la razón jurídica ni muchos menos la razón ética”.