Martha Bárcena, embajadora de México en Estados Unidos, reside temporalmente en Washington, capital de aquella nación. Desde Navidad está en México, por vacaciones y por trabajo. Pronto volverá a esa bella ciudad para seguir allá con sus obligaciones profesionales. Pero ayer, en uno de sus últimos días de descanso, se le vio con su esposo Agustín Gutiérrez Canet —de los mejores articulistas de Milenio, hombre culto, embajador ya en retiro— caminando varias cuadras de ida, y varias de regreso, de su casa a un supermercado. Sin acompañantes de ningún tipo, esto es, sin la fantochería que ha caracterizado a los funcionarios públicos, sobre todo a los del pasado, pero que algunos de la 4T, de los más famosos por cierto, han decidido no abandonar, a pesar del ejemplo de modestia que da el jefe de todos ellos, el presidente López Obrador.

La embajadora y su compañero aprovecharon la necesidad de algunas compras de última hora para la comida y se entregaron plenamente a la tarea principal de la gente que en estos tiempos complicados sabe resistir —cito a Ernesto Sabato en su ensayo La resistencia: se ocuparon en un día bastante especial para ellos del arte, a veces increíblemente difícil de llevar a la práctica, de “negarse” a aceptar que se ha perdido lo más sagrado que tienen las personas, en especial las que desarrollan sus actividades en la cúspide de los sistemas de poder político. En efecto, después de un par semanas de haber enfrentado tanta grilla, la señora Bárcena no permitió que los golpes recibidos le llevaran a desperdiciar “la gracia de los pequeños momentos de libertad que podemos gozar”, como una simple “caminata entre los árboles”. Porque la pareja tiene su casa en una arbolada y agradable colonia de clase media ubicada al sur de la Ciudad de México.

Aunque no lo necesitaba —supo defenderse por sí misma de los ataques vulgares—, ayer en la mañanera el presidente López Obrador puso punto final a la ofensiva contra la embajadora al incluirla entre las cuatro personas del actual gobierno que hicieron posible el acuerdo comercial con Estados Unidos, a saber: Marcelo Ebrard, titular de Relaciones Exteriores; Jesús Seade, negociador en jefe, quien jugó “un papel fundamental”; la secretaria de Economía, Graciela Márquez, y la embajadora en Washington, Martha Bárcena.

Andrés Manuel, que en todo está, debió darse perfectamente cuenta del episodio de politiquería con el que algunos funcionarios y periodistas quisieron acabar con la señora Bárcena, una mujer que respondió con energía e inteligencia cada agresión y, sobre todo, basada —cito de nuevo a Sabato— “en valores espirituales hoy casi en desuso, como la dignidad”, lo único que en ocasiones funciona frente a la adversidad.

Si algo aprecia el presidente de México, maestro en el arte de resistir, es comprobar de que hay gente en su equipo, como la embajadora, que sabe defenderse de la grilla solo esgrimiendo principios. De ahí el reconocimiento, ayer, de que Martha está al nivel de cualquier otra persona de importancia en la administración federal. Es una lección que ojalá otros funcionarios entiendan. Porque si bien la 4T ha acabado con algunas malas tradiciones políticas del pasado, poco ha podido contra el vicio de la grilla interna.