Increíble pero cierto. De última hora, decenas de miles de muertos después, al finalizar su sexenio, el movimiento político que impidió a Felipe Calderón ser un gobernante legítimo, ha venido a regalarle a esa persona la legitimidad que necesitaba para irse más o menos bien librado de la administración pública.

 

De pronto, la pasión electoral se transformó en fanatismo y llevó a muchos a dejar de cuestionar a uno de los peores gobernantes de la historia.

 

Cuando algunos personajes de la izquierda advirtieron que Enrique Peña Nieto iba muy arriba en las encuestas decidieron que valía la pena seguirle el juego al PAN y al gobierno de Calderón.

 

¿Cómo? Olvidando que Calderón robó las elecciones a Andrés Manuel López Obrador, que en su gobierno las grandes obras de infraestructura han brillado por su ausencia, que ha habido corrupción, que se comprometió el prestigio de las fuerzas armadas mexicanas sacándolas a la calles a realizar tareas policiacas para las que marinos y soldados no estaban preparados, lo que ha dejado un saldo sangriento de más de 60 mil asesinados en verdaderos combates en todo el territorio nacional.

 

Como había que golpear a Peña Nieto para bajarlo en las encuestas, a la izquierda no le importó jugar al jueguito patentado por Calderón del “haiga sido como haiga sido” y se sumó a las tradicionales campañas de odio diseñadas por el PAN contra el candidato presidencial del PRI.

 

A Peña Nieto lo han agredido con todo, con buenas y malas formas, limpiamente y con recursos sucios.

 

Lo han bajado en las encuestas, sí. Pero no lo suficiente. A 40 días de las elecciones mantiene una gran ventaja, ya no de 20 puntos, sino de nueve, 10 y hasta 12 puntos dependiendo de la técnica con que se calcule (la encuesta de Covarrubias y Asociados explica muy bien lo que ha pasado).

 

Sigue siendo enorme la ventaja de Peña Nieto, pero la izquierda y el PAN se han envalentonado porque, piensan, uno de los ataques funcionó: el de los jóvenes protestando en las calles contra el priista.

 

Continuará esa estrategia que, si no termina derribando a Peña Nieto, que cuenta con recursos de sobra para resistir, al menos hará feliz a Felipe Calderón, el ilegitimo gobernante que hoy presume como una prueba de su “buen gobierno” la guerra sucia contra Peña Nieto.

 

Ha dicho Calderón, alegre porque las cosas, gracias a la izquierda que le hace el juego al PAN, parecen salirle de maravilla:

 

“No deja de ser paradójico que en muchos países haya manifestaciones, yo creo que en casi todos, y en la gran mayoría casi todas las manifestaciones son en contra del Presidente, en México no son en contra del Presidente, sino de otros actores. Pero es una curiosidad nada más”.

 

Curiosito Calderón. El gobernante de la mala suerte tal vez recurrió a los brujos de Elba Esther Gordillo para que, al fin, le tocara disfrutar una buena: la de que la izquierda que tanto lo cuestionó se olvidara de él para protestar contra el que, ni hablar, ha cometido el pecado de ser líder en las encuestas durante ya mucho tiempo.