No parece que haya una ruta definida en el equipo del próximo gobierno, para hacer frente a la coyuntura que se les presenta todos los días y que ha expuesto innecesariamente, crisis mediática, tras crisis mediática, al presidente electo mediante una serie de señalamientos que quiéranlo o no, han comenzado a dejar una marca negativa indeleble en la Cuarta Transformación.

Cuando mis padres me mandaron a Xalapa a estudiar la Universidad, me fui con muchas ilusiones y una nana. La nana Domi, Domitila de la Cruz, una oaxaqueña de figura menudita a la que la edad y el tiempo parecen hacerle lo que el viento a su paisano, Juárez. Fue ella la que me cuidó desde niña, la que me atendió con esmero ante los recurrentes ataques de asma que padecí sobre todo en la primaria, y la que me leía los libros y me ayudaba a hacer tarea todos esos días largos y lluviosos que por recomendación médica tenía que guardar cama.

Una vez instaladas las dos en el departamento, en una ciudad nueva y desconocida, sus preocupaciones fueron las de ir al mercado y las mías prepararme para la escuela. No obstante que era diligente en eso de hacerse cargo de todo, a la semana, cuando nos dimos cuenta que no habíamos comprado jabón para la ropa, que se había acabado la pasta de dientes y que nos faltaban toallas, me dijo con su proverbial sonrisa de siempre: “tranquila Mayita –porque así me decía de cariño– andando la carreta, se acomodan las calabazas”.

La transición, todos lo sabemos, es un proceso demasiado largo que resulta en un absurdo: los que tienen que irse no se van, y los que van arribando no terminan de llegar. Hay una especie de vacío de poder que se presta para que más que acomodarse, las calabazas se hagan puré. No es todo, como piensan algunos, culpa del que maneja la carreta. Es el camino, sinuoso y largo, por el que transita un proceso que va a tener que dejar en la carretera, una, dos, tres o incluso más calabazas. Caerá seguramente una muy buena, pero que sobraba, y quizá otra igual de perfecta pero que no supo acomodarse al movimiento y al ajetreo como debiera.

Tengo la impresión de que para llegar a la meta, todos y con la carga completa, en el entorno más cercano de Andrés Manuel López Obrador debe estarse pensando seriamente que quizá sea bueno, además de que se las calabazas se acomoden al paso del camino, aligerar el peso de la carreta.

Me explico: siempre hay que dar al César lo que es del César. Pero no hay que confundirse. César Yáñez es un hombre de mucha confianza para el presidente electo, puede decirse que es además un amigo entrañable, pero no es El César. Yo misma lo ví hace unas semanas, en su papel de alguien que es más que el ayudante personal de un político, en un avión de Aeroméxico, cuando se trasladaban a una gira en Villahermosa.

Pero El César verdadero tiene una carga enorme sobre sus espaldas. Ha decidido cargar, como El Pípila, la pesada losa de un proyecto con el que está decidido dinamitar, en el buen uso del término, las instituciones, para transformar la vida de la república a un nivel histórico. De modo que no es aceptable, de ningún modo, que con conocimiento de causa, o sin él, con premeditación o sin ella, con ingenuidad o no, alguien le vaya pegando en las costillas mientras él avanza, con la antorcha encendida, hacia la puerta de la Alhóndiga de Granaditas.

Los que le disparaban y trataban de evitar que Juan José de los Reyes Martínez Amaro destruyera las puertas del fuerte español, eran los soldados fieles al rey Carlos IV. Ahora, este moderno Pípila mexicano recibe fuego amigo. Lamentablemente no es sólo la llamada “Boda Fifí” que reventó las redes sociales destacando la incongruencia y la frivolidad, también es el affaire del Conacyt, y las dudas que generan la descentralización, la refinería en Dos Bocas y la reducción de salarios a funcionarios de primer nivel.

Demasiadas crisis mediáticas que ante la falta de una operación de control de daños, al escalar terminarán taladrando como la gota de agua, la roca, que ya están marcando anticipadamente a un sexenio que ni siquiera empieza, y que tiene, veo yo, una genuina preocupación por cambiar la realidad de ese México pobre que debería avergonzarnos a todos. Pues bien, en este entorno, me parece que pronto, muy pronto, nos vamos a amanecer con la carta de César Yáñez anunciando que ha decidido, por motivos personales, declinar la invitación que le hizo el presidente electo para formar parte de su gabinete.

Es una decisión seguramente dolorosa para ambos, para empleador y para colaborador, pero necesaria y aunque las Redes Sociales Progresistas quieran meter su cuchara, es un asunto que le compete sólo a ellos. Ni siquiera puede ser un retiro para siempre. Hasta Bejarano volvió. Pero Si César Yáñez vuelve de su luna de miel y se reincorpora a sus actividades normales, todo el tiempo que dure el sexenio lo perseguirá (a él y a su jefe) el fantasma de la revista reina de la frivolidad. En cambio, si se retira ahora y asume su responsabilidad en la crisis mediática que generó su boda, como sugirió López Obrador, será reconocido por el resto del gabinete y por el presidente. Su caso, se verá como una falla aislada. Sostenerlo, tendría un costo mayor, y eso ya se lo han dicho al presidente voces a las que no puede desdeñar porque son sus aliados naturales de toda la vida, como Rafael Barajas, El Fisgón, y la revista Proceso.

PD. Domi, que sigue conmigo desde tiempos de la universidad, preparó para la comida de hoy, una rica crema de calabazas. Las que sobrevivieron y llegaron a Superama, claro.