Nuestro presidente, Andrés Manuel López Obrador, juega con la laicicidad del Estado. El Estado, juarista, es laico o no es. El evento en Bellas Artes es un insulto a los ciudadanos que votaron por la 4T. Y al lavarse las manos, decir que es una buena discusión la religiosidad en los espacios públicos, no sé a quién convence.

Ser laicos, pero tolerantes del abuso del espacio público con fines religiosos, es una contradicción de Andrés Manuel. Como su pobre anécdota de que en Bellas Artes se desplegó una bandera comunista y por eso corrieron al director del recinto. Eso es historia, lo actual es la violación de Bellas Artes, el uso y abuso religioso de personajes de 4T, como Martí Bartes o Sergio Mayer, quienes caminan de la tolerante mano de López Obrador.

Invoca Andrés Manuel a Benito, pero lo desprecia. ¿Aceptaría Juárez que en un recinto laico, oficial, se celebrara a un líder evangélico? Su masonería no daba para tanto. En la pobreza del argumento, Andrés Manuel es antijuarista. ¿Tolerancia? Si esa palabra siempre es despreciada por el presidente constitucional.

¿Cuál intolerancia le molesta, según la mañanera, a AMLO?

¿La de Juárez?

¿Rígidos?

¿No ser tan rígidos?

Ahora resulta que los recintos públicos incitan a la tolerancia, una palabra despreciable, y a la elasticidad, otra palabra flexible para una 4T.

No sólo es el Estado, es el Estado laico.

Pobre Andrés Manuel. Sin argumentos la justificación no existe. Pobre López Obrador, desdecirse de tolerancia e intolerancia. Pelele de sus “amigos” religiosos, los defiende o, al menos, no condena. La legitimidad es el juego. Encuestas van, otras vienen. El crédito social no es eterno. Te lo digo a ti, gabinete, entiéndelo tú, Andrés Manuel.