Es muy probable que el presidente Andrés Manuel López Obrador se habría sentido feliz y reconfortado si al entrar a la residencia de la representación diplomática de México en Washington, D.C. lo recibiera la espectacular estatua de Emiliano Zapata que fue instalada por el entonces embajador Jesús Silva Herzog Flores, que fue retirada en cuanto él fue relevado del cargo.

La agenda bilateral no diferente a la de ahora. Junto a la migración, los temas relevantes también eran el narcotráfico, la corrupción y la inseguridad en las calles, que han mermado la imagen de nuestro país.

También se vivían serios problemas económicos, aunque quizá no tan profundos ni con la magnitud que empezamos a vivir.

A diferencia de entonces, hoy no tenemos que buscar justificaciones para enfrentar los procesos de certificación de la lucha contra el narcotráfico impuestos bajo los criterios unilaterales de seguridad nacional de la Casa Blanca, aunque tenemos que dar resultados en otros más injustos como el control de las corrientes migratorias y las infames ofensas del muro fronterizo.

La diplomacia entre México y Estados Unidos no tiene nada que ver con los acontecimientos desde el gobierno del presidente Francisco I. Madero a la fecha. Migración y, ahora, el intercambio comercial a través del T-MEC marcan la agenda impuesta por el presidente Donald Trump y bajo sus condiciones.

Quien sabe si eso sea bueno o malo.

Solamente para eso le que alcanza a gestionar a la actual política mexicana, paralizada por la asimetría y la profunda dependencia de los intereses estadounidenses, que la alejan del multilateralismo para construir relaciones internacionalmente más favorables para el progreso nacional.

Ese es el contexto con el que se enfrentará el presidente López Obrador que, no tendrá un recibimiento con la mítica imagen de Emiliano Zapata, pero podrá pasar un par de noches en una impresionante residencia de 7 recámaras, y 6 baños, varias estancias y un amplísimo salón de recepciones, además de que cuenta con una alberca techada y climatizada, entre otras ventajas, aunque para el discurso de su gradería resulten propias para los conservadores y el mundo “popof”.

Ojalá que no le vayan a decir que este recinto del Estado mexicano está valuado en más de 7 millones de dólares, porque se le puede ocurrir venderlo para luego repartir credenciales o becas.

Es un hecho que no le va a dar tiempo de darse una vuelta por el codiciado Instituto Cultural de México en Washington que, a principios el siglo pasado, fue la residencia del presidente Taft quien la vendió a su inexperto secretario del Tesoro Franklin MacVeagh, que en 1921 vendió la mansión al gobierno de México en 330 mil dólares, ¡imagínese! uno de los precios más altos pagados en la época por un inmueble privado.

Se dice que la negociación incluyó gran parte de los muebles, pinturas y objetos decorativos, así como los magníficos tapices flamencos de la biblioteca. Mas tarde se enriqueció el lugar con los murales pintados por Roberto Cueva del Río, alumno de Diego Rivera, que decoran las escaleras.

Antes de convertirse en un recinto cultural, esta mansión fue sede de la Embajada y, simultáneamente, en residencia de los embajadores mexicanos, siendo Bernardo Sepúlveda su último morador y ahí se gestó Contadora. Fue visitada durante 70 años por casi todos los presientes mexicanos que viajaron a Washington.

Hoy la Embajada de México está muy cerca de la Casa Blanca, pero muy lejos del interés de su gobernante.

Quizá el presidente López Obrador, aunque se siente historiador y va a honrar al Benemérito de las Américas, desconoce que Washington fue fundado por masones y que existe una casa del Templo del Rito Escocés por lo que, cuenta la leyenda, eso motivó a regalar la estatua de Benito Juárez que a sus 10 calles de distancia señala acusadoramente a la Casa Blanca, justo a la oficina en donde despacha el presidente Trump.

Y cuando acuda a rendir homenaje a Lincoln posiblemente tampoco tenga presente que, en la explanada de ese monumento, Martin Luther King pronunció su histórico discurso en favor de la libertad y la igualdad de derechos de los ciudadanos: “Tengo un sueño”.

Lo que si es probable es que este encuentro bilateral no favorecerá en nada a México, porque sin la presencia del primer ministro de Canadá no se afinarán los intereses estadounidenses en el T-MEC ni abrirá cauces para iniciar una relación diplomática eficaz y respetuosa.

No será otra cosa que retórica de un encuentro innecesario.

Y para colmo, en la intimidad de la residencia de la embajada, ya no existe la efigie de Emiliano Zapata que pudo adornar alguna de las próximas arengas mañaneras.

@lusacevedop