De manera similar a lo ocurrido con el terremoto de 1985, la sociedad ya rebasó al gobierno por su tibieza para construir mecanismos de salvaguarda sanitaria, pero sobre todo económica ante la emergencia nacional.

Las provisiones que han tomado los ciudadanos en todo el país expresan que sus expectativas durante la cuarentena, cuya conclusión coincidirá con el inicio de la Pascua que, a diferencia de las fervorosas creencias del presidente López Obrador, no traerán la mítica resurrección sino una nueva forma de vida que estará marcada irremediablemente por la crisis económica con efectos sociales inimaginables y que será más aterradora que el eventual contagio por coronavirus.

Hasta ahora, el gobierno federal ha mantenido una postura indecisa y limitada en materia económica. Por cuestiones de imagen y al más puro estilo neoliberal, se ha volcado por un plan de estabilización monetaria en defensa del peso, cuya fluctuación real está definida por la pandemia, la guerra del petróleo y las decisiones de los países más ricos, nada interno.

A todas luces ha evitado una estrategia de desarrollo para el mediano y el largo plazo que permita perfeccionar o incorporar políticas públicas capaces de atenuar las consecuencias inmediatas de la crisis y enfrentar las secuelas sociales de la inminente recesión.

Los milagros no existen.

En este escenario, resulta imprescindible considerar que el efecto del coronavirus es global y que los grandes países industriales, junto con China han optado por medidas radicales para enfrentar simultáneamente a la emergencia sanitaria y compensar sus efectos económicos y sociales, lo que incluye acciones proteccionistas más amplias que las observadas con la Influenza H1N1 en 2009.

Las autoridades mexicanas se han contentado con anunciar un “blindaje” monetario a partir de una estructura en la que solamente el sistema financiero mexicano está más sólido que nunca, pero distante de las necesidades del país.

Hace 11 años, no se generalizó el cierre de fronteras y aunque entonces se restringió el tránsito de pasajeros con afectaciones graves en el turismo y diversos servicios, en esta ocasión se agregó una sensible reducción del dinamismo productivo mundial para evitar contagios.

Esta situación se traducirá para México en el desplome del comercio exterior, de las transacciones fronterizas y migratorias, además de la indeseable merma de las remesas desde Estados Unidos, que representan alrededor de 3 por ciento del PIB y son una de las principales fuentes de divisas del país, por encima del petróleo que pareciera milagroso para el gobierno, aunque la guerra del hidrocarburo agravará las finanzas de Pemex y serán un elevado costo fiscal con pérdidas peores (-95 por ciento) a las de 2019.

En materia de turismo, el impacto en este sector clave para la economía nacional será demoledor, no solo por el efecto de la emergencia sanitaria y la suspensión mundiales de actividades, sino porque sus efectos se presentan al inicio de la llamada “temporada alta” y la ausencia de inversiones.

Además, hacia la segunda mitad del año veremos una importante caída en la Inversión Extranjera Directa e Indirecta que, desde hace años, arrastra una disminución notable en un escenario en el que la competencia mundial por los capitales será descarnada y que acudirán a donde, no solamente les aseguren los mejores rendimientos con proyectos viables, diferentes a Santa Lucía o Dos bocas, sino que les brinden seguridad en todos los órdenes.

Para una economía que depende en 60 por ciento de la informalidad, cualquier desplome es catastrófico para el empleo en cualquiera de sus formas. La tasa de desocupación aumentará, especialmente si consideramos que para el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) se considera desempleado a quien no trabaja ni una hora a la semana.

También, está en riesgo el incremento al poder adquisitivo de los salarios mínimos incorporado por el gobierno de la 4T en 2019 y el problema puede ser crucial en la frontera norte debido al deterioro del tipo de cambio, con efectos en el abasto y la migración.

No se ha considerado que la crisis afecta de manera diferente a las distintas regiones del país, con más crueldad en municipios de estados pobres como Chiapas, Guerrero, Campeche, Oaxaca y Tabasco, que además verán mermados sus ingresos por remesas.

Por si fuera poco, nada se ha dicho de la lucha contra la delincuencia, la inseguridad y el Estado de derecho. Lo presupuestado ya no tiene sustento por el cambio de las variables y el temor de la sociedad.

La inexistencia de una red de contención inmediata y el obligado replanteamiento de la estrategia económica por la inminente caída de los ingresos nacionales, el encarecimiento de los alimentos y los servicios, la afectación de los sectores medios y de los más pobres, ha hecho que la percepción de deterioro prevalezca más allá del fin de la emergencia sanitaria mundial.

El argumento de la estabilidad macroeconómica, como parte de un discurso de tranquilidad. ayuda cuando se emplean oportunamente las herramientas fiscales y financieras adecuadas, pero se anula cuando los legisladores de Morena usan al Congreso para asegurar su reelección en perjuicio de soluciones para los ciudadanos y el país.

Las acciones tomadas contra la crisis del coronavirus son incompletas y ya fueron superadas por la ciudadanía que teme más por lo que viene en materia económica que por los efectos del coronavirus.

@lusacevedop