A la crisis económica mundial dominada por el coronavirus y por el desplome de los precios del petróleo hay que incorporarle también algunos elementos políticos que pueden agravar el panorama, especialmente para los países en desarrollo como el nuestro.

Si bien una de las premisas básicas de un gobierno es la de construir optimismo, es muy complejo hacerlo cuando las condiciones socioeconómicas carecen de solidez por el deterioro de las expectativas de crecimiento, la desconfianza en las decisiones de gobierno y la inconsistencia para construir un estado de derecho que conduzca a la seguridad y certidumbre prometidas.

El mensaje de tranquilidad lanzado por el Secretario de Hacienda al decir que la economía mexicana está blindada, en función de la flexibilidad cambiaria, el relativo control inflacionario con estabilidad macroeconómica, una deuda pública con vencimientos de largo plazo que puede dispararse, la disponibilidad de 158 mil millones de pesos del Fondo petrolero, más los 90 mil millones del Fondo de estabilización de los Ingresos de las Entidades Federales, permiten decir que tenemos queso suficiente para hacer frente a cualquier contingencia, que no sea un gato ambicioso.

Más, si a esos datos le agregamos los 61 mil millones de dólares disponibles con el FMI y las reservas de 185 mil millones de dólares del Banco de México, es como podemos decir por la mañana que los problemas de afuera “nos hacen lo que el viento a Juárez”; esto es, nada nos puede mover ni un pelo.

Sin embargo, las cosas no son tan simples y confirman que, como en los años setenta, el Secretario de Hacienda no tiene control del problema, más que como vocero.

Desgraciadamente las decisiones del entorno global no están en manos del gobierno mexicano y por eso el contexto es indispensable. En general dependen de decisiones políticas que alteran las relaciones del mercado, como ya lo vimos con el desplome del precio internacional del petróleo que desplazaron el acuerdo de liquidez tomado por los 7 países más ricos del mundo para enfrentar los problemas de movilidad mundial generados por el coronavirus y que se manifestaron en la baja de las tasas de interés.

A ello hay que reconocer que China, uno de los principales motores económicos desaceleró su consumo a causa del Covid-19 y su crecimiento, que se había previsto en 6 por ciento, apenas llegará a 3.5 por ciento este año, con todas las consecuencias que eso significará para la población de, cuando menos, la mitad del mundo.

También hay que sumar la cuarentena asumida por Italia, las limitaciones impuestas por España y Japón, entre muchos más, que colapsarán el flujo de bienes y servicios, especialmente turísticos, en todo el mundo y, entonces, la recuperación de la economía internacional, que se pensó arrancaría en para mayo, se postergará hacia octubre, con lo que las expectativas de crecimiento de nuestro país, por ejemplo, serán idénticas a las de 2019 en el mejor de los casos: nulas.

Por la emergencia desatada por el coronavirus y las dificultades petroleras, la Unión Europea anunció que inyectará 25 mil millones de euros entre sus 27 países miembros para asegurar el funcionamiento de los sistemas sanitarios, la liquidez de las pymes y la protección de los mercados laborales.

En la víspera y en plena campaña política, Donald Trump anunció apoyos fiscales a las nóminas de los asalariados, ayudas a los empleados que cobran por hora y asistencia a los sectores como hotelero, aeronáutico y el de los cruceros, que han sido de más afectados por la crisis del coronavirus; aunque también ha advertido que podría emitir más dólares (deuda) para mantener el liderazgo económico mundial de su país y ha presionado para que el Banco de la Reserva Federal baje más las tasas que hoy oscilan entre 1 y 1.25 por ciento.

De bajar los réditos, su país sería el refugio financiero global, en perjuicio de México.

Por si hiciera falta un toque político, el Parlamento ruso aprobó que Vladimir Putin pueda participar nuevamente en las elecciones una vez que concluya su mandato en 2024, y de ganar, permanecería en el poder hasta 2036.

Si con poderes políticos limitados Putin fue capaz de desencadenar una insospechada guerra por los precios del petróleo entre Arabia Saudí y Rusia, que al inicio de esta semana provocó caídas superiores al 7 por ciento para sacar del mercado energético a Estados Unidos como primer productor mundial del crudo, imaginémoslo con más fuerza.

Aunque las bolsas han rebotado, Wall Street ya perdió la quinta parte de su valor en tres semanas, los capitales huyen en busca de tasas de interés altas y rentables, el consumo de petróleo se hunde y los organismos internacionales afirman que el impacto de la crisis no se puede determinar, salvo que será más grave en las economías menos desarrolladas.

Si para América Latina el panorama se oscurece por su relación con china, el vínculo de México con Estados Unidos no es garantía, porque no se piensa en el establecimiento de un esquema de respuesta económica y fiscal contracíclica como el que anunció Trump. Se apuesta por medidas monetarias que se agotan fácilmente y que crean más dependencia externa.

Para México la problemática será financiera porque a pesar de las coberturas, que no cubren todo, la crisis petrolera necesariamente afectará a Pemex, su deuda y la calificación del país; además, la viralización de la crisis también perturbará los ingresos fiscales federales que desequilibrarán el presupuesto, lo que impedirá crecer y ofrecer bienestar.

No basta tener el abundante queso del blindaje financiero que se presume, sino saber ofrecer la estrategia que permita a los mexicanos salir de la ratonera de la que será difícil salir.