No es fácil emprender un negocio propio en México. La educación de los mexicanos nos vuelve dependientes del gobierno. Las exenciones impositivas al comercio no existen, o se reservan solo al compadre o socio empresarial del gobernador en turno.

Pocos mexicanos hemos seguido la escarpada ruta del emprendedor. Tampoco es que el Estado mexicano sea especialmente represivo en contra de la pequeña o mediana empresa: es parte de la naturaleza de cualquier gobierno, más unos que otros, pero todos cortados por la misma tijera.

Claro, el moonshot (idea innovadora difícil de ejecutar) de todo negocio es volverse global. El comercio no tiene nacionalidades, aunque sí un país de origen. Waze, el sistema de navegación vehicular, que tanto utilizamos para evadir antialcohólicas, lo diseñaron unos chavos israelitas con mínimos recursos económicos. Google les compró la aplicación en mil millones de dólares. Casi todas las ganancias de esa venta la retornaron los chavos a su natal Israel.

Skype lo creó un par de programadores en Estonia, zona más pobre que el sur de Nuevo León. Ahora vale 10 mil millones de dólares, cifra que no verá nunca la gente del sur de este Estado. Sus fundadores son ahora empresas o inversionistas de capital de riesgo en su Estonia nativa. Los cientos de ingenieros que contrata Skype son estonios. Viven allá. Esa suerte nunca la tendrán los habitantes del sur de Nuevo León, tan dependientes a la fuerza del gobierno federal y estatal.

México tiene más cerca territorialmente el norte de California que Israel o Estonia. Silicon Valley está a solo un par de horas, pero 53% de sus inversiones de capital no va a parar a emprendedores mexicanos: Silicon Valley prefiere dárselo a jóvenes innovadores de la India (28%), y a chinos, vietnamitas, taiwaneses y coreanos (28%).

La causa de esta disparidad de inversión entre innovadores de otros países y los mexicanos, consiste en que el gobierno federal de AMLO aún no incentiva, sino que desactiva la creatividad emprendedora. Esa es una misión pendiente de AMLO.

Trate usted de montar un negocio en la cochera de su casa, para que súbitamente le caiga una costosa sanción por falta de permiso de edificación y uso de suelo. Así, cualquier mexicano prefiere buscar un cargo modesto de burócrata en el ayuntamiento o un puesto fayuquero en el mercado negro.