La vida de Genaro García Luna es muy parecida a la de Miguel Nazar Haro. Ambos policías son hijos del sistema político mexicano, aunque Genaro se ostentaba como parte del cambio democrático, o al menos, lo patrocinó con dinero del Chapo Guzmán.

Nazar Haro vendía ropa usada y ahí comenzó su ascenso al poder. Es decir, su descenso a las cloacas del sistema. Pero aún como titular de la Dirección Federal de Seguridad, Nazar nunca ejerció un poder similar al de García Luna. Nazar fue siempre un alfil, un segundón en una corte de los milagros donde el único que mandaba de verdad, era el presidente. Nadie más.

García Luna, de profesión ingeniero mecánico, en cambio, acabó por someter bajo su férula a Los Pinos. Felipe Calderón terminó subordinado a los acuerdos que en lo oscurito cerró su Secretario de Seguridad Pública con el Cártel de Sinaloa, al que brindó protección. Ni Juan Camilo Mouriño le disputó tanto poder detrás del trono. Tal parece que una buena parte de la guerra contra el narcotráfico que coordinó Genaro fue un simulacro: yo finjo que te persigo para que tú finjas que te sientes acorralado. En realidad, el Cartel de Sinaloa operó en México como Juan por su casa y se enardeció sobre otras organizaciones criminales. Por eso lo enconado de la guerra del narco en ese sexenio.

García Luna, al igual que Nazar, se creyeron intocables porque se decían socios de la CIA y de la DEA. Así lo alardearon ambos. Los dos se paseaban en EUA en supuesta impunidad y compraron propiedades en California, Texas y Florida. Nazar Haro entró al ilícito del contrabando de vehículos suntuosos que robaba allá y vendía en México. O regalaban a sus padrinos políticos.

Si García Luna fuera más cuidadoso (nunca lo ha sido) se enteraría que a los gringos les valió que Nazar se asumiera como “uno de los suyos”. Lo detuvieron, lo procesaron y por poco lo sentencian de no ser porque la diplomacia mexicana cabildeó al más alto nivel (Nazar guardaba secretos de Los Pinos, que por nada del mundo podían ventilarse en terrenos norteamericanos).

A diferencia de Nazar Haro, a García Luna no lo defenderá el gobierno mexicano. Al contrario. Su suerte está echada. Solo un milagro podrá sacarlo de este aprieto. Y el fiscal del Distrito Este de la Ciudad de Nueva York no cree en milagros. No para liberar a Genaro García Luna.