Rusia dio a conocer que finalmente halló la ansiada vacuna contra el Coronavirus, que estará disponible a principios del próximo año. Muchos miembros de la comunidad científica internacional ponen en duda la pronta solución a un problema tan grave, y hasta el doctor López-Gatell condenó su uso por no haber cumplido satisfactoriamente los estudios de la fase 3; sin embargo, estoy seguro de que muchísima gente estaría dispuesta tomarla cual conejillos de Indias voluntarios, pues les resulta urgente salir del confinamiento e integrarse ya a la vida productiva, aunque los efectos secundarios sean escamas, visión borrosa e impotencia sexual (eso, sin mencionar sus impetuosas ganar de salir de fiesta).

Yo no desconfío tanto de la vacuna como de los humanos con poder para distribuirla, pues los poderosos tienen por costumbre sacarle provecho propio a las soluciones por encima de las necesidades del prójimo.

Yo al menos percibo dos obstáculos para que la cura llegue a buen término: 1.- La patente. 2.- Estados Unidos.

La patente

El registro de una marca no solo obedece a la regulación y ordenamiento para la distribución de un producto, sino que genera el privilegio de su usufructo económico. Quienes descubran la vacuna legalmente son los dueños de su explotación, y si los científicos de Holanda, Chipre o Uruguay crearan un producto con la misma fórmula serían acreedores a una demanda rusa, mientras el mundo desfallece por la pandemia.

De entrada, y ante la evidente urgencia por la supervivencia, podría tener un precio elevadísimo, como el Viagra, cuyas primeras pastillas estaban por las nubes (igual que la cerveza inglesa Guinness, que cuando se comercializó en México costaba el cuádruple de lo que cuesta ahora) antes de que surgiera la competencia de Cialis y posteriormente otras marcas contra la disfunción eréctil.

Lo propio sería que, por razones humanitarias, la vacuna se distribuyera gratuitamente por una elemental solidaridad civilizada, pero los dueños de la patente podrían argumentar que los gastos de producción y distribución justifican el precio que tasen. Esto generaría una irónica guerra entre quienes puedan permitirse comprarla y quienes no, pues las condiciones económicas del planeta colocan a quienes tengan mayor poder adquisitivo (personas y gobiernos) sobre los más desfavorecidos, como si la merecieran más, polarizando más profundamente las diferencias sociales.

Esta situación sería doblemente injusta, tomando en cuenta la penosa situación económica de todos los rincones del planeta como resultado del paro industrial derivado de la pandemia, desgracia global que han aprovechado los sectores de derecha para atacar a los gobiernos de izquierda (como el nuestro), como si los gobernantes gozaran con cada golpe de guadaña con que la muerte sesga vidas.

Estados Unidos

Donald Trump, como todos los presidentes que han pasado por la Casa Blanca, hace del conflicto su modus vivendi. La guerra es el negocio permanente de ese país, pues no solo son los amos de la industria armamentista, sino que han inculcado en la mente de los norteamericanos la idea de que ellos son súper poderosos y que cada ser vivo de la Tierra tiene que estar sometido a sus órdenes o ser aplastados (argucia psicológica que esgrimen cuando tienen elecciones presidenciales).

Estados Unidos ya estaban afilando sus cuchillos contra China cuando los rusos anunciaron su vacuna, algo que no es alentador cuando ese mérito no lo tuvo el país más arrogante y pendenciero de todos. Esta falta podría tomarse como humillación y la respuesta podría ser agresiva, generando un conflicto que sustituya al Covid-19 (y del que puedan resultar los héroes); o quizás actuando como cualquier fabricante de antivirus cibernético: creando otro virus que se combata con una vacuna norteamericana.

No debemos descartar la posibilidad de que el Sida haya salido de sus fábricas de armas químicas, cuya propia existencia exhibe una mentalidad peligrosa para el resto de la humanidad. Así que uno puede esperar lo peor de su gobierno.

Ojalá me equivoque con mis catastróficas conjeturas, y de no ser así, tendríamos que invocar la intervención de los extraterrestres para que pongan en orden la ambición y violencia de los terrícolas, que los hace enfrentarse a unos contra otros.