Llevo varias semanas de encierro. Solo salgo a pasear a mi perro y para hacer las pocas compras que mis bajos ingresos permiten. Desde que dejé de trabajar solo nos pagan el salario mínimo. Apenas alcanza para nada. Esta situación ha empeorado las cosas en la casa. Las agresiones verbales ya son lo de menos, lo que ya no aguanto son los golpes.

Cuando ya no tengo pretexto para salir y no puedo reprimir las lágrimas por los insultos que profiere, me encierro en el baño, ahí puedo llorar en silencio para descargar la impotencia y la tristeza que me embargan, sin que me vea. Me quedo ahí hasta que llega a patear la puerta con furia diciendo que necesita entrar.

Este encierro es peor que un infierno. Quiero salir corriendo. Abordar camiones, el metro, para estar entre la gente, quiero contagiarme, imploro que este virus invada mi cuerpo y aniquile con esa agresividad que dicen que tiene, esta frustración, esta inmensa tristeza. Ya no quiero vivir… ya no queda nada de lo que yo era, soy una piltrafa, no sirvo para nada, no soy nadie. No puedo salir sin lentes o cubrebocas porque todos verían mi maltrecho rostro, apenas puedo abrir un ojo por ese puñetazo en el que descargó su odio y frustración; no esperaba el golpe, perdí el equilibrio y caí sobre las frías baldosas de la cocina, se abalanzó sobre de mí asestando golpes con furia para después patearme sin piedad. No sé por qué no respondo, por qué no me defiendo…

Su amargura y crueldad aumentaron después de haber perdido su trabajo y de saber que no percibirá ni un quinto. No puede contener la frustración. Llevaba más de catorce años trabajando para esa empresa. A cada rato grita que no es justo que se haya quedado sin nada. Maldice a su jefe y arremete conmigo recordándome que no valgo nada, diciéndome que soy una basura que maldice el día en que me conoció. Que yo arruiné su vida. Toda.

Lleva años maltratándome. Comenzó a externar su odio cuando supimos que yo no era fértil. No me lo ha perdonado nunca. Desde entonces las agresiones verbales comenzaron a ser comunes, y cuando no bastaron, vinieron los golpes. La primera vez que me pegó me dio una cachetada que dejó en mi rostro la marca del anillo que con tanta ilusión le regalé en nuestro primer aniversario; queda como un sello en mi piel. Tarda días en desaparecer.

Se sienta en el sofá de la sala viendo mensajes y videos en su celular. Los días y las noches pasan y apenas cambia de postura. Fuma y toma todo el tiempo. Los ojos rojos, casi salen de sus órbitas cuando algo o alguien le arranca alguna carcajada. El alcohol le transforma el rostro. Se le hincha…

No percibe mi existencia. Soy un ente. Prefiero que sea así, que me ignore. Para que no pierda los estribos procuro siempre que tenga los suficientes cigarros y cervezas. Mientras, trato de leer en la cocina. No soporto las miradas de desprecio ni los comentarios despectivos que hace hacia mi persona sin motivo alguno. Me siento triste todo el tiempo. Todo este dolor, toda esta vergüenza me está consumiendo, y he tenido que callar por años…

Laura, sé que me odias. Me dices que soy poco hombre, inservible, asqueroso. Que no puedes entender cómo carajos te casaste conmigo. Una mujer como tú casada con un pelele como yo. De maricón y bueno para nada no me bajas. Que soy un miserable. Patético. Inservible, desechable…

¿Alguna vez me habrás amado? ¿Ese corazón que late dentro de tu malévolo ser será capaz de sentir? Laura, no puedo más, prefiero morir, que seguir aquí…

Durante esta pandemia del coronavirus se ha registrado un aumento del 60% de las llamadas por violencia de género. Las peticiones de asilo subieron un 30% según la Red Nacional de Refugios.

Además, la Fiscalía General de la República reportó un aumento del 7.2% de los detenidos por violencia intrafamiliar.

¿Habrá algún registro de violencia contra un hombre?