*Hay quienes dicen puede generar conveniencia y otros que puede ser el beso del diablo.

En el marco de la polémica visita del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) a su homólogo del vecino país del norte, Donald Trump, anunciada para el mes próximo, el tema ha generado una división de opiniones pero en donde sin duda, por más que hay algunas voces que consideran es adecuada en razón de mantener la cercanía y la alianza con una nación fundamental para la economía de México, una gran mayoría advierte al Ejecutivo nacional sobre la delicada exposición que le acarrearía, principalmente en lo político, si insiste en su intención de concretar dicha entrevista con el astuto y traicionero inquilino de la Casa Blanca, un personaje muy capaz de clavarle un cuchillo por la espalda mientras lo abraza. La visita es interpretada por estos últimos como “El beso del diablo”.

A los ojos de quienes le aconsejan desistir en su propósito de visitar la Casa Blanca, López Obrador, estaría poniendo en entredicho la autonomía de México para asumirse como un gobierno manipulado y utilizado por el polémico magnate para lograr sus fines en la búsqueda de un segundo periodo en la presidencia del país de las barras y las estrellas.

También es de advertir que para aquellos mexicanos que residen del otro lado de la frontera, el presidente azteca estaría haciendo el caldo gordo a un personaje que ha manifestado abiertamente su rechazo a nuestros connacionales, que los ha expulsado de aquel país, que ha mandado construir un muro “con dinero de los mexicanos” -como él mismo lo ha manifestado haciendo gala de mofa y sarcasmo-, y que ha atentado contra los llamados ‘dreamers’ siendo detenido únicamente por la Corte pero que ha amenazado con insistir para conseguir su deportación.

“Hay que correr riesgos”, ha dicho AMLO como respuesta a los cuestionamientos y sugerencias para que desista de realizar el polémico viaje.

Pero no se puede tampoco desestimar el contexto en el que se configura la invitación de Trump y el crítico momento que atraviesa este frente al asunto que es su mayor interés: su reelección.

Hay que recordar que en términos de la política exterior de Estados Unidos, empezó el año discutiendo temas como: la guerra comercial entre China y Estados Unidos, las tensiones con Irán, las protestas en Hong Kong, el asesinato de Soleimani, un plan para el conflicto Israel-Palestina, un acuerdo con los talibanes, la situación en Venezuela, entre muchos otros temas.

Pero, sobre todo, lo que más movía la conversación en el ambiente electoral fue el tema del juicio político a que sería sometido el presidente y que terminó con la absolución del mismo del caso de corrupción en Ucrania, por parte del Senado de mayoría republicana.

A las elecciones en Estados Unidos todo las influye. En tiempos normales, se estaría hablando de cómo se fueron desenvolviendo las primarias consolidando la postura del candidato demócrata. Su campaña en cada Estado que terminaría el 6 de junio en las Islas Vírgenes y los apoyos de los importantes del partido como Barack Obama o la familia Clinton.

Pero llegó el COVID-19, pandemia que en un inicio fue negada, minimizada por el inquilino de la Casa Blanca y que ha puesto al país norteamericano patas para arriba. El costo de la pandemia en términos de vidas humanas ha sido alto. Dos millones y medio de infectados y contando, 128 mil muertos hasta ahora.

Las reacciones de Trump han significado un declive en la buena percepción que la población tiene de su trabajo. Según el promedio que hace RealClearPolitics (RCP) de las encuestas para el 25 de junio, el 52% de la población no aprueba su trabajo mientras que 39% sí lo aprueba. Estas cifras son importantes porque en las preferencias electorales para el mismo día en el promedio de la misma fuente, el candidato demócrata Joe Biden tiene el 47% de intenciones de voto a favor, en contra del 38% del magnate gobernante.

Este año 2020 –sui generis como él solo– significó también la explosión del tema racial en Estados Unidos que, si bien siempre ha estado allí, se puso sobre la mesa tras el asesinato del afroamericano George Floyd el 25 de mayo a menos de un policía blanco, Derek Chauvin. Volviendo el grito desesperado de un hombre que se asfixiaba; “no puedo respirar” en un lema en contra del racismo contemporáneo.

Las reacciones sociales en Estados Unidos no se hicieron esperar y tras días y meses de confinamiento, en medio de la polémica federal en la que unos estados empezarían a abrir parte de los negocios, las personas salieron a la calle para hacerle ver a los blancos y a su presidente Trump, que la vida de las personas de color vale y que un cambio de fondo es necesario para transformar verdaderamente a los Estados Unidos. El tema derivó en reacciones interesantes en ciudades como Seattle, en la cual se estableció una zona libre de policías. Otra reacción interesante fue el derrumbe de estatuas de generales confederados como la de Robert E. Lee, en Richmond, Virginia, o la de esclavistas como la de Edward Colston en el Reino Unido.

Contrario a dar una muestra de consideración o más humanizada, la respuesta de Trump fue una amenaza con desplegar el ejército contra los manifestantes.

La idea generalizada es que este Gobierno se ha visto desbordado por el cúmulo de acontecimientos registrados desde marzo con el coronavirus, acrecentados con las protestas raciales. Una encuesta de NBC- Wall Street Journal indica que el 80% de los ciudadanos considera que el país está fuera de control.

En otro sondeo, encargado por la CNN, la aprobación del presidente cae al 38% –siete puntos menos en un mes–, por un 57% que le condena. Es su peor dato desde enero del 2019 y, a escasos cinco meses de las elecciones, se empareja con los presidentes Jimmy Carter y George W.H. Bush a falta de un periodo similar para acudir a las urnas. Carter y Bush (padre) perdieron y se quedaron en un mandato.

A Trump se le ha desmontado el andamiaje de sus logros. Atacado por las crisis –los miles de muertos por Covid-19, desplome económico y protestas raciales– el presidente, tan amante de las marcas y las etiquetas, se ha quedado sin eslogan, una tragedia para alguien como él, hijo político de la telerrealidad.

Por si no fuese suficiente, esta mañana amanecimos con la noticia de que Teherán ha emitido una orden de arresto contra Donald Trump, por el asesinato del general iraní Qassem Soleimani, quien falleció el pasado 3 de enero durante un ataque estadounidense en Irak.

El fiscal de Teherán, Ali Alqasimehr, declaró que Trump, junto con otras 35 personas —a las cuales Irán acusa de estar involucradas en el citado ataque—, enfrentan "cargos de asesinato y terrorismo".

En este marco, el nuevo tratado comercial T-MEC parece sólo un pretexto para esa reunión con el mandatario mexicano en la que no sabemos qué tan bien librado pueda salir nuestro presidente en un entorno que de ninguna forma le será favorable, comenzando por el problema del idioma, pues López Obrador no habla inglés y siendo astuto como es el inquilino de la Casa Blanca, no se descartaría ponga un cuatro a su homólogo mexicano al que no se cansa de decir que felicita mientras le clava el cuchillo por la espalda al hablar de él y los mexicanos en sus actos de campaña.

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@salvadorcosio1

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