Estoy en un aeropuerto, a minutos de subir al avión, desde luego frustrado porque no estoy viendo la única contrarreloj individual del Tour de Francia.

Hace unos minutos entré a la Sala Premier de Aeroméxico —me da por sentirme fifí, perfectamente consciente de que se trata de una falsa ilusión:  ya sé que según el Diccionario de la 4T los fifís verdaderos tienen sus propios aviones, y pues no llego a tanto.

Al entrar a la sala me saludó un ex director de Pemex. No daré a conocer su nombre porque diré cosas muy feas de él y, la verdad sea dicha, como no se trató de una entrevista caería yo en faltas éticas.

El ex director de Pemex, amable y bromista, me preguntó si yo era chairo o fifí. Le respondí que las dos cosas —aunque quizá no sea ni la una ni la otra: fifí no, ya lo expliqué, porque no tengo avión privado, y chairo tampoco porque hace años dejé el movimiento de Andrés Manuel y, desde entonces, hasta “traidor” soy según algunos de los más leales a la causa. Pero en realidad, no importa lo que yo sea.

Platicamos el ex director de Pemex y yo lógicamente sobre Pemex. Él piensa que Octavio Romero, actual director de la petrolera, hace mal las cosas. Yo opino lo contrario: que el señor Romero está haciendo lo que sus antecesores no hicieron, que es limpiar la empresa de la terrible corrupción que la ha caracterizado.

Me dijo el ex director de Pemex que la corrupción no es el problema y, además, que antes de hablar de ese delito habría que definirlo y probarlo.

Le repliqué que el líder del sindicato petrolero, cualquiera que sea la definición de corrupción, es un corrupto.

El ex director de Pemex defendió —después de aclarar que no quería defenderlo— a Romero Deschamps.

Dijo el ex director de Pemex que como Romero Deschamps maneja una “empresa” —“empresa”, sí, de esa manera calificó al sindicato de Pemex— con decenas de miles de trabajadores, seguramente tiene ingresos tan merecidos como elevados.

Es decir, el ex director de Pemex justificó el ostentoso nivel de vida de Romero Deschamps —lujos excesivos de él y su familia, que todo el mundo conoce— con el argumento de que seguramente el sindicato le paga lo suficiente para financiar su opulencia.

Esa es la mentalidad de quienes han gobernado México: el líder sindical y el político —Romero Deschamps es las dos cosas— merecen ser multimillonarios.

El problema no es que sean neoliberales, sino que vean el servicio público público y el quehacer sindical y político como una fuente legítima de riqueza.

No lo ven como corrupción. Y hasta se molestan —el ex director de Pemex se encabronó conmigo, de plano— si escuchan palabras como las que le dije: “Romero Deschamps es un pinche corrupto. Trabajaste con él, te sugiero que no te delates defendiéndolo”.

No hubo mayor escándalo en la Sala Premier de Aeroméxico, pero si alzamos la voz.

Tiene razón Andrés Manuel: lo más triste de la corrupción es que los rateros ni la respetabilidad perdían. Y, por mi experiencia en este aeropuerto, están decididos a defender sus privilegios y su “dignidad”. Por eso me dijo: “Si no tienes pruebas de que Romero Deschamps sea un corrupto, no es ético que lo señales”. ¿Y los Ferraris del hijo del sindicato petrolero? ¿Y los aviones privados? “Eso no prueba nada”, añadió. Frente a eso, nos mandamos a la chingada los dos, cordialmente por supuesto, y mejor nos despedimos.

Va a costar trabajo el cambio, demasiado trabajo. Esos cabrones no aceptan nada. Y creo que se están organizando para que todo vuelva a ser lo que fue.