Se veía venir. Y llegó. Andrés Manuel López Obrador, el primer presidente de izquierda en la historia de México, está sacudiendo el poder económico, enquistado en las élites empresariales del país y las – otrora- poderosas cámaras representativas del sector privado.

No existe, decía ayer, una descripción como tal del modelo de la 4t en la economía, del AMLOeconomic.

Algunos rasgos sí están claros, como la fuerte vocación social del nuevo gobierno en el combate a la pobreza, la prioridad de los proyectos de inversión insignia como el rescate de Pemex, y la idea de que la estrategia medular de la 4t -el combate la corrupción- encenderá los motores para el crecimiento y el bienestar.

Pero la política de la nueva administración con las élites económicas en México sí está más o menos clara. Derivada de un principio grabado con letras de fuego en el ADN de la 4t: la separación -o supeditación- del poder económico al poder político.

El fenómeno es nuevo. Tiene el sello de la 4t.

 

La idea de supeditar el poder económico al político no es nueva en la historia moderna del estado mexicano. A Obregón, Calles, Alemán - por supuesto Echeverría y López Portillo- Fox, y hasta Peña Nieto les habría encantado.

Pero en la práctica no funcionó. O no del todo.

El concepto que está implementando López Obrador sí parece tener carácter sui géneris.

Al terminar las balas de la revuelta armada a partir de los 20’s  del siglo pasado, los gobiernos postrevolucionarios no tenían mucho tiempo para pensar en una línea de acción política con las empresas. Además, la industria apenas empezaba. Había manchas de actividad empresarial como en Monterrey donde se gestó una industria naciente. Por otra parte, la economía mexicana era predominantemente agrícola.

Otra razón de peso es que los gobiernos posteriores a la revolución estaban buscando, literalmente, llegar a acuerdo entre los grupos para evitar revueltas.

La excepción fue el gobierno de Lázaro Cárdenas, quien gobernó de 1934 a 1940. Pareciera ser el precedente de AMLO, o al menos es lo que el líder de la 4t desea. Tuvo algunos rasgos de izquierda, como incluir la educación socialista, la promoción del reparto de tierra -una demanda secular del movimiento armado que estalló en 1910, no satisfecha aún hasta ese momento - y un activismo con las organizaciones obreras. Las relaciones con la clase empresarial, que ya empezaba a tomar influencia en la economía, fueron ríspidas.

Sobre todo, con los de Monterrey. En 1936 -es célebre la anécdota-, tras relaciones averiadas por su activismo sindical, que creó un abierto desacuerdo con los empresarios regiomontanos, en una reunión celebrada en Vidriera (antecedente de Vitro), Cárdenas espetó a los empresarios con la amenaza de que el gobierno se quedaría con las empresas. Nunca lo hizo.

La edad de oro de la economía mexicana, de 1940 hasta principios de los 70, de estabilidad financiera y cambiaria y un crecimiento promedio extraordinario, de entre el 4 y 5 por ciento, gestó una muy particular convivencia del estado y la clase empresarial, ya de peso.

Aprovechando las oportunidades que se presentaron después de la segunda guerra mundial, los gobiernos de esa época, ya con el sello del PRI, implementaron una estrategia de protección, e impulso de la élite empresarial; combinando una gestión exitosa de políticas públicas con un sello protector: la sustitución de importaciones, que fueron producidas por los empresarios de casa. Fue un gran efecto impulsor y la edad dorada de la industria. Y marcó el nacimiento de las grandes fortunas, muchas de las cuales aún prevalecen hasta nuestros días.

El modelo -llamado de desarrollo estabilizador- se quebrantó seriamente con el populismo de Echeverría y López Portillo, que minó el crecimiento económico, destruyó la estabilidad del peso, provocó fugas de capitales; y, rencores y odios con el sector empresarial no vistos antes ni en la época de Cárdenas

Pero fue una pésima gestión, que en la práctica lastimó la fortaleza del conglomerado de empresas de las élites mexicanas, y no una estrategia per se, explicita de supeditar el poder económico al político.

De ahí se viró al neoliberalismo a principios de los 80’s, que empezó titubeante con Miguel de la Madrid, alcanzó su punto culminante con Carlos Salinas quien devolvió los bancos al sector privado, e implementó el acuerdo de libre comercio, que alentó – si bien en forma insuficiente- el crecimiento económico y bienestar.

Fue también el nacimiento del modelo clientelar entre el estado y las grandes empresas, caracterizado por una especie de colusión de intereses, subvenciones y un trato fiscal especial. Aunque el modelo tuvo un tropiezo a fines de sexenio, en 1995 dentro del sexenio de Salinas, con la crisis política de los magnicidios de Colosio y Ruiz Massieu, perduró su esencia desde entonces, esencia que se mantuvo en los posteriores gobiernos, tanto del PRI como del PAN.

Y marcó también el nacimiento de los negocios de Carlos Slim, que crecieron al amparo de la enorme concesión de la venta de Telmex en condiciones de privilegio.

Por la puerta trasera, este modelo inoculó en el sistema dos vicios, que a la postre crearon el caldo de cultivo para el triunfo de López Obrador en 2018: la corrupción y la inseguridad.

¿Cuáles son las particularidades del modelo económico con las grandes empresas del nuevo gobierno, el AMLOeconomics?

Empezó como un manotazo: la cancelación del aeropuerto de Texcoco, donde las grandes empresas, en particular las ligadas a Carlos Slim el millonario más prominente de México, tenían enormes intereses.

Ese día, de octubre de 2018, fue fatídico para los grandes empresarios. Un baño de agua fría. La decisión fue controvertida. Basada en una consulta popular cuya metodología fue cuestionada.

Criticada por los expertos por tirar a la basura un proyecto con más de 40 por ciento de avance, sustituyéndolo por otro, de cuestionada vialidad.

Pero a AMLO no le importó. Para él la decisión se justificó por considerar prioritario para su gobierno supeditar el poder económico al político.

Aunque tras unos primeros meses de tensión con los ricos de México, el presidente se acercó recién a la élite empresarial, buscando reactivar la inversión, este principio, que dibuja un hombre enérgico que gusta del poder, sigue incólume.

A un año de distancia, AMLO no ha titubeado para imponer su fuerza a los grandes intereses empresariales.

 

El trato con los hombres de dinero, que manejan hilos importantes en la economía, ha empezado a modificar la tradicional relación clientelar del estado mexicano con estas élites de negocios. No está clara ahora la intensidad y el resultado de este cambio, pero sí las acciones que ha empezado a llevar a cabo el nuevo gobierno con los gigantes de los negocios, quienes están detrás de los influyentes organismos representativos del sector privado.

  • Usó el poder del SAT. Dejó claro que no habrá condonaciones de impuestos.

  • Impuso límites a la estrategia de consolidación fiscal, que permitía beneficios a los grandes corporativos restando a las ganancias de sus subsidiarias, las pérdidas de otras.

  • El sector de medicinas, si bien es cierto no es asiento de grandes empresarios, puede tomarse como una señal de otra faceta del nuevo gobierno. La de consolidar las compras para ahorrar. La medida ha sido criticada por su funcionalidad. Se ha dicho que ocasiona en parte la escasez de medicinas. Pero al margen de esto revela el sello controlador del nuevo estado mexicano de la 4t.

  • Hay otro poder del nuevo gobierno con las grandes empresas: El de la chequera. Como comprador de cientos de millones de pesos no sólo a las compañías de peso, sino a las medianas.

Un rasgo del estilo clientelar de los anteriores sexenios fue, sí, un buen trato en las compras de esta enorme chequera gubernamental, a las empresas grandes. Los pedidos van desde equipos de seguridad, pasando por autos, contratos variados de servicios, los jugosos contratos de construcción y del sector petrolero, además de decenas de productos más.

¿Hay cambio aquí? ¿Tiene la 4t “sus” empresas? ¿Qué tan fuera de este grupo selecto de clientes del gobierno, donde hay contratos millonarios, están las compañías de rancios apellidos como Slim, Quintana, Bailleres, Larrea, Azcárraga, o Salinas (de TV Azteca)?

Están algunos. Otros no. Hay otros cercanos -nuevos- al grupo de poder. No es novedoso. En la praxis cotidiana, los estados prefieren a unos y otros no. Así ha sido siempre desde el principio del estado. Los jefes políticos ejercen su albedrío de este gran poder discrecional, y privilegian a quienes le son leales o simpatizan con sus ideas. Maquiavelo suscribiría esta reflexión. Es prematuro juzgar a una edad temprana del sexenio, la intensidad del cambio. Pero puede arriesgarse la afirmación de que los capitanes cercanos al gobierno de anteriores sexenios si han visto afectados sus intereses.

  • Hay otro poder que afecta a todos los negocios por igual; a chicos, medianos y gigantes: el de la estrategia general de política económica, y el grado que alienta la actividad productiva y el empleo.

Los datos, al menos los que siguen los tomadores de decisión de inversiones, y quienes analizan esta dinámica, como los expertos, analistas de bancos y calificadoras, apuntan a que, en el balance, las políticas económicas del nuevo gobierno, hasta ahora han frenado la actividad productiva.

Para las empresas cuyos dueños son de rancio apellido lo mismo que para el estanquillo de la esquina, esto significa menos ventas, una caja registradora a mediana capacidad.

Para las grandes empresas que cotizan en bolsa se traduce en pérdidas. Merma en sus activos. En el valor de sus portafolios. Informes no muy buenos a sus accionistas, fifí como se diría ahora.

Para muestra, basta un botón. Según varios reportes de prensa, las pérdidas de valor de las acciones de las empresas de Carlos Slim en la bolsa, alcanzan varios miles de millones de dólares, fácil más de 5 mil millones.

Esto le debe preocupar más que una baja en el ranking de los multimillonarios de Forbes, aunque su fortuna no sea chiquita, y supere los 40 mil millones de dólares.

 

Para los grandes empresarios, que han prestado oídos al acercamiento buscado por el presidente, la pregunta es:

¿Invertir (más) o no invertir?

Lo prometieron en la mesa con López Obrador, pero la decisión no es sencilla.

La atmósfera en la que tendrán que tomar esa decisión es compleja, con variables que tienen que sopesar como cualquier inversionista.

Ahí está la cuestión.

Mañana tocaremos este punto.