Con esa simple palabra se puede definir el ánimo que impulsa a miles de hondureños a dejar su tierra y lanzarse a la aventura de cruzar Guatemala y México tratando de llegar a los Estados Unidos.

Muchos de años llevan años pensando en la posibilidad y no lo habían intentado por dos razones: la primera económica, porque había que ahorrar una fuerte suma de lempiras (moneda oficial hondureña) para convertirlos a dólares y dejarlos en el viaje a los traficantes, obvio sin garantía alguna.

Y, la segunda, la inseguridad que durante los últimos años se había dado en su contra por parte de la delincuencia que les robaba todo y en ocasiones los obligaba a sumarse a sus filas.

Las caravanas han sido una forma que elimina los dos obstáculos antes mencionados y que además, recibe diversas clases de apoyo a su paso.

Lo triste es que son contados los que alcanzan a cruzar la frontera hacia Estados Unidos. La mayoría se queda en México con, tal vez, algunas opciones más para subsistir a diferencia de su terruño en donde viven aterrorizados por la violencia y sin posibilidades de empleo.

Ayer partió otra caravana de San Pedro Sula con un millar de migrantes emprendiendo la aventura. Estados Unidos presiona a México para que los contenga en el Istmo y no les permita el paso al norte; de ser así el grupo se desintegrará en la zona, lo cual no quiere decir que regrese y buena parte de ellos emprenderán el viaje hormiga hacia la frontera, aunque la mayoría terminará en cualquier ciudad de México, pidiendo limosna para llevarse algo a la boca.