A 25 años de la muerte de Luis Donaldo Colosio, vivimos en la era de la deconstrucción. Deconstruir es deshacer analíticamente los elementos que constituyen una estructura conceptual. Ante la nueva visión y las acciones de la 4T, necesitamos construir un nuevo modelo general de equilibrio político en México. Y las ideas de Colosio son una buena guía.

Yo conocí a Colosio en 1988, cuando él era oficial mayor del PRI, coordinador de la campaña presidencial y candidato a senador por Sonora.

Desde esa primera vez, me impresionó mucho su energía inagotable, su dinamismo; su visión estratégica, su capacidad para lo que hoy llamaríamos “multi-tasking”: ¡podía estar en 20 cosas a la vez y nunca perdía el hilo de un solo asunto!

Luego tuve la oportunidad de apoyarlo, cuando yo era ministro de Información y vocero de la Embajada de México en los Estados Unidos, y Colosio hizo dos viajes de trabajo a Nueva York y Washington, primero como senador y luego ya como secretario de Desarrollo Social.

Sus visitas fueron todo un éxito, porque le organizamos un programa muy completo y, más que nada, porque, como siempre, iba bien preparado.

Poco después me llamó para invitarme a formar parte de su equipo.

Cuando hablé con mi jefe —Gustavo Petricioli, uno de los mejores embajadores que hemos tenido en Washington—, me dijo con su invariable generosidad que por supuesto tenía luz verde para irme a trabajar con Luis Donaldo, por la sencilla razón de que, para Petricioli, Colosio sería el próximo presidente de México.

Así que, hice maletas, regresé y me incorporé como asesor del secretario en SEDESOL.

Recuerdo una de las conversaciones que tuvimos poco después, cuando volábamos de regreso de una gira a Campeche, y acabamos platicando sobre los conceptos de virtud y fortuna de Maquiavelo.

Para el florentino, la fortuna era el azar en la vida, la casualidad, lo que está fuera del alcance de la lógica, y la virtud era su contraparte.

Maquiavelo escribió que si el príncipe posee virtud, nunca será una simple víctima de los golpes de fortuna. En ese sentido, para el éxito la fortuna no necesita de la virtud, pero sí la virtud de fortuna.

Durante su carrera, Luis Donaldo Colosio fue un político que siempre tuvo tanto virtud como fortuna, hasta que todo acabó trágicamente hace 25 años, aquel fatídico 23 de marzo de 1994.

Colosio lo tenía muy claro hace 25 años.

Era un líder realmente transformador, y expresó con toda puntualidad su visión en el ya famoso discurso del domingo 6 de marzo de 1994.

Quería una nueva relación entre el ciudadano y el Estado; quería una reforma del poder, para avanzar hacia un sistema de mayores equilibrios, fiel a su origen republicano y a su vocación democrática.

Su visión era la de un crecimiento con estabilidad, basado en finanzas nacionales sanas y buenas finanzas familiares; en una mayor equidad, con más empleos mejor pagados, un combate decidido a la pobreza y la desigualdad, y una gran reforma para el campo.

Colosio estaba convencido que era la hora de las regiones de México, para aprovechar mejor los recursos, la capacidad y el talento de cada una de las comunidades del país, de cada ciudad, de cada estado.

Proponía una educación de calidad para la competencia global, y veía en esta tarea nuestra batalla más trascendente de cara al futuro.

Luis Donaldo ofrecía un cambio con rumbo seguro, para garantizar paz y tranquilidad a nuestros hijos; y él mismo encarnaba el ideal de superación basado en el talento y el esfuerzo constante.

Siempre me he sentido orgulloso de haber trabajado cerca de Colosio.

Gabriel García Márquez escribió que “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y como la recuerda para contarla”, así que quiero compartir algunos recuerdos que creo que reflejan la personalidad de Luis Donaldo y su extraordinario liderazgo.

De entrada, Colosio era uno de esos políticos a los que no hay que explicarles las cosas, sino todo lo contrario: él siempre tenía más claro que nadie cuál era el mensaje que había que mandar; cuál era el objetivo de cada reunión que tenía; y en qué radicaba el éxito real. Siempre construían el relato perfecto, la narrativa eficaz, la historia del futuro.

Por supuesto, todos los que lo conocimos sabemos que no era nada fácil trabajar con él.

Era impaciente, regañón y obsesivamente disciplinado, porque —como lo señaló José Ortega y Gasset en su magnífico texto sobre Mirabeau o el político—, Colosio era un alma grande, tenía una idea perfectamente clara de lo que debe hacerse por la nación desde el Estado.

Colosio revisaba cada mensaje con mucho cuidado. Siempre preguntaba ¿por qué?, y hacía anotaciones, subrayaba con su pluma sepia y ponía signos de exclamación en todas las tarjetas verdes que le pasábamos.

Nada de lo que hacía era gratuito ni obra de la casualidad.

Hay pocas veces en la vida que uno tiene la suerte, o la fortuna, de toparse con un verdadero líder; pero cuando sucede, no cabe duda de que pueden inspirarnos a dar lo mejor de nosotros mismos.

Colosio era así; pensaba, actuaba y comunicaba distinto a los demás políticos que yo había conocido, y por eso nos inspiraba.

Todos los políticos comunican lo que hacen; algunos dicen cómo lo hacen; pero muy pocos comunican bien por qué lo hacen.

Colosio, en cambio, siempre explicaba por qué hacía las cosas. Se acercaba a la gente y literalmente la cautivaba, porque “conectaba” con cada persona y hacía que creyeras en lo que él creía.

Era muy inteligente y tenía una gran capacidad analítica, pero su liderazgo en realidad era esencialmente emotivo, ya que lo que decía le salía del corazón, y por eso era que la gente lo seguía con fervor.

La diferencia de Colosio era que actuaba con una gran convicción; tenía no sólo un propósito bien definido en cada cosa que hacía, sino también una causa, que, claro está, era siempre la causa de la gente, el avance de México.

A 25 años de la tragedia en que perdimos un alma grande, es indispensable reflexionar sobre la política en México, sobre los políticos, y sobre nuestro futuro como sociedad, como nación.

En estos momentos en que —lo sabemos bien—, tanto en nuestro país como en el mundo entero el arte y el ejercicio de la política sufren duros embates desde muy diversos frentes, honrar la memoria de Luis Donaldo Colosio es dignificar esta tarea fundamental e indispensable.

Con Luis Donaldo aprendí mucho.

Aprendí que cuando eres un político genuino defiendes lo que crees; lo haces de frente, y motivas a otros para luchar juntos por el bienestar de nuestra comunidad y por el desarrollo de nuestro país.

Colosio me hizo —nos hizo— confiar en el poder transformador de la política.

En esta tarea, la combinación de prudencia y valentía para tomar decisiones es muy difícil de lograr, pero resulta indispensable. Y una de las principales cualidades de Colosio, es que lograba ese equilibrio.

Cuando platicábamos, Colosio me decía: ¿Qué puedes controlar en política?

Lo que depende exclusivamente de ti es tu visión, tu voluntad, tu determinación, tu responsabilidad, tu pasión y —también— tu sentido del humor.

Lo que no puedes controlar son las fuerzas que se desatan a tu alrededor cuando decides promover el cambio.

En esos momentos, me comentaba Colosio, es cuando la fuerza de tus convicciones se vuelve el único faro para guiar tus pasos.

Max Weber dijo que sólo aquéllos que viven no de la política, sino para la política pueden entenderla como un llamado; como una auténtica vocación.

La vida entera de Luis Donaldo Colosio fue, sin lugar a dudas, una firme respuesta a ese llamado y a su indudable vocación de servicio.

Colosio fue un político que, sobre todo, siempre buscó lo mejor para la sociedad mexicana, y en ese proceso construyó una visión para el futuro de un México próspero, justo, seguro, pleno de grandeza.

El recuerdo de los mejores momentos que vivimos junto a Luis Donaldo, y sus ideas para construir un nuevo equilibrio en la vida política de la república, hará que sea menos dolorosa su partida.