México, como muchos de los países de América Latina y otras naciones bajo condiciones similares, ha basado su desarrollo en la exportación de materia primas en donde el petróleo ha jugado un papel esencial y en esta nueva etapa no se contempla que esa tendencia se modificará en el corto plazo.

Al contrario, la decisión política de construir nuevas refinerías y plantear un modelo de negocios para Pemex que la coloquen en la ruta de modernización y desarrollo de energías alternativas, amplían la percepción de riesgo ante los signos de desaceleración económica mundial.

Los acontecimientos recientes en Arabia Saudita en materia petrolera y las disputas comerciales entre Estados Unidos y China, además del incierto desenlace del brexit y la dudosa firma del T-MEC, por mencionar solamente alguno de los problemas a los que se enfrentará nuestro país, no aseguran que el crecimiento sostenido se presente para los mexicanos antes de 2022.

Pese a que en los últimos años el sacrificio de la sociedad mexicana se ha traducido en una lenta pero importante disminución financiera de la dependencia petrolera y de otras materias primas, el balance final no es siquiera favorable.

La prudencia fiscal, generalmente inducida por los organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial (BM), así como la aplicación de las mejores prácticas que promueve la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), han permitido sortear las crisis globales.

Aunque de manera destacada, ha sido la flexibilidad del tipo de cambio lo que mejor le ha funcionado a la economía mexicana.

Esos dos elementos le han permitido al país enfrentar las crisis junto con la firme decisión de procurar finanzas públicas equilibradas, tasas inflacionarias convergentes con las de Estados Unidos y evitar el endeudamiento externo.

De acuerdo con un reporte reciente del FMI, durante los últimos 10 años, los países latinoamericanos y México en especial, nos hemos beneficiado significativamente del auge de las materias primas, lo que en el caso de nuestro país se ha creado “un colchón” suficientemente holgado para llevar a cabo importantes cambios, inclusive políticos.

México, a diferencia de la mayoría de los países de la región, mantiene una dependencia del petróleo del orden de 10 por ciento del PIB, aunque su dependencia en materia de gas y gasolinas va al alza.

Si se compara con América del Sur, la dependencia de las materias primas es similar a la que mantenían hace 40 años.

En general, dice el FMI, los países exportadores de energía no han logrado diversificar suficientemente sus economías, por lo que hoy son especialmente vulnerables a un desplome de los precios de las materias primas, situación que afecta la solidez de los cambios que se pretendan llevar a cabo en un entorno global incierto.

Los precios de la energía y los metales se han triplicado desde 2003, y actualmente se encuentran en torno a los máximos históricos de la década de 1970. Sin embargo, estos precios son muy sensibles al producto mundial, como se observó durante la crisis de 2008–2009 y todas las recesiones anteriores; aunque la única excepción fue la crisis del petróleo de la década de 1970.

El auge de los precios de los alimentos se ha mantenido desde 2003, pero ha sido menos espectacular, muestran los indicadores del FMI y explica que sus cotizaciones han aumentado alrededor de 50 por ciento, lo que ha revertido solo en parte la pronunciada tendencia descendente que se observó durante varias décadas antes. Al mismo tiempo, los precios de los alimentos son mucho menos sensibles al crecimiento mundial.

De cara al análisis del Paquete Económico para 2020 por parte de un Congreso que actúa por consigna, preocupa que las condiciones del desarrollo se basen en expectativas de muy corto plazo, simplemente para financiar programas asistencialistas con miras al proceso electoral de mitad de sexenio y no en favor de una auténtica transformación nacional.

@lusacevedop