La prensa falló. Con excepciones, dio un trato indebido a la marcha de las mujeres que protestaban contra las agresiones que sufren en todas partes. En los titulares abundaban expresiones como “vandalismo”, “violencia”, “furia”. Palabras, desde luego, que parecían dirigidas a culpar a las propias mujeres. Faltó profesionalismo en los medios, mayor precisión para redactar encabezados sin ambigüedades. Es verdad, las cosas se salieron de control, pero la causa del caos hay que buscarla en acciones bien diseñadas y planeadas de provocadores  profesionales que estaban ahí no para generar caos solo porque les guste el desorden, sino para intentar detonar una reacción explosiva de parte de la policía capitalina.

Los provocadores desafiaban sobre todo a los y las agentes de las corporaciones policiacas. Estos hombres, estas mujeres todo lo resistieron —y fue bastante— y no respondieron. Fueron prudentes y responsables; por lo mismo, merecen un aplauso. Solo la mezquindad y los intereses políticos podrían llevar a negarles el mayor reconocimiento. La policía de la Ciudad de México actuó con absoluta seriedad, sensatez y mesura.

La jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum —mujer rebelde, preparada y comprometida con las mejores causas sociales, particularmente las de las mujeres en indefensión— puede estar satisfecha: en los momentos importantes sus policías conservan la calma. El fantasma de la represión no tiene cabida en la capital mexicana.

Lo que sigue es ubicar y sancionar a los provocadores. Seguramente pertenecen a grupos políticos de la CDMX desplazados por el triunfo de Morena en las elecciones del año pasado. Sí, debe haber detrás de ellos, manipulándolos, perredistas o ex perredistas que no se resignan a vivir sin poder.

Pero si bien esta es una hipótesis viable, no es la única. El fuego amigo no puede descartarse. Solo la ingenuidad puede diagnosticar la armonía perfecta en un equipo político.