Ya parecía muerto el asunto. Originalmente, el presidente municipal panista de León Guanajuato, un tal Sheffield Padilla, anunció hace algunas semanas que planeaba cobrar la entrada para ver al Papa durante su visita próxima a México. Tras regaño del Vaticano, se retractaría diciendo que la entrada sería gratuita. Raro era que un panista no tuviera buena comunicación con el cura del pueblo.

 

Ahora resulta que tal vez sí se estén vendiendo boletos. El arzobispo de León, José Guadalupe Martín Rábago, ha alertado a sus fieles contra la venta en línea de “pases falsos” para ver al Papa en el Parque Bicentenario (no dice escuchar). De paso segura que los organizadores tampoco han vendido u ofrecido boletos a los empresarios porque son regalados. Pero ante el deseo de “la gente por ver a Ratzinger esta práctica puede incrementarse”. La práctica de los engañabobos, pues.

 

No parece descabellada la posibilidad de cobrar por semejante espectáculo. Como se hace por asistir al show de cualquier estrella cancionera, el futbol, la lucha libre, el cabaret, la barbarie de los toros o por presenciar los patéticos arranques de un pastor evangelista internacional dando testimonio de su experiencia espiritual. ¿Cuál es la diferencia? ¿Cuánto se perdió cuando no se cobró por ver cada interminable visita de Juan Pablo II? ¿Cuánto podría ganarse por ver al Papa alemán que tal vez dé más espectáculo que los anteriores ejemplos? Debe considerarse el cúmulo de ventajas: Se trata de un hombre vestido de mujer (diría Fernando Vallejo); una persona que públicamente va contra la biología al ser un abstinente sexual pero que privadamente es susceptible de pecar carnalmente con mujeres, hombres y niños; es el adalid de la natalidad y la enfermedad en el  mundo al prohibir métodos anticonceptivos o de protección; obtiene una cuota cautiva de sus feligreses universales y por lo mismo extiende extraterritorialmente su poder;… y, antes que nada y sobre todo, es la representación, la encarnación, ni más ni menos que de dios en la tierra.

 

Y entre los infieles, los escépticos, los malditos, ¿quién no estaría intrigado por conocer al emisario de la famosa puta de Babilonia, y por incorporación del significado, a la mismísima puta? ¡Vaya paquete! Cualquier precio sería una ganga. Sus adictos no negarían el pago, antes bien, extenuados, harían dichosas filas por obtener la última entrada.

 

La cuestión está en saber qué se haría con el monto de los ingresos una vez descontado la cuota para el Vaticano, la iglesia local, estatal, nacional, regional y continental. ¿Quedaría algo para las obras pías?

 

Aquí, Fernando Vallejo ilustra sobre La puta de Babilonia, su libro:

http://www.youtube.com/watch?v=iWQwLJTI4tc