La siguiente historia es completamente verídica. Ya dependerá del culto público que la lee creerla. He cambiado el nombre de las personas involucradas, aquí no venimos a ventanear a nadie.
Recientemente me encuentro en la soltería una vez más. Es la primera vez que salgo de una relación sin tener el moco fresco de tanto llorar; al parecer los místicos, los libros, las noches cantineras al son de JuanGa y del príncipe, usar al taxista de confidente, ir a la psicóloga una vez a la semana ha tenido efectos positivos, “madurar” le diría mi madre, acostumbrarse a los madrazos le dice mi profe de box.
Estando un día en el baño del gimnasio un buen amigo me dijo que bajara una app para esto del ligue, la verdad nunca les había puesto atención y siempre tenía la idea de que las mujeres de las fotos son puro cuento, que en realidad es un psicópata con sobrepeso y problemas de autoestima viviendo a los cuarenta en casa de sus papás. En fin, me dejé llevar y bajé la app. A primera vista la noté como una carnicería millennial, si te gusta la chava le das a la derecha, si no, a la izquierda. Creo que todos entendemos cómo funciona la carnicería millennial, explicarlo sale sobrando y no es el punto a tratar.
Dentro de los “matches” di con una chica que, en sus fotos se veía padrísima. Se autonombrana hippie de Careyes, bastante guapa y parecía que estaba igual de loca que yo. Empezando a platicar por vía de la app con ella me dijo que era chicana, a lo que yo le dije que lo de hoy era verse como Cypress Hill por Los Ángeles; le pregunté dónde trabajaba y me contestó que en un escritorio, yo le dije que juraba que Jurassic Park. Estuvo divertido seguirle la corriente, me dio su número de celular y le empecé a escribir por WhatsApp, resulta importante destacar que hasta aquí había llegado en lo que hacía en las carnicerías millennials.
Un sábado por la mañana me encuentro a un amigo que quiero mucho y que nos hemos distanciado por el trabajo de los dos. Él es un gran músico y se le vive de tour 10 meses al año, nunca nos hemos dejado de querer y siempre que podemos nos vemos y platicamos de la vida. Nos fuimos a comer a la Roma y dentro de las cosas que me dijo fue: “No te cierres” y la verdad concuerdo con él, somos pequeñas cositas a voluntad de fuerzas inimaginables e inentendibles por nuestras mentes primitivas.
Llegando a mi casa me escribe la Chica Chicana, le dije que nos diéramos un toque, me dice que nos veamos en el Ángel de la Independencia para tal prometido. Yo hasta aquí no creía ir pero dije “chingue su madre, qué es lo peor que pueda pasar”. Tomé la poca weed que quedaba en mi casa, tomé un Uber y llegué al Ángel. Debo de admitir que, a mis casi treinta, nunca había estado en el Ángel. Vi la ciudad de una manera peculiar, me imaginaba al Paseo de la Emperatriz en épocas del Segundo Imperio, aunque por la noche no se veía el Castillo de Chapultepec, no me costaba trabajo imaginarlo. Total llegó la Chica Chicana, y sí, era la de las fotos, y sí, estaba súper guapa, y no, de Chicana no tenía nada.
Nos sentamos, yo había decidido decir “sí” a todo y dejarme llevar, si existía un destino o un camino elegido para mí, esta era la noche. Ella preparó el churro, y quitados de la pena le dimos un toque en las escaleras del Ángel, donde Don Porfirio celebró su cumpleaños y los 100 años del inicio de la Guerra de la Independencia, donde en el temblor del ‘57 había tirado al Ángel, un lugar con tanta historia y yo poniéndome bien pacheco con una desconocida.
Empezamos a platicar, le habían quemado veneno de rana en el brazo, le habían dejado como cinco o seis puntitos en el brazo como marca, algo bastante avanzado y medio sexy, trabajaba con un candidato independiente para diputado del DF, me dijo que lo admiraba mucho. Yo decidí escucharla, la verdad mensa no era y se nota que tenía cosas padres en la cabeza. Le dije que era abogado y que mi chamba era hacer amparos, hasta ahí llegué con lo mío.
Es a partir de ahorita que la cosa se pone rebuena.
En la semana le había comentado a mi socio que tenía ganas de ir al Zinco a escuchar Jazz, me dijo que armáramos el plan pronto. Total, ya estando quebrados por el toque me dijo “Vamos al Zinco”, a lo que yo dije “órale va”, salimos del Ángel, pedimos un Uber y nos llevó. El lugar es una delicia, era una bóveda del Banco de México y entrar siempre me hace sentir como un villano de Bond robando un motín. La persona de la entrada nos dijo que estaban a reventar y que no nos podían dejar entrar; después de dos que tres bromas con tono de súplica, el dueño, que parece un Woody Allen región 4, le dijo que nos pusiera en la entrada, que abriera las cortinas, que nos dieran servicio y que cuando se desocuparan dos lugares nos cobraría el cover y nos pasarían formalmente adentro. Hoy puedo decir que fue lo mejor que nos pudo haber pasado. El sillón estaba comodísimo y empezamos a platicar sobre la banda. Era una argentina que cantaba cabrón con un cuarteto, piano, tololoche, saxofón y batería, que sonaba todavía más cabrón. Elegantísimos y finísimos. Si hubiera podido planearlo esa hubiera sido mi opción sin pensarlo, así sin mover nada. Yo en otro vida tuve mis dotes musicales, y bien o mal todavía quedan cositas musicales dentro de mí, y estos cuates sonaba PE-SA-DO (no de volumen) pero básicamente habían ido a pasarla bien y divertirse, como debe de ser todo en la vida. Le empecé a decir qué cosas escuchar y en chinga lo hacía, la armonía del piano, los incidentes de la voz, lo fino del baterista; ella pidió un té y yo una cerveza. Vino el primer intermedio y queríamos darnos otro toque pero ya no había producto. En eso, los que parecían, una pareja de extranjeros, pasaron frente a nosotros, bastante cariñosos por cierto, la Chica Chicana me dijo que le gusta a ver extranjeros y que no entendía cómo habían llegado al Zinco: “Of all of the gin joints, in all the towns in all the world” le dije, no entendió a lo que me refería.
De pronto empezó a oler a puro petate quemado, nos volteamos a ver a la cara y pensamos lo mismo, los extranjeros, sólo era cosa de decirles que nos compartieran un toque, ya saben, hay que ayudar al prójimo. Salimos a la calle y fue demasiado tarde, ya se habían empezado a meter al bar de regreso “Nos tardamos” le dije a la Chica Chicana, en eso el extranjero en perfecto español me contestó “Sí, nos tardamos”, este wey de extranjero tiene lo mismo que yo de Austriaco. “La verdad queríamos pedirles que si nos daban un toque” - “Claro, te lo regalo” - “Mil gracias, pero ahorita te lo pago con una cerveza”.
La Chica Chicana y yo nos volvimos a dar otro quiebre, para eso ya la veía con un par ojos de encanto y un tuerto de lujuria. Tengo que admitir que estaba potente la weed del falso extranjero.
De regreso al bar le dije a la Chica Chicana que tenía que ir al baño, para mi regreso ella ya estaba con los falsos extranjeros, que en la ecuación resultaron ser medios falsos. Él era un químico que da clases en una Prepa fresa y ella sí era extranjera, Australiana. En mi experiencia no existen las coincidencias ni los accidentes, las cosas pasan y ya. De pronto la Chica Chicana empezó a hablarme en un alemán bastante decente, yo estudié toda mi vida en el Colegio Alemán y puedo afirmar que nadie lo aprende por gusto, sino por imperativo, yo sigo odiando todas las tardes que tuve que sentarme a estudiarlo, me atormentan hasta hoy en día y son mis únicas pesadillas, pero resultó que ella lo había estudiado cuando vivía en Nueva York, y uno de pendejo aprendiéndolo en Xochimilco.
Nos pasamos los cuatro a un rinconcito del lugar, atrasito del piano, donde pensábamos que podríamos platicar sin interrumpir a nadie. A partir de este momento sólo se habló inglés por el resto de la noche; yo sí estaba cuajado en el Jazz, fue ahí que le dije, sin que escucharan los falsos medios extranjeros, que me sentía en una película de Woody Allen, en cualquier momento aparecía Pablo Picasso o Salvador Dalí y nos hacían plática, justo cuando le dije eso, frente a nosotros había dos mujeres vestidas de flappers, vestido de lentejuelas, con todo plumas en la cabeza. Algo llegaron a escuchar el Químico y la Extranjera de Woody Allen, al parecer su broma era que todas las fiestas de Halloween era disfrazarse de personajes de Woody Allen, para esto la Chica Chicana soltó una carcajada y me dijo: “La magia existe”.
Durante un pequeño momento, justo antes de que dejaran de tocar los músicos alguien había ido al baño en la parte de arriba del edificio, le había jalado la palanca y llegué a escuchar el sonido del agua corriendo, que por un segundo se combinó con el ruido de la música y le dije a la Chica Chicana: ¿escuchas eso? - ¿Qué?, me contestó – “el agua corriendo”, cerró los ojos y lo llegó a oír, durante un segundo hubo un sonido de lluvia con el Jazz, aunque breve fue bastante, lindo, por no ser expresos en el uso de la palabra.
Como bien bar civilizado, justo al terminar los músicos de tocar, el mesero llegó con la cuenta, la forma cortés de decirle que le llegues, la Chica Chicana quería seguir la fiesta y yo igual, el Químico y la Extranjera dijeron que así le hiciéramos. Salimos caminando, queríamos ir a la Juárez y alguien, no recuerdo quién por razones evidentes, dijo que nos fuéramos caminando, así que digamos cerquita no está, pero tampoco imposible, había un sitio de taxis y nos fuimos en uno, el primero al que nos quisieron subir era bien pirata y optamos por no ascender al mismo. Ella propuso ir a un antro llamado YuYu (que en religiones Africanas Yuyu quiere decir magia), yo nunca había ido, aunque lo ubicaba. Llegamos y había algo de cola para entrar y la música sonaba pesada, no de sonar bien, sino de duro y a la cabeza, hasta podría afirmar que medio darks; el Químico dijo que mejor fuéramos a un bar a pasarla bien, la Chica Chicana dijo que conocía uno muy bueno a la vuelta de la esquina.
Llegamos a un lugar de Tlayudas “la Pizza es mexicana y se llama Tlayuda” dijo ella al llegar, y tiene un punto, romántico, pero lo tiene. Yo dije, esto de bar tiene lo mismo que yo de australiano, y ,pos, nos pasaron por el refri a un lugar al que ya había estado ahí, en una de mis peores noches y que de la noche sólo recordaba ese lugar, como si fuera mágico regresar ahí, donde vi por varias horas el mundo a través de un caleidoscopio, el Hanky Panky, “uno vuelve siempre a los lugares donde amó la vida” diría Mercedes Sosa, y yo en ese lugar amé la vida porque no me morí. La verdad la coctelería es algo que no me gusta y yo me pedí un Martini seco, al parecer la Chica Chicana era una regular y la conocían hasta los del baño. Pidió que le hicieran un trago sin alcohol y la neta el Bartender se mega rifó, no sé qué le hizo, pero tenía miel y lo había hecho como un refresquito, estaba mega bueno.
En la mesa de atrás me topé con un amigo al que le platiqué mi noche hasta ese entonces, se botó de risa y me dijo que si era verdad había que escribirla. Ella conocía a una actriz de no sé dónde, la verdad ya eso de la tele se me hace medio básico y hasta un poquito de flojerita. Para estos momentos el Químico y la Extranjera se traían más ganas que un microbusero a una orden de pastor después de terminar su turno. Entre más platicaba con ella más me gustaba y me confundía, las señales que da la vida son así de literales, estamos tan cegados con la rutina y la tranquilidad de la repetición que hemos olvidado abrir los ojos, y sólo sentarnos a ver las cosas.
Salimos del bar y yo invité la cuenta, le dije al Químico “algún día la vida nos va a reencontrar y esa noche pagarás todo tú”, me dio la mano y me dijo que contara con ello. Salimos del bar y ese par decidió irse a hacer sus cosas, dejémosle así. La Chica Chicana me dijo que fuéramos al YuYu, total, ya estábamos ahí. Entramos a una casa preciosa en la Juárez, el mosaico del suelo, la reja del traga luz, lo alto de sus techos, al final del pasillo de entrada había una pequeñísima sala de cine, ella dijo que esa era su parte favorita del lugar. Bajamos a donde estaba tocando el DJ. El lugar estaba más oscuro que el corazón de Harvey Weinstein, pensé, ahorita alguien me mete un chuchillo, me meten algo en el trago o me la mete alguien. La música estaba densa. Decidimos irnos no son antes ser víctimas de la intensidad de una mujer bien enfiestada.
Me ofrecí a acompañarla a su casa, estábamos ya cansados y eran ya las bien metiditas cuatro de la mañana. La dejé en su casa y, no sé, no quise insistirle mucho, le di un beso y ella me lo respondió, hasta ahí llegué. La vida había pasado de una manera extraña, salí de mi casa a fumarme un churro con una completa extraña en el Ángel de la Independencia, me reí como hace mucho tiempo no lo hacía, bailé como si nadie me viera, de una noche en la que existía cero expectativa nació una de las mejores de mi vida, tan llena de coincidencias que hasta me espanté cuando me di cuenta. No sé si la vuelva a ver, le escribí al día siguiente no cuajó el barniz sobre la madera, será la vida quien lo decida, si algo aprendí de esta noche es precisamente eso, que la magia existe y que sólo tenemos que aprender a verla.