Hace muchos años, en 1976 probablemente, un economista alemán fue invitado como conferencista al Tecnológico de Monterrey. Habló sobre la “economía social de mercado” y, también, sobre Ludwig Erhard, considerado el padre del milagro económico de Alemania en la posguerra.

Asistí a la plática como estudiante de la mencionada institución universitaria. Recuerdo muy bien una pregunta que nos hizo el conferencista, cuyo nombre por desgracia he olvidado: “¿Qué es una gran empresa?”.

Al menos diez estudiantes respondimos más o menos lo mismo con distintas palabras:

√ “Una gran empresa es la que tiene miles de trabajadores”.

√ “Una gran empresa vende cientos de millones de dólares”.

√ “Una gran empresa tiene plantas en diversos países”.

√ “Una gran empresa es innovadora”.

√ “Una gran empresa desarrolla tecnología”.

√ “Una gran empresa...”.

Después de escucharnos, el conferencista alemán dijo sonriendo que todos estábamos equivocados y enseguida, muy serio, dio su definición:

“Una gran empresa es aquella que no puede quebrar. Aquella que por su peso en relación a toda la economía tiene que ser rescatada por el Estado si entra en problemas... ¡Las grandes empresas son un gran mal!”.

Es decir, a las grandes empresas —y a sus propietarios— el gobierno tendría que someterlas, llevarlas a rastras hasta ubicarles en la dimensión competitivamente aceptable.

Supongo que la definición de aquel economista alemán aplica a lo que ahora conocemos como “agentes económicos preponderantes”.

¿Quién es el agende económico preponderante por excelencia en México? Respuesta correcta: el ingeniero Carlos Slim Helú y su grupo empresarial.

Es fuerte el ingeniero Slim, sin lugar a dudas. Tanto que cuando ha tenido que hacerlo, ha peleado, y con ventaja, con todos los poderosos y hasta con presidentes de México.

Enrique Peña Nieto le cantó el tiro a Carlos Slim y todos vimos lo qué pasó: EPN se fue a la lona.

Fox y Calderón, más prudentes, más miedosos o más conscientes de sus limitaciones, ni siquiera intentaron faltarle al respeto al ingeniero Slim.

Estoy seguro que Andrés Manuel no quiere pleito con el hombre más rico de México, uno de los más acaudalados del mundo.

El presidente López Obrador lo único que suplica es que si Slim no va a ayudar en el proyecto de llevar internet a todos los rincones de México, que el empresario al menos no estorbe.

Se entiende que el ingeniero Slim no esté dispuesto a invertir en dotar de internet a comunidades apartadas donde nadie tiene capacidad de pago.

Sin duda, resulta perfectamente razonable negarse a perder dinero en proyectos que jamás serán rentables.

Pero, más allá de las ganas de hacer negocio de los inversionistas, resulta un imperativo moral llevar internet a todos los pueblos. Sí, como en su momento lo fue llevar electricidad a las regiones más apartadas del país.

Entonces, ese proyecto lo tendrá que desarrollar el Estado mexicano, que lo hará “como se pueda, con lo que se pueda y hasta donde se pueda”, como ha dicho muchas veces Andrés Manuel. Y, en este momento, la mejor opción es utilizar la infraestructura de la Comisión Federal de Electricidad; sí, sus “cablecitos”, que el ingeniero Slim, burlón, ya calificó de obsoletos.

De que es un hombre valiente, lo es el ingeniero Slim. De ahí que se haya atrevido, retador, a burlarse de la intención del presidente López Obrador:

Dijo el empresario: “Nuestro país debe tener redes de telecomunicación avanzadas de alta generación, de muy alta penetración poblacional y territorial, que ofrezcan conectividad a todo el país y al menos en lugares remotos a centros de educación y de salud. Eso es fundamental, claro, no necesariamente tiene que ser con cablecitos o fibra óptica, puede ser vía satelital”.

¿Cablecitos? Más que en su acepción técnica actual, Slim parece utilizar la expresión en el significado original de la palabra: soga con que se arrastra una determinada carga que se resiste.

Creo que el ingeniero Slim se está equivocando. Claramente ha decidido estirar de más el “cablecito” con el que pretende arrastrar al gobierno de Andrés Manuel.

El presidente López Obrador no quiere pleito, pero toda su vida ha sido un luchador social, es decir, hace rato que dejó de impresionarse ante el tamaño de sus rivales. No se olvide que Andrés Manuel ha peleado durante décadas contra el sistema que hizo grande a Slim y sabe que, inclusive en la Presidencia de México, tendrá que seguir peleando contra los mismos poderosos que tanto hicieron para impedirle llegar al gobierno en el pasado.

No sé si se va a romper el cablecito con el que Slim quiere someter a Andrés Manuel. De lo que estoy seguro es de que el presidente de México, si tiene que hacerlo, no vacilará en usar ese mismo cablecito para arrastrar al influyente hombre de negocios; arrastrarlo democráticamente, y en la lógica de la economía de mercado, hasta ubicarlo donde una persona tan brillante sea un motor y no un lastre del sistema competitivo.