El PRI no aprendió de la sacudida que tuvo en las pasadas elecciones; siguen manteniendo vigentes los patrones de conducta de esa enfermedad que se hizo crónica, y que no encuentra antídoto porque el camino cuesta abajo,  requiere un tratamiento minucioso.

Parece que todo ese cúmulo de formación, es sintomático al padecimiento que no oxigena ese aire de sobrevivencia que lo mantiene en la antesala de un diagnóstico que se ha ido agudizando considerablemente.  

El aprendizaje proyecta la orientación, experiencia y la comprensión que adquirimos durante un proceso de enseñanza, es decir, la acumulación de conocimientos producto de una metodología. En el caso del PRI, hay una similitud si partimos de la premisa que encajona la escenografía y los pasillos más claroscuros que manufacturaron en el lenguaje, la narrativa y la acción de algunos actores que heredaron la tradicional forma de hacer política en nuestro país; recalcando que este instituto político, formó alumnos que centralizaron esos conocimientos al más puro estilo del retrato presidencial dominante que refleja un abanico enorme de elementos que trastocaron el desarrollo sociocultural a través del autoritarismo.

La lectura es más que evidente, solo es necesario hacer una introspección a nuestro México y sus inicios que gestaron la actividad partidista, y la ruta que ha marcado un itinerario amplio de la génesis que tuvo el presidencialismo en manos del partido que se apoderó del Estado. La hegemonía del PRI, subyace en una serie de elementos amargos, irregularidades, fraudes, enriquecimiento, corrupción, frivolidades y excentricidades que cimentaron una serie de antivalores poco formativos para los nuevos cuadros que se integraron al revolucionario institucional. La naturaleza del antiguo régimen, apuntaló al autoritarismo y la antidemocracia que desembocaba de una extensa dominación hasta finales de los 90. Sin embargo en 2012, vivimos la reafirmación patológica de un PRI sin una metamorfosis, más bien, una institución política rutinaria bajo el dominio de una mezcla de tecnócratas y conservadores del viejo régimen que instalaron el patrimonio consanguíneo autoritario de ese dinosaurio que parecía inmune a cualquier afección.

Podemos situarnos en los personajes más contemporáneos del priismo. Los tecnócratas y los grupos que dominaron la nueva época, asumían hipotéticamente una función más “responsable”, habían aprendido supuestamente de los errores y pretendían tomar una dirección donde las instituciones fueran la punta de lanza de la democracia y la toma de decisiones. Un PRI renovado, sin albazos, sin sesgos y sin corrupción era un espejismo irreal y atípico, bajo la sombra de subordinación de un partido todopoderoso.

Esta, solo era una quimérica acción para recuperar lo que llamaban ellos las bases de las instituciones y el voto duro que fue engrosado y después reducido por los ficticios padrones que fueron reportados por las instituciones electorales, ante un hecho vergonzoso.

Pero llegó el tiempo de Peña, Duarte, Videgaray, Ochoa, Nuño, Miranda, Vallejo y de Moreira, y el longevo dinosaurio resurgía y se instalaba en el poder, para seguir fraguando una maquinaria omnipotente que en teoría relanzaba los valores de la revolución a través de sus instituciones del Estado, que por cierto, ya habían sido trastocadas por esa concepción envenenada de la corrupción. 

Los cambios no permeaban, y el rotundo fracaso se avizoraba por el crecimiento del desdén, el cansancio, la simulación y los montajes.

Ahora, el camino de reconstrucción de su dirigencia nacional, está envuelto en ese aprendizaje pedagógico de prácticas descalificadoras, de acarreo y de bloques que ya decidieron quién va conducir los hilos del Partido Revolucionario Institucional a nivel Nacional. No hay mejor postal, ni mejor ejemplo que el debate que vivimos entre priistas; una guerra y un bombardeo irracional que nos respetó ni a los rivales mismos del partido. Paradójico o no, esto es el PRI; una institución que se fue debilitando por el hartazgo y el cúmulo de inconsistencias que por años abrieron el desplazamiento de la marginación, la pobreza y la desigualdad social. El esquema nuevo e innovador que alimentan, solo es la fabricación de esos conocimientos que aprendieron en la universidad del revolucionario institucional. 

“Vamos  cambiar”, “Vamos a instalar procesos transparentes y democráticos”, “hemos aprendido”, “Somos la vanguardia de la instituciones democráticas”; no por favor, ese narrativa ya la conocemos, y solo esboza el paradigma autoritario del PRI. Sabemos que la línea es con Alejandro Moreno; hay consensos y hasta el visto bueno de Peña, al menos eso es lo que se percibe. 

El PRI no aprende, y sigue abrazando esa férrea idea que las batallas se ganan echando andar las prácticas más antidemocráticas que adquirieron en ese bagaje tan extenso que han tenido. Mientras tanto, siguen perdiendo terreno y credibilidad con la sociedad, porque es evidente que ofrecen el mismo catálogo, el mismo rostro de ese priismo que instaló durante años, la crítica, la polarización y la incertidumbre entre la sociedad.

Bajo la sombra del PRI, se esconden esos grupos reaccionarios y conservadores que han debilitado al partido, bajo la tentación del poder; esa mezcla revolucionaria e institucional, solo son las palabras de un discurso simplista que nunca aterrizó como mecanismo de acción social para los sectores más necesitados.

El PRI no ha aprendido la elección, al menos esa es la lectura que arrojan los nuevos aspirantes a dirigentes Nacionales; se necesita relanzar el partido, pero primero hay que cambiarle el nombre y sacudir ese enjambre que provoca la irritación de la sociedad.  La época dorada del PRI ha quedado muy lejana, ahora, hay que remar contra corriente por sobrevivir en el terreno político.

El apocalipsis del PRI se visualiza por el estallido social y democrático de las elecciones del 2018 y 2019. Los fantasmas parecen predecir un escenario complejo para las elecciones del 2021, eso es prácticamente un hecho inexorable.

Nos vemos pronto.